Tenía algunos sueños por cumplir con la íntima
esperanza de hacerlos realidad algún día. Los años fueron pasando y hete aquí
que el azar se alió conmigo en forma de un concurso de televisión. Nunca creí
en ellos, hasta que escribí una carta para participar. Me olvidé del tema y al
cabo de unas semanas recibí una llamada.
Desconfié de la persona que me informaba
que estaba seleccionada para participar al día siguiente en el concurso. Esa
noche la pasé inquieta, no por la dificultad de las preguntas que fueran a
hacerme si no más bien porque era la oportunidad de conseguir el sueño que
tanto anhelaba: hacer un crucero por el Mediterráneo.
Al
fin lo logré, estaba eufórica, el crucero era mío. Llamé a Pilar con la intención de venir conmigo. Se encontraba en Rabat y yo
en Alicante, nuestro punto de encuentro sería la estación de tren de Sants en
Barcelona.
En la parada de taxis se desbordó nuestra
alegría, de ahí a embarcar solo era cuestión de minutos. Era alucinante...
¡estábamos haciendo un crucero!
Una vez en cubierta nos sirvieron unos
refrescos mientras zarpábamos y dejamos
atrás la ciudad de Barcelona. La noche fue magnífica.
Por la mañana temprano atracamos en
Villefranche sur mer, un pueblecito de apenas cinco kilómetros cuadrados,
situado en la falda de una montaña en la Costa azul, muy bonito con las casitas
blancas escalonadas entre multitud de árboles.
A pesar
del incipiente francés de Pilar y del mío casi olvidado, conseguimos entender
la dirección de la estación de tren, por cierto muy escondida, cuyo caballo de
colores nos llevaría a Niza.
Callejeamos para arriba y para abajo viendo
toda la mercancía de los comercios en el exterior, sus nombres escritos en
italiano nos llamó mucho la atención lo mismo que su colorido. El casco
antiguo, con sus calles estrechas y las fachadas de sus casas en tonos rojos y
ocres, denotaba una clara influencia italiana.
Fuimos
al Paseo de los ingleses, donde se hallan los edificios más espectaculares y
rimbombantes para el turismo burgués. Admiramos el bellísimo azul del mar que
no observamos en otro lugar. Nos montamos en un tren descubierto con un guía
que solo hablaba en italiano e inglés, que nos hizo un recorrido hacia la Niza en sus orígenes cuyo nombre,
Niké, se debe a diosa de la victoria y que derivó al nombre actual. Conquistada
por los romanos y tras diversos avatares históricos llegó a ser italiana hasta
mil ochocientos sesenta y luego la recuperó Francia.
Subimos a la cumbre de la montaña donde
tuvo lugar la fundación de la ciudad, las ruinas musealizadas y un hermoso
parque con bancos de piedra daban un aspecto relajado para reposar el espíritu.
A la
mañana siguiente nos esperaba un nuevo desembarco en esta ocasión sería
Livorno, el puerto más cercano de la
Toscana, donde admiramos un bello paisaje de montañas verdes y una planicie
repleta cultivos agrícolas con unos pueblos cuya historia se pierde en la noche
de los tiempos.
Por
fin teníamos ante nuestros ojos la ciudad de Florencia, bajamos por una calle
muy estrecha que desembocaba en la explosión de belleza y color que es la
catedral de Santa María de Fiore, con los tonos rosa, blanco y verde del mármol.
Contemplamos el Baptisterio, con sus tan
afamadas Puertas del Paraíso, y el campanario con su enorme cúpula diseñada y
construida por Filippo Brunelleschi,
gran matemático, arquitecto y escultor del Renacimiento italiano. ¡Que
sensación tan extraña al pisar los mismos sitios que en otras épocas
recorrieran los genios de las ciencias y las artes! ¡Cuanta hermosura por
doquier! Y la máquina fotográfica, acaparando cada rincón sin descanso.
La
Piazza della Signoria es un fantástico museo al aire libre muy admirado, con el
Palazzo Vecchio cuya entrada está
flanqueada por el David de Miguel Ángel. La Galería de los Uffizi es un museo
que alberga las mejores obras de los genios de su historia. La estatua de
Lorenzo de Medici preside la plaza y todo un conjunto que se ha conservado como
en el Renacimiento. El Puente Vecchio atraviesa el río Arno, es el único que
continúa igual desde aquellos tiempos, los demás fueron destruidos en la
segunda guerra mundial.
La
Basílica de la Santa Croce alberga los sepulcros de Galileo, Maquiavelo, Miguel
Ángel, Rossini, Vassari, Ghiberti, Alfieri y Ugo Foscoli. Demasiada información
y maravillas en tan corto espacio de tiempo. De vuelta al crucero comenzaba la
otra diversión, música, teatro, baile, piscina, jacuzzi y una comida deliciosa
para disfrutar.
Al
día siguiente nos esperaba Civitavechia, el puerto por el que iríamos a Roma.
Atravesamos la región de Lacio hasta llegar a la antiquísima ciudad del
imperio. Recorrimos todos los museos del Vaticano, incluida la Capilla Sixtina
que acababa de ser restaurada. Con el reloj avanzando más rápido de lo que
quisiéramos tuvimos que visitar los grandes monumentos a gran velocidad: La Fontana de Trevi, donde arrojamos la
consabida moneda; los jardines de Villa Borghese, las termas de Caracala, el
Quirinal y el monumento a Víctor Manuel que el pueblo llama socarronamente “la
máquina de escribir”. Sus encantadoras callejuelas que rezumaban historia y
vitalidad me cautivaron de tan modo que se arecentó mi pasión por Roma, siempre
Roma, la ciudad para volver una y otro vez...
eternamente volver.
