jueves, 25 de enero de 2024

ENTRE PRINCESAS

 

        Primer acercamiento de Belén a las letras a la edad de once años.

 

 

 

INTRODUCCIÓN: 

 

En un pequeño reino reinaba el rey Salomón, un rey muy estricto y nada generoso, tenia dos hijas una se llamaba Alexandra y la otra se llamaba Diana.

Alexandra era una persona muy mala y siempre tenia envidia de todo, en  cambio Diana era una persona muy dulce al igual que su madre.

Su madre falleció el día de navidad y desde entonces el rey y su reino nunca fue lo mismo.

 

 

 LA LIMPIEZA…

 

 Tocaba día de limpieza, así que todas las criadas del reino se pusieron manos a la obra. Una de las criadas era muy buena amiga de Diana su nombre era Melinda y se encargaba de limpiar las habitaciones y de hacer la comida.

Melinda conoció a Diana en el bosque mientras que jugaba con su madre  y su madre la dio empleo en su reino, y desde entonces sigue trabajando allí, Melinda es como su madre porque la  cuidaba cuando ella lo necesitaba.

Pero un día el padre enfadado decidió despedir a todas las criadas del reino y puso a trabajar  a sus hijas, pero Alexandra era tan mala y tan cabezona que siempre se escaqueaba y la única que trabajaba sin parar era la pobre Diana, a Diana no la importaba trabajar pero desde que su padre despidió a las criadas ella no se sentía igual porque Melinda la protegía de todo y siempre se podía desahogar a su lado pero ahora que no estaba Diana para no sentirse así, se iba a la ermita del pueblo.

La única pena es que siempre que se sentía mal tenia que andar 38 metros andando y 40 metros a caballo para que nadie del reino se entere de a donde va.

 

 EL PRINCIPE…

En una de esas veces que Diana se iba a la ermita pasando por el bosque de Winveltón se encontró con un hombre inglés de ojos azules, cabello rubio y alto, la pregunto que hacia aquí ella sola y ella la contesto que desde que era pequeña siempre la decían que nunca hablara con desconocidos, entonces Diana se subió a su caballo y sin despedirse se fue sin dejar rastro.

Pero aquel hombre era el príncipe de Inglaterra que había venido desde allí hasta el reino del rey Salomón para acordar lo que estuvieron hablando por carta, el rey Salomón quería que se casara con su primogénita que era Alexandra.

Cuando el príncipe llego al reino con su padre el rey Lincon, el rey Salomón presento a sus dos hijas y cuando el príncipe Jim y la princesa Diana cruzaron sus caras se acordaron de cuando estaban en el bosque, y el le dijo a la princesa : parece que ya no soy un desconocido. Y Diana giro la vista nada mas oír esas palabras, pero como siempre Alexandra interrumpió  para conocer a su futuro esposo.

 

 LA CENA…

 

Llegó la hora de cenar y Diana preparó carne estofada acompañada con la salsa de miel y de postre unas trufas con azúcar fundido y para beber un Protos. En honor a su madre porque ella siempre preparaba eso en las ocasiones especiales.

Cuando Diana sirvió la cena, su hermana Alexandra la mando cenar en la cocina ella sola porque la dijo que solo podían cenar la gente elegante y ella por no molestar a su familia y perder su reputación  obedeció y se marcho.

Pero mientras que cenaba en la cocina sola se encontró con un pequeño animal detrás de la puerta, ¡ES UN RATON! Grito Diana y todos los invitados y su padre fueron corriendo a la cocina y se encontraron a Diana detrás de la nevera muy asustada,  todo el mundo cuando la vio se echaron a reír y el padre les dijo que por favor volvieran a la mesa.

 

 EL PEQUEÑO RATÓN…

 

Diana se levantó del suelo y vio al pequeño ratón muy asustado comiendo la comida que tiró cuando se fue corriendo, ella ya mas tranquilizada se fue acercando poco a poco y el ratoncito la miró y se tumbó en sus rodillas acurrucándose para descansar, Diana subió a su habitación que era  el sótano, cogió una pequeña cajita un para de telas, aguja e hilo y se puso a coser una almohada y mantas para colocar dentro de la cajita y le hizo al ratoncito una cama para que pudiera dormir sin pasar frío, porque estaban en pleno invierno.

El ratoncito muy agradecido la pidió disculpas por a verla asustado y Diana tan cariñosa le dijo que no  pasaba nada.

Ya era de día y Diana se despertó para preparar los desayunos, y se fue a buscar frutos para preparar una tarta con miel, limón y frutos del bosque.

