viernes, 28 de agosto de 2020

LA FÁBRICA DE LÁMPARAS


Una mañana cualquiera de invierno,  cuando Isara iba enfundada en su chaquetón de plumas jaspeado  y con la capucha cubriéndole la cabeza, no era por el frío en sí, sino  la humedad de la brisa marina que calaba hasta los huesos. El cielo vestido de unas nubes amenazantes de un gris plomizo,  presagiaban un fuerte aguacero.
Con paso presuroso caminaba hacia el trabajo, eran los veinte minutos de ejercicio de cada día, lo decidió un día que esperaba al autobús. Se retrasó más de lo normal, entonces escuchó el comentario de los pasajeros,  ahora los espacian más porque uno  lo trasladaron a otra línea. No le compensaba el tiempo que perdía mientras esperaba, por un poco más, llegaba a su trabajo caminando.
Comenzaba a chispear, pero en Alicante nunca se sabe si de pronto la lluvia es torrencial o es un chubasco, así que aligeró el paso al mismo tiempo que el agua caía a borbotones.
Los coches la salpicaban, iba a llegar empapada, mientras no le mojara su nuevo traje verde oscuro recién estrenado, lo demás no importaba.
Durante las pausas del trabajo su pensamiento volaba hacia la vieja fábrica de lámparas, al menos es lo que se leía en los desgastados rótulos. Fue el día más largo que imaginar podía, al salir andaba tan deprisa como si de una urgencia se tratase, y todo para detenerse delante de los ventanales sucios, más bien negros pintados a fuerza de  polvo y  agua, el humo de los coches y la traviesa mano de algún adolescente. Allí estaba Isara, plantada como un árbol, a ver si encontraba un resquicio por el cual atisbar un poco del interior. Anochecía pero ella seguía allí delante de los cristales, hasta que vencida por la realidad  regresó a casa.
Durante la noche su agitación fue en aumento, las pesadillas la despertaron sobresaltada varias veces durante la noche.
A la mañana siguiente siguió con su rutina diaria. Enfundó su delgado cuerpo en unos vaqueros ajustados,  calzó sus zapatillas deportivas, con un último vistazo en el espejo  y ya estaba preparada para comenzar su  jornada.
La lluvia intempestiva del día anterior había dado paso a un sol resplandeciente, que despejaba cualquier mal humor que tuviese acumulado.
Al llegar a la fábrica de lámparas miró de reojo hacia el interior, con una sonrisa a la vez que pensaba ¡Cuánta imaginación tengo!
Una vez en su puesto de trabajo se olvidó por completo de la curiosidad que la embargaba. Con el trabajo diario y otras preocupaciones, alejaron de su mente cualquier fantasía.
Necesitaba buscar un apartamento próximo al trabajo, que tuviese buena comunicación y  un centro comercial.
Ah! Y sobre todo que al levantarse cada mañana pudiera tomar el primer café frente al mar. Eso  le alegraba el ánimo y la invitaba a soñar con viajes lejanos.
Había pedido un día de asuntos propios para recorrer la zona que más le gustaba, sobre todo alto, muy alto, para que ningún edificio le ensombreciera su ansiada vista marina.
Cuando regresaba a casa sin darse cuenta tomó el camino diario del trabajo,  al pasar por delante de la fábrica de lámparas se encontró con una persona que abría la puerta del edificio y sin pensarlo se dirigió a ella; — ¿oiga por favor ¿sería tan amable de enseñarme el almacén?—
A lo que la mujer le respondió—Sí, pero un vistazo rápido que tengo prisa—
—No hay problema—
Se adentraron en un mundo lleno de polvo y suciedad, como era de esperar  se fijó en el techo donde colgaban numerosas y variadas lámparas, pensó alguna de éstas me vendrían bien a mi nueva casa… con una buena limpieza…
La mujer le iba contando el declive del negocio  de su familia, llegó el día en que su tío Marco desapareció sin saber como ni porqué, lo buscaron por los lugares más insospechados, y al final ni ellos ni las autoridades consiguieron pista alguna. Se cerró y no se vendió por si de casualidad apareciese.
Le siguió hablando de su tío que  fue un apasionado coleccionista de las cajas de música y que viajó a lo largo del mundo en busca de las más extrañas y hermosas.
