viernes, 30 de agosto de 2019

LA ESPUMA DEL AGUA

Cada mañana al despertar subo la persiana para contemplar las aguas azules del Mediterráneo, curiosamente hoy tienen un color verde acerado, quizás como presagio de mi añoranza.

Con una taza grande de café con leche bien caliente, salgo a la terraza para encontrar la serenidad que siempre me envía entre sorbo y sorbo. Me cuesta habituarme a este clima tan húmedo,  soy de tierra adentro de montañas azules en verano y blancas en invierno, no pude escoger un destino más opuesto.

Sin embargo los paseos por la playa al llegar la pleamar me fascinan, sentir la arena bajo mis pies mientras las olas los acarician es una sensación placentera, que me transporta a las nubes y  hace que mis pensamientos vuelen muy lejos de aquí.

Entonces los paisajes de mi infancia fluyen ante mí, son tan nítidos que su cromatismo se hace presente, al igual que los duros recuerdos que no consigo dejar atrás.

El rumor del río con su eterna música y desde niña cruzando sus orillas varias veces al día, en una barca vieja al mando iba el timonel más experto que la gente admiraba.

El agua siempre a un par de dedos del borde, y yo jugueteando con los rayos del sol que se cuelan entre las hojas de los árboles mientras el río fluye sin descansar, nunca supe lo que era el miedo a naufragar, quizás la temeridad de la infancia o el saber que me protegía un nadador de primera.

Los arroyos circundantes a la localidad, hacía que toda la población estuviese marcada por su carácter. Las tormentas veraniegas me imbuían de melancolía al ver las gotas besar los cristales y dibujar cuadros que imaginaba extraños, y caminos con destinos inciertos, viajar a cualquier parte, conocer otras gentes y culturas. Yo y mi eterna curiosidad por todo lo que el hombre es capaz de hacer.

Ahora cuando llueve sigo con mi nariz pegada en otros vidrios y rememoro otros paisajes, aquí el agua es impetuosa su fuerza arrastra con virulencia lo que halla a su paso, todo lo invade como para recordar que son sus dominios y que nosotros los hemos invadido.

Cuando el sol fulgurante ilumina como ahora el universo hace que confunda en el horizonte los azules impresionantes al comenzar la aurora y cuando la fuerza de la sombra lucha por imponer su reino, el reino de la oscuridad, y eso que en la ciudad nunca es de noche las luminarias artificiales nos guían por las calles que nunca están desiertas.

Me gusta observar el vaivén de las olas cuando el mar se enfada y lleva la espuma blanca hacia la arena, entonces siento que debo preguntar si ellas me llevarían en sus crestas hacia las profundidades, a ver si tan abajo encuentro algún servidor de Neptuno que me muestre todas las maravillas que ocultan a nuestros ojos. Y quizás me lleve al encuentro de la corte de sirenas, descubrir un mundo mágico y me acepten ser una más por un tiempo o me transformen en la espuma de las olas para en el continuo movimiento otras gentes de sueños etéreos las disfruten en viajes de ida y vuelta.

Hoy es un día gris de primavera no deja de llover aquí en el Levante y como tantas otras veces que lo hace sigo con la nariz pegada en el cristal de la ventana, vuelta a la melancolía y añoranza de un tiempo pasado.

Aunque es poco práctico porque al día siguiente los tendré que limpiar, podría haber bajado la persiana pero esos instantes bien vale un pequeño esfuerzo.



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martes, 27 de agosto de 2019

LUZ DE PLATA


—Mamá, mamá se ha caído la luna—

—No cariño, se mira en su espejo—

—Pero… si es agua, es una fuente no un espejo!—

—Claro mi niña, la luna se refleja en el agua, eso ya lo sabes ¿no?—

—Nunca la había visto así, creí de verdad que se había caído y ya no podría hablar con ella, como tú dices que es una dama que jamás cuenta los secretos de los que hablan con ella, yo le he contado los míos, tú le dices los tuyos?—

—Es la más leal amiga por eso confío en ella y sí, si le cuento mis cuitas, cuidado con tu botijo no se te rompa cuando lo acerques al caño para llenarlo, no te vayas a distraer mirando a la luna—

Todavía recuerdo aquella conversación como si acabara de ocurrir, la fascinación que sentía mi madre por el satélite me la supo transmitir, y sí ya sé todas las investigaciones científicas, pero me gusta pensar que me mira solo a mí cuando en las noches de verano salgo de madrugada en silencio, me siento en el suelo y le cuento cómo me va la vida. A fin de cuentas un poco de fantasía o ilusión me viene de maravilla.

Entonces rememoro los momentos de ir a por agua al atardecer con mi madre a la fuente romana, ella cargada con un cántaro en la cabeza y un gran botijo en una mano, y yo con dos pequeños el mío y el que mi padre se llevaba a la habitación cuando se iba a dormir.

Me sentía importante, era el mejor instante del día porque ella me relataba historias diferentes de mitos de otros tiempos y lugares. Después con el paso de los años comprendí mi nombre, mi madre deseaba que lo descubriera, me había dado todas las pistas para hacerlo.

Se fue muy joven seguro que está con la luna y las dos desde esa distancia infinita me envían esa luz plateada que tanto me inspira y de vez en cuando, muy de vez en cuando siento que me llaman, Selene, Selene.



 
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