Pero por el camino notaba una presencia detrás suya… era el príncipe que se encontró ayer,  y cuando se giro Diana le pregunto cual fue su primera impresión de su hermana Alexandra. Y el la contesto: pues tu hermana es muy rara porque es muy envidiosa y muy mala persona con los demás, también siempre quiere tener razón y que se tiene que hacer siempre lo que ella diga y quiera. Muy bien, dijo Diana, pero ahora me dices cosas buenas.  Vale contesto: es muy guapa pero no os parecéis en nada por ejemplo, ella es pelirroja  y tú eres morena ella tiene los ojos negros y tú los tienes azules por qué.

 

 LA VERDAD...

 

Diana al oír esa pregunta contestó: la verdad es que mi padre y mi madre no nos lo quisieron contar pero desde que el sótano se convirtió en mi habitación encontré un álbum de fotos de mi padre con Alexandra de bebé y una mujer pelirroja y luego una carta de boda, y eso significa que solo somos hermanas de parte de padre, pero cuando fui a cerrar el álbum en la ultima foto se encontraban en el cementerio porque la madre de Alexandra falleció y luego mi padre se casó con mi madre que luego falleció.  Pero detrás de Diana estaba Alexandra y cuando se enteró se fue.

CAPITULO 6: EL CASTIGO…

Cuando Alexandra se entero se fue corriendo al reino cogió sus cosas su maleta y se fue del reino porque estuvo viviendo en una mentira, pero cuando el rey Salomón se enteró mandó a Diana a un internado en Grecia para princesas rebeldes.

Y cuando Diana se entero cogió sus cosas se montó en el carruaje y se marchó de España a el internado de Grecia.

 

 EL FINAL…

 

Pero antes de montarse en el carruaje el príncipe Jim la agarro del brazo y la llevó hacia su padre y cuando padre e hija se miraron fijamente a la cara y se abrazaron y se despidieron.

Diana llegó a Grecia y allí se encontró con su amiga Melinda la ex cocinera del reino que se había casado con un príncipe griego y se a convertido en cocinera del internado para princesas rebeldes. Pero de repente apareció el príncipe Jim que había ido hasta allí para que fuera con el al reino de Inglaterra con él  por orden de su padre y Jim la entregó la carta de su Diana y fueron felices y comieron mucha tarta de boda, y el padre que decía:

Siento mucho no a ver tenido paciencia contigo y no a ver sido sincero con tu hermana Alexandra ni contigo, siento no poder deciros a las dos lo mucho que os quiero, pienso que el príncipe Jim será muy bueno contigo y sé que tú serás feliz a su lado, te echaré mucho de menos y espero que seáis muy felices.   Te quiere papá.

Después de leer la carta vio al príncipe Jim arrodillado con un anillo en la mano y cuando le miró le sonrió y antes de que la pidiera matrimonio ya le dijo que sí y la mejor noticia es que en la boda apareció toda la familia.

 

                                                       FIN

 

                                                  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 24 de octubre de 2022

LA VENGANZA

 Tuve un sueño hace unos días que me inquietaba, sueños que llevaba tiempo sin experimentar, quizás porque mi mente ha estado muy preocupada, o porque mi estado natural era estar alterada, a veces el malhumor lo tenía enquistado. Me volví huraña, inaguantable  y comencé a no salir a la calle, solo lo imprescindible para no morir de inanición.

Estaba en una casa  desconocida, lo que me llamaba la atención era el suelo de mosaico geométrico   de colores opacos, estábamos reunidas mi abuela, mi prima y yo. He de decir que la abuela flotaba mientras que nosotras dos permanecíamos ella en la cama y yo sentada en un butacón del siglo XIX ajado y raído.

La abuela no paraba de hablarme y  no entendía nada, con su mano amenazante la señalaba, al principio creí que nos avisaba de alguna enfermedad grave, como seguía sin darme por aludida se aproximó y me zarandeó mientras señalaba a Tita, entonces comprendí que el mensaje era para mí.

Yo y mis sueños premonitorios… ¡como descifrarlo! si nunca fui capaz de buscar a alguna persona que de verdad fuese docto en la materia, con la de engaños que se producen, no estaba dispuesta a arriesgarme y quizás con un poco de suerte los inquietantes sueños desaparecerían.

Ilusa de mí, ahora que estaba empezando a recomponerme y la serenidad se adentraba con dificultad en mi interior, vuelve a reproducirse el fenómeno.