La enseñó el despacho que permanecía inalterable, sobre  la mesa  permanecían dos sus cajas  favoritas,   impulsiva abrió la de la izquierda no pudo resistir la tentación, ante la magnificencia artesana con pan de oro y piedras preciosas, la forma recordaba a los huevos Fabergè. La bailarina estaba encima de unos zancos que giraba con elegantes movimientos de brazos, la deliciosa música le transportaba a un mundo onírico fascinante.
Después continuaron hacia el final de la nave donde un mecanismo semi oculto daba paso a un espacio, que debió ser el taller donde Marco pasaba tiempo con sus herramientas  y arreglar los desgastes de las cajas de música, que se producían en los traslados.  A veces las daba cuerda para verlas bailar durante horas.
Sin embargo la sobrina no quiso profanar el santuario de su tío pues le hizo prometer que nunca revelaría su secreto y jamás entraría sin su permiso. Isara se quedó con la decepción de ver semejantes maravillas, al menos contempló dos de ellas y su imaginación hizo el resto.
Salieron del viejo almacén de lámparas, le agradeció repetidamente a la mujer el detalle de hacerla partícipe de algo tan personal y doloroso para su familia.
La llamada de la inmobiliaria la exaltó más si cabe, le encontró un precioso pisito que se ajustaba a su presupuesto esa tarde lo vería,  por fin dejaría el apartamento de alquiler.
La visita la dejó sin palabras, precisamente era lo que buscaba  su proximidad al colegio le venía de perlas.
Esa noche la luna llena se alió con ella, la miraba a través de la ventana, su emoción la desveló, vueltas y más vueltas en la cama, sin embargo los minutos pasaban tan lentos que le parecían horas, inquieta sacó medio cuerpo fuera de la ventana  y su imaginación voló hacia el infinito.
¿Y si los hilos de  seda blanca de la luna,  se filtrara por alguna rendija del almacén de lámparas y diese en un mecanismo secreto de una caja y se pusiesen todas a bailar?
La bailarina de zancos dirigiría la coreografía, pues sería la más alta, y el almacén con sus lámparas brillantes se convertiría en el teatro espectacular de todas ellas.
Después de su maravillosa actuación su directora las regresaría una a una a su caja, y ella dócilmente entraría en su huevo Fabergè hasta una próxima oportunidad.
A Isara los párpados le pesaban, faltaba poco para el alba  con paso lento se metió en la cama a ver si Morfeo la cantaba.
El despertador sonaba sin cesar  ella seguía dormida, hasta que el timbre de la puerta la volvió a la vida, su agente la quería llevar a ultimar los detalles de la compra del que sería su nuevo hogar.
Han pasado los meses Isara no volvió a pasar por delante  del almacén de lámparas, ni su imaginación creó diferentes ensoñaciones, fueron demasiados y si…y si…
Su nuevo hogar le robaba el poco tiempo libre, la decoración minimalista y muebles que tuviesen doble función, en colores suaves y algún toque de color vibrante que rompiese tanta calma. Con ello estuvo ocupada gran parte de sus vacaciones, tenía que dejarlo impecable antes de comenzar el nuevo curso escolar.
En Alicante, llegado mediados de Septiembre o en cualquier momento del otoño llega la temida gota fría, parece que el cielo se rasga y vuelca la lluvia contenida que arrasa todo a su paso. Ese año la gota fría llegó más brutal que de costumbre, calles como ríos arrastrando todo a su paso, inundaciones por doquier y algún que otro edificio derrumbado.
Tras el desastre llegó la calma y el recuento de daños, sin embargo lo que llenaba los periódicos y los noticiarios, fue que tras el derrumbe parcial del almacén se descubrió el cuerpo sin vida, en estado momificado de su dueño, y el destornillador que utilizaba para arreglar las cajas de música  estaba clavado en su cuello.
Los rumores  y elucubraciones se extendían como la pólvora, pero Isara pensó y, ¿si fueron las bailarinas de las cajas de música?

