miércoles, 5 de febrero de 2020

MUJER ENTRE LA NIEBLA


  Como cada mañana desde hace un mes cuando el otoño muestra su rostro más grisáceo, me resistía a levantarme y abandonar el caliente lecho para afrontar la humedad creciente del río, que se colaba por cada rendija de la maltrecha casa de la mitad del siglo XX.

Una vez aseado comencé a preparar el fuego de la cocina para templar el habitáculo que dispuse como estudio el verano pasado, la luz lo embarga todo sin embargo a medida que las estaciones avanzan, se vuelve lúgubre y frío.

Mientras cojo el tazón de porcelana blanca ribeteado de un azul cobalto, que desde hace un tiempo se había convertido en mi recipiente favorito, lo  llenaba de cualquier líquido  frío  en verano y en invierno casi hirviendo, pues el calor se evapora en un instante como si estuviese metido en la nevera.

Las tostas de pan frito espolvoreadas con azúcar y el café con leche eran mi desayuno favorito, aunque pora  romper la monotonía  llenaba el tazón de finas rebanadas de pan y con una cucharada de miel para finalizar con un largo chorro de leche, era lo que degustaba sentado frente a la ventana de la cocina, desde ese lugar me permitía otear el devenir de las gentes del pueblo.

La calle Real, columna vertebral de San Andrés, la observaba  hacia ambos lados sin que notase  ninguna alterción.. El ropaje de abrigo y el pañuelo cubría la cabeza de las féminas, hacía presagiar que el frío viento del cierzo estaba peinando la meseta, avanzadilla de un invierno frío.

Esa mañana a penas terminé el desayuno, con el tazón entre mis manos para absorber su calor, estaba ensimismado con la mirada perdida en un punto lejano de la calle como si esperara impaciente la llegada de alguien que quebrase tanta quietud.

No recuerdo el tiempo que pasé con los ojos fijos en aquel espacio, quizás hasta que la niebla empezaba a dibujar formas fantasmagóricas que la imaginación se encargaba de hacer jugarretas a la realidad.

En ese instante me alejaba con una mueca en los labios que pretendía ser una sonrisa burlona. Llevaba un par de días que entre la neblina  me figuraba ver una mujer con raídas ropas que arrastra una vieja maleta. Así que una vez más pensaba —como que me lo voy a creer—dichosa niebla que le habré hecho yo... Seguí sonriendo mientras andaba con paso cansino hacia el estudio.

Hoy iniciaré mi jornada en el cuaderno de dibujo, tenía fresca la imagen de la mujer entre la bruma, a grandes rasgos garabateé la calle y la llovizna gris mientras unos trazos simulaba una persona que regresaba a sus orígenes derrotada por la vida. Con el boceto finalizado, sin dejar de observarlo una desazón se apoderó de mí.

Sentí por primera vez en mi carrera de pintor que debía trasladar a un lienzo mis garabatos del cuaderno. Preparé la tela en el bastidor con minuciosidad, para luego tomar los tubos de acrílico con colores apagados y eso que era un forofo del color, siempre me decía: color, color y más color. El color era un estado de ánimo, mi estado de ánimo que daba luz a mi espíritu y a cada rincón de la habitación.

Estaba agotado, había llegado la noche y desde el desayuno no había vuelto a probar bocado, desfallecía y sin ganas de cocinar, revolví en la despensa y abrí una lata de atún con un trozo de pan,  el cansancio anulaba mi mente.

La humedad de las sábanas me despejó, mentalmente repasaba los trazos de la pintura, no me disgustaba el trabajo realizado, sin embargo notaba que le faltaba alma, no había conseguido transmitir a la tela las sensaciones de inquietud que la figura me provocaba.

El calor me adormecía, los párpados pesaban más y más, a lo lejos se escuchaba una sonata que acariciaba  mis sentidos, el sueño me venció.

No sé cuánto tiempo estuve dormido, las luces del día ya no se clareaban a través de los agujeros de la persiana, ¿en qué día estaba, acaso importaba? realmente no, cada amanecer era similar a otro, nadie me esperaba. No me gustaba ese pésimo pensamiento, yo, que era la alegría personificada... ¿qué me estaba pasando?

De nuevo la música se escuchaba desde la lejanía, pareciera que la tocase un ángel, tan delicada que es capaz de transformar hasta el espíritu más inaccesible e indómito.

Las notas me empujaban hacia la calle algo intangible me llamaba, cogí el gabán y salí cerrando la puerta tras de mí. Miré a ambos lados de la ancha acera, la niebla había perdido su espesor solo una finísima lluvia mojaba mi cara.

Mis pasos se encaminaron hacia el solar de la que fuera una antigua casona palaciega y sin embargo la música sonaba más próxima, seguí avanzando y de pronto vi. un gran piano de cola majestuoso sentada al frente una dama ataviada con un traje de gala de otro tiempo, dejaba volar sus manos sobre las teclas con una elegancia y delicadeza, que demostraba su fragilidad.