Después
de pasar una noche más en los dulces brazos de Morfeo nos encontrábamos en
Nápoles desde donde un autobús nos acercaría a Pompeya. Nos asombró la
majestuosidad del Vesuvio; la población se hallaba a sus pies y por ello quedó
sepultada junto con Herculano en la erupción del siglo I después de Cristo.
Había mucho que ver y absorber de la
cultura romana ya que las cenizas vesuvianas han mantenido todo intacto: las
casas con sus mosaicos, la calefacción, los pasos de cebra, los frescos y las
termas. Los cuerpos que se hallaron, permitirán un estudio de las enfermedades
que había en esos momentos.
En
Nápoles además del italiano se habla una mezcla de español y griego, debido a
su fundación de origen griega cuyo nombre era Neo-polis y el dominio de España
como reino de las Dos Sicilias. Petrarca y Bocaccio pasaron un tiempo en
Nápoles donde éste último escribió el Decamerón. Los palacios, el castillo y
las iglesias junto con los demás monumentos nos trasladaron a épocas
pretéritas.
Ya
solo nos quedaba visitar Túnez, cosa que haríamos al comenzar el nuevo día. La
fiesta nocturna no había hecho más que empezar y todos nos sentíamos eufóricos.
Los bares, las tiendas, el casino y las zonas de agua estaban a pleno
rendimiento y nuestros rostros destilaban felicidad.
En
las afueras de Túnez se halla el museo de El Bardo, antigua residencia de
sultanes y reyes, cuya edificación data del siglo XIII. En él se exponen los
mejores mosaicos romanos y también contiene algunas estatuas de dioses y césares
romanos. Paseamos por la medina, eso es
un decir ya que la multitud de gente nos llevaba de un lado a otro. El
cromatismo, los olores intensos de las especias, la marroquinería y los gritos
de los vendedores nos aturdían. Allí se encontraba todo lo que pudieras
imaginar o desear, los regateos con los visitantes y el ímpetu con que te
muestran sus mercancías te inducen a comprar.
Luego fuimos a la Avenida Bourguiba, de
estilo francés, donde encuentra la catedral de San Vicente y el obelisco, así
como los mejores comercios occidentales.
Un taxi nos llevó de regreso al buque; era
la última noche que podíamos divertirnos hasta altas horas de la madrugada. El
día siguiente sería de navegación y hora
de aprovechar al máximo todos los servicios del barco.
La
celebración de despedida que ofreció el capitán junto con los camareros fue
todo un éxito, culminado por un baile coreografiado en el que participamos todos los comensales.
Aprovechamos
al máximo ese último día en el gimnasio, la piscina, el jacuzzi y un buen
masaje. Después de comer, dimos un último recorrido por tiendas y cafeterías,
para finalmente volver al camarote a hacer las maletas y dejarlas en la puerta.
Huy, ése es el "Porcellino" que da nombre al mercado florentino de donde me traje tapices y cosas muy bonitas, jeje. Veo que realizaste un crucero donde visitaste montón de sitios hermosos. Yo también estuve en Túnez y en Florencia, Nápoles... En Túnez estuve 20 días en el 2008, hasta tengo en mi blog principal unas entradas, una de ellas sobre el Museo del Bardo, y en Florencia y la Toscana estuve 15 días en el 2006, y otros 15 en el Véneto. Y ya Nápoles (y el área vesubiana: Pompeya, Herculano, Oplontis, Stabia, Boscoreale y el propio Vesubio) lo visité durante mi segundo viaje a Italia, que fue en el 2007, y donde visité también Roma (con Ostia y Tívoli), Bolonia, Ferrara y Milán. Fue también una estancia de un mes. Cruceros sólo realicé dos por Egipto (uno en el Nilo y otro por el Lago Nasser), pero aunque se pasa bien, no me gusta el escaso tiempo que dejan para visitar los sitios, por eso después de aquellos no quise volver a realizar ninguno. Besos, Toñi :-))
Me encantan los cruceros!! Llevo 4 Jajajajaja y aun no he visto la primera parte del tuyo. Ni he pisado costa francesa ni he podido ver Florencia. Engancha esta forma de viajar ;) Me ha gustado mucho la forma de contarlo Toñi. Un abrazo!!
ResponderEliminarMe ganas por uno, jajaja, gracias Elena besitos
EliminarMuy bonito el recorrido de este crucero. Yo solo he hecho uno por las capitales Europeas. Me lo pasé muy bien , y vimos varios lugares como San Michel( tambien se podía ir a Paris, pero pensamos que era poco tiempo para visitar la ciudad), Brujas una ciudad pequeña pero muy bonita, Amsterdam el condado de Kent y Canterbury(No fuimos a londres por lo mismo poco tiempo para una ciudad tan grande. Supo a poco la estancia en el barco a pesar que de las piscinas y cubiertas del barco no pudimos disfrutar porque hizo mal tiempo. Pero disfrutamos de la comida, el teatro y las fiestas,. Un abrazo
ResponderEliminarToñi me has ayudado a recordar mis propias experiencias, gracias a tu escrito. Muchas gracias. Sigue escribiendo así de bien. Un abrazo
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