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lunes, 24 de agosto de 2020

EL TRÁNSITO


 Los últimos instantes de la vida de Moisés fueron una despedida en toda regla, sin lágrimas, sin lamentos y con una sola petición "peinarme y vestirme con el mejor traje, quiero que me vean guapo".
Nunca había asistido a la agonía de un ser humano, Flora en los meses que duró, aprendió a poner inyecciones, a lavar a mano las sábanas en el arroyo próximo, a mover a un hombre cuyo peso doblaba el suyo.
Sus articulaciones se quejaban a gritos y la espalda con los tendones desencajados, tendría que ir a un fisioterapeuta a que le arreglaran los desperfectos.
Mientras tanto las horas se le hacían eternas pese a estar ocupada  continuamente. El calor del verano se aliviaba bajo el frescor del emparrado, sentados en sendas hamacas Moisés hablaba sin parar de sus años jóvenes.
Las visitas eran muy animadas le recordaban sus andanzas por los pueblos de la comarca. Había risa y alegría durante las horas vespertinas.  Al anochecer regresaba la cruda realidad.
Lo mismo le daba acostarse que no, la vigilia nocturna no le permitía descansar. No leía, y sola ante la oscuridad comenzó a recordar su vida  juntos.
Solo un recuerdo cuando contaba tres años le sacó una mueca que quiso ser una sonrisa. Le había traído un gatito blanco y negro para inculcarle a ser responsable.
Después le vino como un disparo directo al corazón, la muerte temprana de su madre que nunca superó, solo aprendió a vivir con su lejanía.
En medio, siempre en medio, mientras los adultos se enardecían en discusiones feroces y al final  a  Flora  la lanzaban como un trasto que nadie quería, ella era un lastre para las dos partes de la familia.
Eso la llevó a vivir en un internado, donde estudió varios años que aprovechó para deleitarse con el piano, pero siempre hay un pero, la enfermedad de la Superiora lo truncó, tan enferma estaba que feneció.
Cuando acabó el curso, el colegio cerró sus puertas para siempre, una nueva experiencia en otra institución se intuía lejana.
La tristeza reinaba en sus corazones, las adolescentes se fundían con los abrazos, de quien sabe que no se volverían a ver. Con las maletas en el recibidor  esperando a salir para el autobús, sentadas en los bancos del jardín se contaban sus ilusiones y sueños por alcanzar.
De vuelta a casa las cosas no mejoraron,  su regreso encendía la tensa calma familiar.
Su cabeza daba más vueltas que un tiovivo, entonces comenzó a imaginar mundos diferentes, fantasías que en las noches estrelladas le hacían sentirse feliz.
Ensimismada en sus recuerdos de pronto escuchó su nombre, era su padre que con un hilo de voz la llamaba.
De un salto bajó de la cama y en la habitación de enfrente su padre, postrado en la cama con su rostro  amarillo pálido, deslizó su mano para coger el vaso de agua, Flora le incorporó con un brazo y con la otra mano le acercó el vaso a los labios.
Había transcurrido un mes desde que le trajo del hospita,l el  cansancio mental y físico, la estaba dejando con un aspecto enfermizo. Ello hizo que saltara la alarma entre sus conocidos.
En la silla de la cocina donde en otro tiempo ocupara su abuelo y luego su padre, ahora ella se escondía para reposar lejos de todo y de todos.
Sus lágrimas fluían por el rostro sin un lamento, sin un suspiro, lloraba sin cesar, era la única válvula de escape que se podía permitir.
Le oía hablar con las visitas, Flora dejaba la puerta abierta de par en par hasta que llegaba la noche. De nuevo la oscuridad y el silencio, eran sus compañeros en esos días aciagos.
La vigilia le volvía a tiempos pretéritos que deseaba enterrar con fuerza, al mismo tiempo que al cuerpo del hombre, en el momento de exhalar su último suspiro.
Sintió un dolor agudo en el pecho  su respiración se entrecortaba, cerró los ojos y comenzó unos ejercicios de relajación para regresar a un estado normal.
Amanecía un sábado del mes de julio, cuando Flora escuchó la voz de su padre que la llamaba "Flora, Flora ven". Ella acudió a la cabecera de su cama.
Sabía que se moría y necesitaba rodearse de los rostros amigos que le acompañaron en el trayecto de la vida. Los fue a buscar y enseguida se colocaron a los pies de la cama.
No podía respirar, le incorporamos y en ese instante nos dejó. En silencio respetuoso comenzaron a arreglarlo, el tránsito se había realizado. Su alma viajaba a un destino desconocido.