Loa días pasaron llenos de inquietud hasta que de repente una idea cruzó mi mente, ¿Qué teníamos en común Tita y yo, para que la abuela la señalara como hacedora de alguna patraña contra mí?

Dándole vueltas y más vueltas al dichoso sueño llegué a la conclusión que era la casa de los abuelos, así que cogí el teléfono y la dije — ¿cómo está la casa de los abuelos?— Sin inmutarse comienza a narrar

—Bueno la casa es mía, la abuela se la vendió a mi madre y luego mi hermana renunció a su parte y la casa está a mi nombre—

—Como has podido ser tan ruin, ladrona e hija de mala madre o de las cuatro letras, eres una auténtica decepción, una aventajada de cierta orden, como recordarás lo decía la abuela (ni una mala palabra, ni una buena acción), no ha sido capaz de decírmelo durante tantos años y eso que decías que más que prima era tu hermana, ya que mi madre te crió junto con la abuela durante 13 años y ella feneció siendo yo una cría, con razón me avisó que me queríais quitar la casa porque todavía era mía,  ella no firmaría, aprovecharse de una persona en sus últimos momentos de vida….

Con el valor ínfimo de la casa perdida en un pueblo de Castilla casi sin habitantes, ¿te ha merecido la pena? Ahora todo el pueblo sabe tu ignominiosa acción y ya sabes lo que dicen: Por sus obras les conoceréis—

Colgué el teléfono y el llanto corría desesperado por mi rostro, no era el valor económico sino la jugarreta  indecente y ruin, el cariño y el amor de mi abuela al que no tuvieron en cuenta mientras perpetrabas semejante acción.

Ella no lo hubiese querido, ya da lo mismo hoy  25 de agosto es tu funeral aunque sea solo en mi corazón.

Ahora todo cobra sentido, las puyitas de mi tía sobre mi madre y su rencor hacia ella lo canalizaba en mí, y ese mismo odio se lo transmitía a su hija mayor Luchy, pero creo que el trío no soportaba que mis hijos hayan logrado con su esfuerzo una buena situación laboral y económica, mientras que sus nietos no cumplieron las altas expectativas que habían creado para ellos.

Así que la envidia y la avaricia se hicieron las dueñas de su venganza, por fin iban a poder resarcirse del daño causado cuando Mary Pepa era una niña, sintió la pérdida de atención de sus padres cuando nació su hermana seis años después.

¿Cómo se puede vivir una longevidad arrastrando tanto odio, que le lleve a urdir una usurpación de unos derechos a una persona que nunca pidió nada, y solo dio cariño?

Mary Pepa  ha muerto hace unos años y sus hijas de edad avanzada no hacen más que quejarse, que si no duermo, tengo muchos dolores de la artrosis. Lo normal de envejecer.

Solo están las dos y los hijos de Luchy que uno está con ella y el otro lejos que apenas le ve, del cual tiene tres nietos aunque  su contacto es casi nulo.

Su forma de vida social de aparentar y el qué dirán, siempre ha sido su modus vivendi, la ropa de marca y enjoyada, con el pelo rubio y melena corta cuyo peinado  ha mantenido desde que puedo recordar.

Qué pírrica venganza y que corazones tan negros…

Siempre las he defendido contra quien osase difamarlas, pero creo que al final las conocían mejor que yo.

Solo que ahora esta última traición que es del dominio público porque ya es tiempo de quitar las máscaras y que cada cual asuma quien es de verdad. Esa es la causa principal por la que Tita no pasa los veranos en la casa fresca del pueblo, y se asfixia de calor en el cuarto piso sin ascensor. Sin nadie que la visite solo su hermana con su marido van de tarde en tarde algún domingo a comer, si supiera lo que he escuchado de sus bocas referente a ella…por esa razón dejé de confraternizar porque lo mismo harían conmigo cuando no estuviese delante.

Sin embargo Tita no espera la última sorpresa, todo legal, muy legal de ese modo ya no me quedarían motivos para regresar y así se cierra el círculo donde por vez primera abrí los ojos a la hermosa luz de Mayo.


  

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sábado, 26 de diciembre de 2020

LOS SECRETOS DE LA ERMITA


 Era la fiesta de Todos los Santos y en San Andrés los jardines se estaban quedando huérfanos de flores. Sin embargo por estos días las lápidas del pequeño cementerio se convertían en mantos de un cromatismo inusual. Todas las losas
  limpias y adornadas, todas... Menos una.

