martes, 28 de abril de 2020

EL ALMACÉN DEL RECUERDO


Desde la ventana veo unos nubarrones a veces plomizos y otros negruzcos que amenazan tormenta. Miro el parque con senderos escoltados por árboles semi secos.

Cipreses erguidos llaman a los rayos y truenos que retumban en mi cabeza machaconamente. En el almacén no caben más y se quedan suspendidos en el tiempo. Hay que desalojarlos de sus aposentos porque invaden el espacio de los disfrutados con vehemencia y alegría.

De pronto un agua torrencial les baña, mientras en mí hace el efecto de surtidores que limpian la tristeza y lavan algunos malos recuerdos. Otros en cambio se aferran a ese espacio que consideran suyo y no hallo forma de hacerlos desaparecer.

Sé que con ellos mi carácter se ha forjado para  ser quien soy y me han enseñado a valorar lo esencial.

Así que comprimo y cierro herméticamente su reducido espacio, en previsión de ataques furibundos que desestabilicen mi armonía de vivir.

En cambio abro puertas y ventanas a los benéficos, hermosos y dicharacheros, todos los  que al pensar en ellos me provoquen una sonrisa.

Siguen las tormentas con sus relámpagos y estruendos. Las fuertes gotas golpean los cristales con la furia del viento que las lanza. 

Mientras dibujan minúsculos riachuelos  en la ventana siento como mi almacén se ha vaciado, y ha creado nuevos compartimentos para guardar los más bellos recuerdos que la vida  en cada instante me vaya a regalar.







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jueves, 16 de abril de 2020

DISYUNTIVA


                                                















       
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lunes, 13 de abril de 2020

AMADÍS

      Estaba orgulloso de su nombre, de su porte gallardo y su fortaleza, junto con la lealtad y la defensa a ultranza de los suyos.

    Un día ante la remodelación de la finca fue trasladado a la casa de unos amigos. Al principio le costó adaptarse a la nueva vida pero enseguida jugaba con los niños, entonces  lograron sacarle las virtudes que atesoraba.

    Le llamaban Dis un diminutivo de Amadís  nombre que les resultaba extraño pues no lo habían escuchado. La madre les explicó que en el siglo XV era muy común ponérselo al perro favorito de los señores castellanos, quizás fuera debido a un libro titulado Amadís de Gaula famoso por aquellos lejanos años.

    Cuando se levantaban por la mañana Dis les saludaba con sus dulces ladridos  hasta que  salían a hacerle las caricias de todos los días, a continuación se echaba a un lado de la puerta poniendo  sus orejas en alerta.

    Al venir del colegio les esperaba al lado de la verja para correr con ellos, se dejaba que lo montaran como si fuese un poni, ¡vaya trío! Disfrutaban hasta con el balón de futbol.

    Todos le querían mucho incluso el gato dormía tranquilamente a su lado debajo del árbol más frondoso del jardín.

   Una noche se aproximó un coche de la policía municipal para prevenirlos de los robos que se estaban produciendo por la zona, al oír las voces de los agentes el perro sacó la fiereza de sus ladridos asustando en grado sumo al policía, desenfundó el arma amenazadora sin dejar de gritar, entonces la madre le recomendó guardarla bajar el tono de voz porque ello provocaba la ira del animal,  le acarició a la vez que  susurraba para calmarlo Dis se calló sentándose a su lado pero sin disminuir un ápice su estado de tensión.

    El policía no salía de su asombro ¡que susto! Todavía respiraba agitadamente no terminaba de calmarse, pese a comprobar  con que facilidad  lo había controlado.

    Hasta entonces la familia no se dio cuenta de lo protegidos que se hallaban a pesar de los  constantes viajes del padre al extranjero. 

 Como era previsible las obras en la finca extremeña tocaron a su fin. En la mañana de un domingo de primavera se oyó el claxon del todo terreno en el que un día llegara Amadís. Salieron a recibirle todos en tropel incluido Dis que moviendo el rabo demostraba su alegría

    La tristeza se apoderó de los niños al ver como su paciente compañero de juegos se despedía de ellos. Se subieron con él le acariciaban le tiraban de las orejas y sobre todo le besaban y lo abrazaban.

    Paco abrió la puerta trasera metiendo al animal pero tardó más él en cerrar la puerta que el perro en saltar hacia los niños. La operación se repetía una y otra vez extrañado por su comportamiento rogó a los niños que se metieran en el coche con Amadis.

    Una vez que todo estuvo cerrado y acondicionado salieron de uno en uno dejando un corto espacio de tiempo para que el animal no se pusiese nervioso e hiciera el trayecto tranquilo. Dis con la cara pegada al cristal de la ventanilla les miraba con tristeza, hasta que el todo terreno tomó la curva de la carretera y ya no se vieron más.

                                                                                                         

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