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lunes, 17 de agosto de 2020

PRIMAVERA EN DICIEMBRE


                                          
La afición por la lectura, la escritura y las tertulias le introdujeron en un mundo mágico, eso le cambió la perspectiva de las cosas. El encuentro de los lunes al que no faltaba y la diversidad  gente que acudía, fue una forma distinta de conocer y disfrutar.
  La comparación de estilos entre la pintura, escritura, diapositivas y la poesía se alternaban; los de la pluma estaban en  minoría y al final solían callar pues los pictóricos se enzarzaban en discusiones técnicas que no comprendían.
    Emilio fue a dar una conferencia a la ciudad y de paso les visitó  en el pintoresco café  para saludarles. Les presentaron,  su fugaz mirada se cruzó como flechas de fuego. No creía en el romanticismo ni en los flechazos eso debía ser cosas de poesías y novelas.   Ante la invitación de asistir a su conferencia en la sede de la universidad ella no pudo o no quiso negarse, finalizado el acto intercambiaron sus tarjetas de visita.
  Cuando creía que Emilio no la llamaría sonó su móvil,  con una conversación fluida y afectuosa, conectaron, así de sencillo.
 Ana se mostraba reticente, las dudas de siempre afloraron de nuevo.
 Y  ahora ¿Qué hacer? verle o no, por otro lado pensaba ¿y por qué no? Emilio aprovechó la oportunidad que le brindaban las Fallas y sin dudarlo la invitó a Valencia.
   La naturalidad de su comportamiento les facilitó su primera cita. Pasearon por el antiguo cauce del río alejándose del bullicio del centro de la ciudad. Surgió la complicidad entre ellos  sin apenas hablar sus miradas lo decían todo.
  Por la tarde le mostró el arte de las mejores fallas, que en unas horas el fuego las devoraría. Al atardecer Ana prefirió tomar el Ave de regreso a Alicante, no quería que nada lo estropease. 
   Esta vez dejaría que todo transcurriera lentamente, esperaba la reacción de Emilio. Sus animadas charlas de teléfono al anochecer,  cada vez fueron haciéndose más y más íntimas.
    Necesitaba sentirlo cerca aspirar el olor de su piel que  trajo con ella desde su encuentro, en su interior quería que Emilio avanzara que diera  un pasito más. Se estaba atando con unas cadenas tan fuertes a él que no sabía como resultaría el final de la batalla.
   Sin saberlo  Emilio se hallaba metido en la misma tesitura,  se daba cuenta que la situación había llegado a un punto de no retorno. Pero a medida que las horas pasaban  su cita con Ana se acercaba, un miedo cerval se iba apoderando de él.  Fue a la cocina cogió un vaso largo abrió el congelador y sacó unos hielos para en la cubitera, esa que utilizaba en la cocina para cualquier cosa menos para los cubitos.
  Rebuscó entre las botellas del bar, cogió una a medio terminar de whisky. –Estará bien añejo—pensaba— No recordaba cuando fue la última vez que la abrió.
 Se jactaba ante sus amigos que nunca bebía por una mujer ahora necesitaba imperiosamente tomar una copa que le calmara. Según pasaban las horas iba bajando el dorado líquido de la botella hasta que la consumió.
 Menuda melopea había agarrado, no podía llegar hasta la cama se quitaba la ropa dejándola tirada por el camino, se apoyaba en los pocos muebles que tenía.
  A la mañana siguiente se despertó con un brutal dolor de cabeza, sintió como todo giraba en el dormitorio, necesitaba una gran dosis de café y una aspirina. No le quedaba café ni ganas de hacerlo así  que  comenzó andar calle abajo.
  Cuando quiso darse cuenta estaba haciendo el mismo recorrido que tiempo atrás hiciera acompañado de Ana. Se sentó en un banco y escondiendo su cara entre las manos sintió unas leves lágrimas asomar a sus ojos. La quería eso lo tenía que reconocer, pero el pánico que le producía era directamente proporcional al amor que sentía por ella. A sus años no podía tirarse al abismo  sin red.
   Sabía que era el último tren,  si no subía lo perdería para siempre y él que nunca se había arredrado  durante toda su trayectoria vital. Ahora era un miserable cobarde. ¿Qué sería de Ana? Ella no se merecía el daño que le estaba causando. Él no se sentía lo suficientemente fuerte, como para darle una excusa por muy insulsa que esta fuera .  Pensó en alejarse, cambiar el nº telefónico y desaparecer.
   Mientras tanto Ana se desesperaba pensando en el porqué de su ausencia,  sin un mensaje, ni una llamada, tanta pasividad e inactividad de Emilio la desquiciaba, poco a poco fue comprendiendo que todo había terminado antes de comenzar.
De repente sonó el timbre de la puerta, la abrió,  entonces los miedos se disiparon, al ver como los brazos de Emilio la apretaban junto a su pecho.

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martes, 11 de agosto de 2020