     Ese año apareció por allí un anciano con un gran ramo de rosas rojas a duras penas se agachó al pié de la tumba, limpiándola con un ajado periódico. Sobre ella solo había escrito un nombre, “ROSALÍA”; el hombre depositó con ternura el ramo encima de las letras al tiempo que unas lágrimas se deslizaban por su rostro.

  Allí nadie lo conocía pero él se movía  con soltura, como si hubiese habitado allí toda la vida aunque había pasado mucho tiempo el pueblo apenas había cambiado. Alguna que otra casa de nueva,  el agua corriente y el asfaltado de las calles. 

  Su belleza paisajista se debía a los dos ríos que lo bañaban  y a las redondeadas colinas que lo enmarcaban. Contaba con la iglesia parroquial de estilo románico y una preciosa ermita rodeada por unos muros con una hilera de álamos a lo largo de estos, todo ello se completaba con una puerta de dos hojas de forja negra completaba el exterior.
   La enorme pradera era  antesala del edificio. A la derecha adosada al muro, había una vivienda de adobe donde se alojaba la familia del guardés. Él cuidaba del mantenimiento, pero el repaso de los accesorios religiosos quedaba a cargo de las mujeres.
  Berto nunca perdió el contacto de los acontecimientos relevantes que ocurrían en el pueblo y la provincia gracias a su suscripción  al periódico Cuando los habitantes de la localidad decidieron restaurar la ermita no sabían que despertaban los fantasmas del pasado, un pasado que todos se empeñaron en olvidar. Comenzaron a talar los árboles centenarios que la rodeaban, para continuar derribando el muro y la ruinosa casa del guarda. Las hermosas puertas desaparecieron una noche y nunca se supo que fue de ellas.
    Al retirar los últimos escombros de la vivienda descubrieron lo que parecía una tumba, extrañados removieron las piedras y la tierra hasta que el crujir de la madera les hizo detenerse. La sacaron con cuidado y  prestos desclavaron las tablas.   .
      Los ojos de los asistentes miraban con asombro el descubrimiento que estaban presenciando; un esqueleto de mujer cubierto con ropas de otros tiempos y al cuello una cadena de plata de la que colgaba la medalla de la Virgen con una inscripción en el reverso: “Berto”.                                                                                     
    Se puso en marcha el protocolo judicial para identificar el cadáver y darle sepultura. La familia que en otro tiempo habitó la casa había emigrado hacia la capital a los pocos años de que su hija huyera del hogar. El esfuerzo por reconocer los restos fue inútil el hallazgo se publicó en el periódico pero nadie respondió.
    Las autoridades dieron sepultura a los restos no hubo funerales ni comitiva que los acompañara hasta la tumba, sus huesos descansarían en un lugar apartado de las demás. Las hierbas pronto lo invadirían todo  y entonces pasaría desapercibida hasta caer en el olvido. Un día una lápida de mármol blanco  la cubrió.

    Durante bastantes semanas fue  tema de conversación  entre sus gentes  el hecho transcendió más allá de la provincia, pero como casi siempre el tiempo terminó por acallarlo.

   Berto paseaba por San Andrés recordando su infancia y parte de su juventud. Sus padres habían fallecido hacía  años y sus hermanos emigraron a diversas ciudades.  Como un turista preguntó por alguien que enseñara la iglesia y la ermita. Lucía,  era quién en ese momento se responsabilizaba de las llaves de los lugares de culto y en atender a los visitantes.

     Berto  pidió ir primero a la ermita estaba inquieto por conocer todo lo que se comentaba acerca del  extraño descubrimiento acaecido por allí.

  Durante el  paseo Lucía no paraba  de hablar  de las excelencias que adornaban a San Andrés, ella tenía a gala de ser la mejor informada todo lo que en el pueblo sucedía la denominaban “la gaceta” o “corre ve y dile”.

   Él se limitaba a oír sin implicarse en la conversación deseaba pisar de nuevo las baldosas de la ermita y buscar en su memoria aquellos lejanos recuerdo de su incipiente juventud
   Al traspasar el umbral  le embargaba una gran emoción y sus  denodados esfuerzos por reprimir las lágrimas que luchaban por brotar.
  Después de curiosear  por el recinto le pidió a Lucía  quedarse a solas un rato. Ella se marchó no sin antes indicarle dónde debía dejar las llaves  cuando se fuera.