En un abrir y cerrar de ojos todo se volvió nítido y el desangelado, el solar estaba  como siempre lo observaba cada mañana al ir y regresar de mi paseo matutino.

El frío cada vez se me hacía más insoportable, no estaba acostumbrado a las gélidas temperaturas de la ribera del Duero, el verano fue delicioso y lo disfruté como nunca imaginé, ahora disponía de una buena selección de abstractos para la exposición en la galería, tanta prisa, tanta prisa en la ciudad y aquí las horas se dilataban como si no fuesen acabar los días.

Trabajé hasta desfallecer, incluso a la luz de la luna y las estrellas me producía un extraño placer estar siempre manchado de pintura su olor me imbuía una borrachera permanente, y estaba solo...jamás me sentí tan acompañado.

De nuevo ante el lienzo inacabado, el único trabajo realista que he hecho en años, sin embargo aquí estamos los dos frente a frente retándome a finalizarlo. El rostro sin definir, su mirada de ultra tumba me atravesaba como cuchillos, ¿dónde estaban los recurso de pintor experimentado? si ante la figura estaba indefenso y su poder sobre mí era tal, que al darme cuenta de ello un escalofrío recorrió mi cuerpo. Estaba viva, no la había creado mi mano la dirigía ella en todo momento y yo un artista iluso creyéndome su hacedor...

Un halo de inquietud me retuvo ante ella, pensé: quizás sea mejor dejarlo como está y cada espectador le defina el rostro. A medida que pasaban los minutos decidí que ese sería el misterio que envolviera el cuadro. A fin de cuentas ¿no me dedicaba a lo abstracto?

Sonó el teléfono y OH! casualidad la gerente de la galería metiendo prisa.

—Ya voy, ya voy, tengo todo acabado y además una sorpresa para compensarte por mi tardanza—

—Esta tarde sin falta te espero en mi despacho para ultimar los detalles, me ha surgido un comprador muy bueno—

—Allí estaré te lo prometo—colgué el auricular y despacio con mimo como si de un bebé se tratase, los fui envolviendo primero en papel burbuja y después en papel de estraza reforzado con cinta adhesiva.

Todos a bordo de la furgoneta, bajé a echar un último vistazo a la casa  cerré la puerta mientras me despedía: hasta la primavera. Subí, respiré hondo y giré la llave de contacto, nos poníamos en marcha hacia Madrid.

Con la preciada carga el trayecto fue más lento que de costumbre sin embargo pronto tendría ante mí las Torres Kio, desde allí a la calle Alonso Cano sería un paseo.

Efectivamente al poco de aparcar Montse se asomó por la ventana agitaba su mano izquierda a modo de saludo, mientras con la otra sujetaba el móvil, su indispensable herramienta de trabajo.

Abrió la puerta de la galería y dos hombres me preguntaron si descargaban la mercancía, asentí mientras les voceaba: Con cuidado ¿eh?

Ella bajó las escaleras con su eterna sonrisa que camuflaba sus estados de ánimo, la noté impaciente por averiguar que sorpresa le había preparado, pues sabe que soy impredecible.

Trabajamos hasta muy tarde ya que al día siguiente era la inauguración, solo faltaba colocar en un lugar especial la última obra donde plasmé toda la inseguridad que lo desconocido me produce.

Al colgarla todos nos quedamos estupefactos, se había adueñado del espacio y daba la impresión que había tomado vida propia. Ella me preguntó por el título de la obra y sin pensar le contesté “Mujer entre la niebla”, Sin dilación Montse fue a comprobar si  la seguridad privada estaba en orden, costumbre habitual cada vez que inauguraba, quedaba un guarda dentro y otro fuera  un apoyo extra a con las cámaras.

Con todo organizado nos fuimos a casa, a primera hora quedaba por colocar los canapés y las bebidas, y algún que otro dulce para los golosos.

A penas estaba en el primer sueño cuando sonó el móvil, creí que estaba en un lugar distinto y contesté mecánicamente, al escuchar el relato di un salto, entonces los ojos se abrieron como ventanas al exterior.

Me vestí y salí en estampida hacia la galería, allí me esperaba Montse muerta de miedo, el guarda del exterior balbuceaba y su cuerpo parecía un cadáver andante, y yo procurando aparentar una tranquilidad que estaba lejos de poseer.

Al adentrarnos en el local mis ojos se centraron en la pintura fantasma, como la llamaba, mitad sorprendido, mitad asustado allí faltaba una imagen. En el suelo un horrible cadáver, vestido con el ropaje de la dama y en la mano el paraguas rojo que pinté, la cara pálida e irreconocible, desencajada y sus ojos casi fuera de las órbitas, había muerto, muerto de miedo y ella por las calles de la ciudad en un cuerpo que no le pertenecía.




 
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