NUBES DE CARAMELO


                                           
   Necesitaba estar unos días a solas cerca del mar, pero no de cualquier mar, si no  el bravo al borde de los acantilados. Una fuerza interior le urgía a sentir el poderoso ruido de sus olas rompiendo contras las rocas. 
 Tomó unos días de vacaciones para poner rumbo al norte, a un pueblecito asturiano donde una cabaña la esperaba con todo lo que pidió por Internet. Allí, alejada del bullicio de la gran ciudad, volvería a encontrar la inspiración, esa que llevaba dos años ausente de su vida.
   Los cuentos infantiles que tanto gustaban a los niños pero que leían los padres, ya no los escribía. No se llevó el portátil, sin embargo cargó la maleta con cuadernos y lápices de grafito junto con las acuarelas y  una radio. 
    Se instaló en la casa colocando las pocas pertenencias que había llevado,  calzó las deportivas y salió a reconocer el paisaje. Apenas  encontró  una o dos personas, observó la belleza del mar con los últimos rayos de luz por primera vez en años,  sintió estremecer su cuerpo de emoción al contemplar tan hermoso anochecer.
   Estaba  cansada del viaje y reconfortada por el paseo tomó un pequeño refrigerio, se aseó para meterse en la cama pero antes conectó la radio. Durmió plácidamente toda la noche  al despertar se desperezó muy despacio, por primera vez estaba relajada no sentía la presión de la ausencia de ideas.
      Cogió el cuaderno, las pinturas con la firme decisión de trazar un bosquejo de la naturaleza que la rodeaba. Le encantaba el cromatismo vivaz, no había más que echar una ojeada a su vestuario para percibirlo, el color era reflejo de  su carácter. A medida que ascendía hacia los acantilados, divisó  un hombre sentado en una roca frente al mar.
  A medida que se aproximaba le notó absorto contemplando el caballete con el pincel en la mano, parecía que no sabía muy bien por donde continuar su incipiente cuadro. No deseaba incomodarle, por ello se desvió hacia un sendero más abrupto  con  arbustos a ambas orillas, donde algunos animalitos se refugiaban de las miradas de los humanos.
    Se acomodó entre la hierba, abrió su bloc y comenzó a garabatear el paisaje, garabatear porque el dibujo nunca fue su fuerte aunque no sería por falta de constancia.
   Los ruidos de su estómago le avisaron de  la hora de volver a la cabaña,  recogió sus bártulos y comenzó a desandar el camino, pero al llegar a la bifurcación se encontró con el pintor cargado con el caballetes. Solícita se ofreció a aligerar su carga. Durante el trayecto comentaron como les había ido la mañana.
   El artista  le dijo que acudiría al mismo sitio por la tarde, ya que el cambio de luz afectaba a la luminosidad que buscaba para su pintura.
   A ella le había  había llevado hasta ese bonito rincón escondido, su falta de inspiración  si después de las vacaciones no la recuperaba, tendría que volver a su antiguo trabajo lleno de monotonía  sin luz natural en la capital.
   Después de despedirse y con el sol en su cima, lo que verdaderamente le apetecía a la joven era algo fresco y una siestecita  antes de volver al acantilado.
   Tuvo un sueño agitado  no paraba de dar vueltas hasta que sobresaltada se despertó. Por un instante se sintió desorientada, todo le daba vueltas. Cerró de nuevo los ojos pero enseguida los abrió  todo estaba en orden tal y como lo había dejado antes.
    Volvió a mover la cabeza de lado a lado, como si con el gesto ahuyentara los temores que de niña le asustaban. Se lavó el rostro varias veces con abundante agua fría  y a continuación  pasó los dedos húmedos por su pelo corto.
     Necesitaba aclarar sus ideas para ello pensó que lo mejor era andar bordeando la costa sintiendo la brisa  sobre su piel. Protegió su nívea piel con abundante crema, se calzó de nuevo las zapatillas y cogiendo una botella de agua salió a caminar por los acantilados.
   Respiraba profundamente  el aire húmedo  con tal profusión hasta henchir sus pulmones. Lo que buscaba era renovarse cargar de energía su cuerpo y llenar de paz su espíritu, en definitiva salir fortalecida para la lucha.
   Anduvo demasiado  se encontraba fatigada, se aproximó con cuidado a la peña más cercana al mar pero esta vez no vio al artista, así que estuvo un buen rato contemplando las maravillas naturales hasta que el sol se escondió. Con la luz del anochecer bajó hacia la cabaña a toda prisa por temor a que la noche no la dejara ver los obstáculos del camino.
    El cansancio la adormecía, madrugaría  para ver amanecer, era un espectáculo que en la ciudad no podía disfrutar. Al día siguiente encaminó sus pasos hacia el lugar donde solía sentarse el anciano.
  Tenía la inquietud de conocer la obra del pintor y al tiempo adquirir algunos conocimientos de la pintura que tanta fascinación causaba en ella.   
 Sus ojos se fijaban en la viveza de los colores que el artista aplicaba. Le asombró descubrir que toda la composición se basaba en unas hermosas y diminutas criaturas rubias y de ojos tan azules como el mar, una composición extraña en un paisaje claramente reconocible. Creaba un mundo mágico desconocido hasta entonces para ella.