   Berto se sentó en el primer banco, respiró profundamente, cerró los ojos y sus recuerdos comenzaron a hacerse presente. Escuchó la voz de Rosalía llamándole igual que hiciera cada vez que se veían a escondidas; entonces él salía de detrás de la puerta que llevaba al coro y se fundían en un largo abrazo sintiendo su calor  y sus besos. Su perfume floral  inundaba todo su ser. ¡Dios mío como la amaba!

    A su regreso del servicio militar la buscó   preguntó por ella a todo el que quería escucharle, pero siempre se topaba con la misma respuesta: “se fue del pueblo”. Sin embargo al indagar un poco más, llegó a la conclusión que nadie la había visto partir.  Fué en su busca y  al no hallarla continuó  su vida lejos de San Andrés.

   De pronto recordó el escondite secreto donde se dejaban las notas cuando la situación se tensó tanto que Rosalía apenas podía salir de casa. Sus padres habían concertado su matrimonio con un hombre veinte años mayor.
   Su continua negativa a contraer nupcias la condujo a un encierro casi total. Los padres decían que se hallaba enferma   apenas salía a la calle, solo iba a la ermita.

    Los jóvenes buscaron comunicarse evadiendo la vigilancia de la familia las notas que se escribían estaban ocultas en una oquedad que  fabricaron en el camarín de la Virgen.

   Berto, como movido por un resorte, se levantó y se dirigió al escondite pero había pasado tanto tiempo que le costaba trabajo identificar el lugar exacto, después de tocar  los bordes de varias tablillas consiguió ahuecar la correcta.

Vio una flor seca encima de un sobre amarillento  y ajado,  con mano temblorosa Berto lo cogió colocando la tablilla en  su lugar. Volvió a sentarse pero esta vez lo hizo en un banco próximo a la puerta del coro, allí aprovechaba la luz que se colaba por la puerta.
  Respiró profundamente y comenzó a tocar el sobre pues había una cosa abultada en su interior. Su curiosidad fue en aumento y con cuidado fue rasgando el papel para ver su contenido. Apenas hizo un pequeño agujero y  lo volcó entonces cayó el dije que le regalara cuando partió al servicio militar.
  Lo abrió viendo con sorpresa que su foto había sido cambiada por una de Rosalía pasó su dedo por ella como si la acariciara; comprobó que su foto estaba detrás. Tomó la cadena y al poner el colgante se percató que estaba rota. Lo acercó a sus labios besándolo para a continuación guardarlo en un bolsillo del pantalón. Ahora todo su interés se concentraba en la carta
     Mi querido Berto, amor mío estaba esperando tu regreso con impaciencia antes de decirme a escribir. Mis padres nos lo han puesto complicado, como te dije la vez anterior siguen empeñados en casarme con Ángel, solo por su dinero mis rotundas negativas no sirven de nada. Necesitaba decirte que estaba embarazada y esperaba que nuestro hijo ayudara a solventar nuestra situación.
    Hace unos días se presentó Ángel en casa para formalizar el noviazgo y poner  fecha a la boda, mi rotunda  negativa enfureció a mi padre y él se marchó con la promesa de hacerme cambiar de opinión.
    Creí que la discusión había terminado y me fui a mi dormitorio, entonces escuché como discutían mis padres, los gritos  me desesperaban  salí para apaciguar.
  Mi padre estaba furioso  me preguntó  por la razón de mi negativa. No me quedó otra alternativa, me vi tan acosada que les conté que estaba embarazada de tres meses.
    Así que se puso tan fuera de sí que me zarandeó con tal violencia que caí por las escaleras, como consecuencia tuve la pérdida de nuestro hijo. A raíz de lo sucedido estoy enferma, siento que la vida se me escapa, no quieren llamar al médico para que no se sepa lo ocurrido.

     Ya sabes, lo  del que dirán y la familia quedaría marcada. No se que será de mí pero quiero que sepas la verdad y sino nos volvemos a ver guardes el dije con todo el amor que siempre nos unió.

        Te amo, siempre tuya
                                                                                Rosalía

     Con las lágrimas bañando su rostro dobló con cuidado la carta se la llevó a los labios  la besó, con un beso tan intenso, cálido y amoroso que nadie pudo imaginar.

  Alzó la vista hacia la Virgen  rezó como nunca lo había hecho. Comprendió el sufrimiento enorme que le proporcionó su amor, y él pensando durante tantos años que ella lo abandonó.
   Un sentimiento de culpa se adueñó de su espíritu. Entristecido, con las manos metidas en los bolsillos y cabizbajo se dirigió a la puerta cerró con la llave,  encaminó sus pasos por el paseo hacia  la carretera que le acercaba hasta la entrada del pueblo, en ese mismo instante tuvo la sensación  que pronto se reencontraría con ella.