   Apenas intercambiaron algún comentario sobre la obra, él no daba crédito a que no le reconociera siendo tan afamado en los círculos artísticos. “Mejor así” pensó; estaba saturado de los  elogios vanos que a veces escuchaba. Por lo menos ella lo trataba con respeto  sin adulaciones.
   Después de pasar toda la mañana juntos, el pintor la instó a contemplar los últimos cuadros que había pintado desde que se trasladó la primavera pasada. Ante sí vio como la temática era la misma solo cambiaba el fondo.
    La cronología era como estar viendo una película de fantasía.   Descubrió como en cada pintura su centro estaba dominado siempre por una misma figura etérea, con unas alas apenas perceptibles, mientras que en las demás se veían con toda nitidez. Al preguntarle por ello la respuesta la dejó tan desconcertada que no reaccionó.
   ¿Cómo es posible que estuviera pintando lo que soñaba y que además la estuviera esperando? ¡Si hasta hace unos días ni siquiera ella sabía en que lugar concreto iba a descansar!
    Su sorpresa fue aún mayor cuando  el pintor le indicó sonriendo que observara los rasgos faciales de la figura principal. ¡Qué casualidad! ¡Qué parecido tan enorme! La verdad  le recordaba cuando era pequeña y cuanto más la observaba más se reconocía.
    La invitó a comer en un hotel rural próximo al pueblo. Cuando degustaban las  viandas de la zona, el artista comenzó a contar las historias que por allí pululaban. Le habló las creencias de la gente en la existencia de las xanas.
   Después se fueron paseando hacia el mar  el artista comenzó a narrarle una de las leyendas que por allí se decían. Cuando más avanzaba en el relato más intrigada se sentía, supo que las xanas intercambiaban sus hijos por los de los humanos para que éstos los alimentasen con leche ya que ellas carecían de pechos.
    En un periodo aproximado de cuatro meses los volvían a cambiar, pero al niño humano siempre le dejaban de regalo una cualidad con la que  le facilitaría su estancia en el mundo.  Después de referir la historia hizo una pausa prolongada, la miró y dijo: “yo soy uno de esos niños”. Ahora solo me queda rogarte que cuentes sus mundos mágicos, para ello te daré los cuadros que pinté durante mi estancia aquí. Es la inspiración que andabas buscando, mientras escribas sobre ellas todo irá bien. Si alguna vez te vuelve a fallar vuelve aquí ellas te recompensarán”.
   No salía de su asombro ante semejante revelación, no se lo pensó dos veces cuando le prometió que escribiría inspirada en sus pinturas. El artista se despidió de ella pues al día siguiente partía para Madrid por unos compromisos ineludibles.
   Al día siguiente la embargó la melancolía por la ausencia de su nuevo amigo.    Con calma y cuidado fue envolviendo sus cuadros los metió en cajas y las selló para protegerlos.
 Al refrescar la tarde se alejó de allí pensando que había descubierto un nuevo y maravilloso mundo mágico. Se había reencontrado con la niña que fue  eso le había ayudado a comprender lo que el artista le transmitió.
   De vuelta a la rutina se maravilló al contemplar cómo las pinturas cobraban vida ¿o acaso era su imaginación? Al estar delante del portátil  sus dedos volaban sobre el teclado apenas comió pues no podía dejar de escribir... ¡hacía tanto que no le ocurría!
    Los días se le pasaban volando, le faltaban horas para escribir estaba emocionada con las historias que fluían por su mente.
Una tarde un timbrazo la devolvió a la realidad: una amiga la llamó para recordarle que tenía que acudir a una exposición de pintura a la que ambas habían sido invitadas,  se calzó las sandalias, cogió el bolso y bajó  las escaleras.
   Iba deteniéndose en cada obra de temática variada, desde lo abstracto al retrato pasando por los bodegones, pero fue el cuadro que cerraba la exposición el que la dejó boquiabierta, se reconoció aunque la pintase con el pelo largo, rubio y con unas tenues alas semi transparentes en medio de unas nubes blancas y rosadas.
    Sonrió al ver como le recordaban a las nubes de caramelo que le compraban cuando era niña. Desde el fondo de la galería unos ojos de mirada dulce le estaban diciendo que en el cuadro había algo más que ella debía encontrar.
    Los reconoció, pero los suyos respondieron con preguntas que hasta entonces no había hecho. ¿Por qué la pintaba con alas transparentes? ¿Qué mensaje trataba de enviarle? Los interrogantes bullían en su cabeza una y otra vez, quiso aproximarse al pintor para que le diera alguna clave, que le ayudase a descifrar la pintura. Al aproximarse le vió desaparecer  entre la gente. Con él se desvaneció su oportunidad de saber.
   Se volvió hacia el cuadro para memorizar cada detalle buscaba las pistas que el artista le decía a través de la pintura. Suspiró profundamente cuando una idea increíble cruzó por su cabeza.

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viernes, 7 de agosto de 2020

EL ESCRITORIO DE ÉBANO


Era domingo por la mañana y nos apetecía mucho dar una vuelta por el rastro, hacía varios años que perdimos la costumbre de aquellos  domingos de darnos un paseo por la Ribera de Curtidores y terminar comiendo en alguna antigua taberna del barrio de La Latina.
Dejamos el coche en la Plaza de Castilla y bajamos al metro nos apeamos en Atocha  desde ahí comenzamos el recorrido, más bien turístico, no sin antes degustar un buen chocolate con churros hacía tanto tiempo que no lo saboreábamos… tanto como  tardamos en visitar el rastro.
Atravesamos el barrio de Lavapiés hasta llegar a la Ribera de Curtidores. A partir de ese instante el gentío abarrotaba la calle central y adyacentes. Agarré bien el bolso que llevaba cruzado  Rodrigo palpó su cartera, nos miramos y sonreímos.
Nuestros ojos miraban sin buscar nada en especial, el ruido de cacharros, el soniquete de los vendedores y el griterío de la muchedumbre nos ensordecía. Ahora recordaba porqué dejamos de visitarlo.
Cogimos de nuevo el metro hasta Sol  desde allí nos dirigimos hacia el Mercado de San Migue con sus excelentes tapas, lo añoraba cuando era verdaderamente un mercado tradicional pero los tiempos de las grandes superficies acabaron con él.
Su forja de hierro, las grandes cristaleras era lo que permanecía inalterable.
Nuestra conversación giraba en lo poco que habíamos visto de mobiliario antiguo asequible a nuestro bolsillo; y uno que se adaptaba estaba demasiado deteriorado para nuestras expectativas.
Al pasar por la calle Mayor de vuelta a casa, en una callejuela había un diminuto escaparate  que mostraba un escritorio de ébano impoluto, no tenía  aspecto de otro siglo. Sin embargo era muy elegante, al observar mi interés  él dijo: ni pases a preguntar precio, estará por las nubes y no lo podremos pagar.
Saqué el móvil e hice una foto así por lo menos me alegraría la vista, o porqué no quizás en otro momento pudiera comprarlo.
Los días fueron pasando ocupados con los trabajos y la rutina diaria, las conversaciones ente nosotros se limitaban a las necesidades de cada jornada.
De pronto Rodrigo comenzó a viajar con frecuencia la distancia cada vez se alargaba más, sin apenas palabras de cariño y la escasez de caricias, la intimidad se estaba yendo por la ventana.
Un domingo me fui hasta el rastro por ver si hallaba un escritorio similar, aunque no fuera de tan preciada madera por lo menos que tuviera estilo.
Di vueltas y más vueltas, no dejé comercio ni puesto sin revisar, estaba claro que ninguno estaba a la altura de mis expectativas.
El escritorio de aquel escaparate no se iba de mi cabeza, su mezcla fascinante de ébano y palo santo, los herrajes en bronce trabajados con una delicadeza inusitada, una fuerza incontrolable me empujaba hacia él.
Mi despacho lo pedía a gritos  constantemente, necesitaba quitar la mesa donde inicié mis trabajos de estudiante.
Ahora deseaba rodearme de cosas que transmitieran un encanto especial, pocas, pero que al mirarlas fuera capaz de sentir emociones diferentes. En mi caminar  al doblar una esquina la vida me regaló una bella sorpresa.
Mi mundo tal como lo vivía hasta ese momento se estaba desvaneciendo,  a no mucho tardar debía tomar decisiones complicadas si quería ser dueña de cada instante, sin críticas destructivas que me hundieran en un pozo sin fondo.
Sin decírselo a Rodrigo me acerqué al centro con el firme propósito de comprar el escritorio. Al salir del metro de Sol el corazón se me aceleraba a cada paso. Por fin iba a ser mío.
Miré el escaparate  allí estaba él, respiré profundamente y me adentré en sus dominios.
Me asombró su bajo precio  pregunté a que se debía.
El hombre dijo que solo era un intermediario entre el dueño y el posible comprador, solo buscaba  una persona que lo apreciara y conservara, el dinero era un factor secundario.
Mi curiosidad hizo inquerirle si algún motivo extraño se ocultaba tras sus cajones, respondió que lo desconocía.
Hicimos la transacción y en dos días luciría el centro de mi despacho.
Ya en la calle antes de coger el metro subí a la primera planta de la Mallorquina desde sus amplios ventanales se domina el centro de Madrid, sus mesas de mármol y forja, con facilidad te transporta a la ciudad de antaño, el olor de su horno se percibe a varios metros de distancia lo que invita a los viandantes a  disfrutar de  una suculenta merienda.
Al llegar a casa Rodrigo me esperaba sentado en el sofá, con gesto adusto me invitó a que le acompañara, me senté a su lado como quién espera una regañina por haberse portado mal.
Me miró, tragó saliva y soltó como una bomba: quiero el divorcio, por cierto el escritorio que tanto te gustó es mío. Así que volveré a la tienda a recogerlo.
—Un poco tarde, el escritorio es de otra persona, esta tarde pasé por allí y ya no estaba. Sobre el divorcio cuando quieras pero los gastos corren de tu cuenta.
—De acuerdo los pagos yo  ¿No tienes curiosidad del porqué?
 
—No, el motivo me da igual, solo quiero que no haya una guerra entre nosotros a la hora del reparto. —
—No por mi parte no, siempre que sea justo. Esta noche me iré a un hotel.
Al salir me dió un beso en la mejilla,  le despedí con un lacónico hasta luego.
No podía conciliar el sueño, daba vueltas y más vueltas unas veces pensando en el divorcio y qué le motivó a tomar esa decisión y otras en mi ansiado escritorio.
Así ví amanecer y opté por levantarme temprano, después de un ducha y un apetitoso desayuno me encerré en el despacho.
Puse  todo en el suelo para hacer una limpieza a fondo. Libros, plumas, bolígrafos que aún conservaba en sus estuches. Algún pequeño objeto que él solía regalarme sin venir a cuento,   me agradaba tanto…
Ahora todo adquiría otro significado había que despojarse de recuerdos vanos, y crear sitio a los venideros.  Los objetos aunque sea por un leve instante, cada vez que los miramos nos recuerdan a la persona que nos lo entregó.
Sonó el timbre de la puerta y acelerada como una colegiala corrí a abrir la puerta.
¡Ya estaba aquí! Mi  ansiado escritorio había llegado.
Me apresuré a colocar los lápices, rotuladores y los bolígrafos de colores en los cajoncitos superiores,  en las diminutas estanterías los pequeños objetos que se libraron del ataque de limpieza.
Continúe con el resto de papeles, archivos personales y un par de borradores de novelas inacabadas.
Por último puse el portátil en el centro, junto con el ratón y el cable-cargador. Me senté en el butacón, recostada lo acaricié para empaparme de sus emociones incrustadas.
Al recolocar los cables empujé la tablita que dividía los cajoncitos, cuál  fue mi sorpresa cuando cedió mostrándome su secreto.
Mis ávidos ojos escudriñaron el oscuro agujero y descubrí un cartón que al sacarlo reveló una ajada fotografía, la miré detenidamente, cuanto más la miraba más me asombraba, una pareja de jóvenes con ropajes de otro tiempo y el gran parecido del hombre con mi ex.
Las intrigas y los misterios me encandilaban. La hora de investigar había comenzado. Ahora ya tengo un buen argumento para mi próxima novela. 

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miércoles, 5 de agosto de 2020

MINERVA Y JAVIER


                                           

Llegó tan cansada del viaje a Londres que fue directa a la habitación dejó la maleta y la puerta abierta de par en par, se quitó los altísimos tacones  y se tumbó en la cama.
Con los párpados pesados  contempló la estancia, respiró profundamente a la vez que sintió una gran sensación de alivio.
Otra vez había disfrutado del congreso en buena compañía fueron días tan especiales que al recordarlos la sonrisa afloraba a su labios.
La monotonía familiar la sumía en el más profundo tedio, la rivalidad con su marido hacía que los dos compitieran en sus respectivas carreras.
Las discusiones cada vez eran más frecuentes unas veces por los niños y otras por un motivo insignificante, la incomprensión, la falta de comunicación les distanciaba.
Cada uno por su lado fueron buscando alternativas que les hicieran soportables las pocas horas que compartían.
Minerva optó por acudir a todos los congresos y conferencias para ascender en el trabajo y él se centró más si cabe en el suyo. La música que tanto le gustara de adolescente la retomó con su antigua guitarra electrónica, sin embargo  las clases las hacía con la española un par de veces por semana.
Su lectura se limitaba al mundo profesional y las novedades que le aportaban información para sus conferencias.
La economía adquiría una progresión elevada al mismo tiempo que aumentaban los caprichos.
Cambio de casa, de coches, ropa cuánto más cara mejor, las vacaciones de verano a lugares lejanos y exclusivos. La cuestión era presumir destacar ante sus conocidos su alto nivel de vida.
Sin embargo la satisfacción material dejaba un hondo vacío afectivo, sus miradas perdieron el brillo de antaño.
Ella se negaba aceptarlo y en uno de los viajes encontró a la persona que le llevó a experimentar cosas nuevas, devolviéndole la sonrisa y el brillo a sus ojos.
Sin embargo Javier inmerso en la rutina no percibió los cambios de Minerva, durante muchos meses ella continuó con su doble vida.
Era su aniversario  para celebrarlo se fueron de viaje a la ciudad donde todo comenzó. El champán, las flores, la música, los intercambios de regalos, la lencería sensual y los nuevos juguetes crearon un mundo de sensaciones donde el placer era el rey.
Sonó insistentemente el móvil de Minerva con la excitación del momento lo quiso apagar y equivocándose de tecla lo descolgó  al otro lado Javier descubrió el motivo del cese de sus discusiones.
A su regreso más eufórica que de costumbre le dio un beso sin parar de hablar hasta que Javier en tono quedo le espetó— quiero el divorcio—
Con gesto adusto le contestó— entonces lo sabes—
    ¿Como te has enterado?—
    No importa, dime cuánto tiempo lleváis—
    Un año—
Poco a poco se fueron enzarzando en una fortísima bronca que asustó a los niños. Después cogió su ropa y se fue a la habitación de invitados.
A la mañana siguiente buscó un despacho de abogados matrimonialista e inició los trámites.
Minerva se refugió en su amante en cuanto le propuso formalizar su relación, no halló la respuesta que esperaba.
Una vez divorciados buscó un apartamento y continuó volcado en su trabajo, solo veía a  los niños el tiempo estipulado.
Pronto comenzaron las presiones familiares por ambos lados. “Vuelve a casa por los niños” “mira que la economía se resiente y podíais vivir mejor” “perteneces a un estatus social que te ha costado alcanzar” “sois el cotilleo de todos” etc. Etc.
Como no les daba resultado manipularon al niño mayor, por el que él sentía auténtica devoción. A fuerza de insistir al verano siguiente consiguieron que regresara.
Habitaciones separadas, sin discusiones, vacaciones juntos a todo lujo y jugar a la apariencia de la reconciliación.
Dejar pasar el tiempo, ver crecer a los hijos y pagar un precio emocional tan alto que cuando los niños fueran jóvenes y se fuesen del nido ¿Qué habría sido de sus vidas?..
¿Entonces serán capaces de ejecutar su divorcio para crecer o seguirán con los convencionalismos sociales? ¿Podrá más la fuerza de la costumbre que sentir la libertad para evolucionar?

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