  Llegó hasta la casa que Lucía le indicó y entregó las llaves  fue hacia su coche sin saber muy bien que hacer. Los pensamientos contradictorios se agolpaban en su mente.

   Puso el auto en marcha con dirección a la capital cuando al pasar por delante del taller del marmolista frenó en seco. Una idea pasó veloz por su cabeza y decidió ponerla en práctica.

    Entró en el despacho  a recoger su cartapacio y un sobre para el dije, acto seguido se metió en el coche lo arrancó y ahora sí. Volvía a casa.

     Durante el trayecto no dejó de pensar, su mente le retrotraía a los momentos más tiernos vividos junto a ella.

   Una vez en su hogar echó un vistazo a las fotografías que resumían su vida de tantos años, su esposa ahora ausente, sus tres hijos y los pequeños que le hacían sonreír cada mañana.

    Estuvo varias horas delante del ordenador buscando sin cesar algo que concretara la idea que tuvo en San Andrés.

   Al día siguiente fue a la consulta del médico especialista a recoger el resultado de las pruebas que anteriormente al viaje se había hecho.

   No fueron buenas noticias el reloj de su vida comenzó su marcha atrás no le impresionó quizás su inconsciente lo esperaba. Con el informe en la carpeta entró en la cafetería del hospital a tomarse un gran desayuno.

   Su rostro se relajó conforme saboreaba cada bocado  disfrutaba del café ardiente que tanto le gustaba. Después regresó a casa y comenzó a organizar sus papeles legales.

  Llamó a su hija para tomar una merienda ella aceptó la invitación  su curiosidad aumentó cuando le rogó que llevara su cuaderno de dibujo y los lápices.

   Berto tenía una ligera idea de como tenía que ser el monumento funerario, solo necesitaba que alguien lo plasmara en papel y su hija era la más indicada.

    Tras una extensa charla llena de confidencias por ambas partes “la niña”, como él la llamaba, abrió el bloc y con agilidad sorprendente trazaba unos rasgos que pronto se convirtió en un bello boceto. Su padre sonrió lleno de satisfacción por el resultado. Si el escultor seguía fielmente el boceto estaba  demostrando al mundo su gran  amor.

   Echó una ojeada y vio que todo estaba en orden, metió un poco de ropa en una bolsa  bajó al garaje para iniciar el viaje pero esta vez si sabía su final.

   Cuando llegó a San Andrés los albañiles estaban prestos  para montar el grupo escultórico. En el cementerio el marmolista terminaba de pasar un trapo para limpiar los últimos restos de polvo. Berto comprobó con sus ojos que el mausoleo de Rosalía quedaba perfecto.

    Volvieron al despacho a finalizar los últimos flecos del contrato, entonces se le ocurrió preguntar  por una tumba cercana. Le informaron que si lo deseaba podía utilizar la de Rosalía, ya que cabían dos féretros, le pidió que pusiera “BERTO” debajo de ROSALÍA. Juntos por toda la eternidad.

                                                      

 

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jueves, 17 de diciembre de 2020

PUESTA DE LARGO

—Quiero bailar, quiero bailar. Bailar hasta desfallecer, jajaja como si pudiera… ¡Qué música tan deliciosa! ¡Y con mi vestido nuevo tan hermoso y elegante! ¿Te gusta?—

Carlos giró sobre sí mismo en busca de la persona que le hablaba, pero no vio a nadie. “Lo habré escuchado a través de la pared”, se dijo.

De nuevo una risa juvenil llegó a sus oídos, mientras esperaba a ser recibido por el recepcionista del coqueto hotel. Era un palacete del siglo XVII. La fachada se mantenía sin restaurar, los balcones de hierro forjado daban la sensación que de un momento a otro se iban a desgajar de la pared, y  los preciosos azulejos florales que los embellecían ya habían iniciado su declive. Algunos les faltaban trocitos y a otros unas rayas negras los atravesaban unos huecos por donde el viento y el agua hacían estragos.

El hotel tenía pinturas y estucados, vigas y baldosas, portones de gruesa madera ricamente labrada con su correspondiente aldaba.

Traspasar el umbral del palacete era adentrarse en un mundo paralelo, las piedras frías del suelo y los enormes arcos que sustentan los pisos superiores, las dos enormes salas eran una mezcolanza de estilos.

Una pequeña escalera de madera pegada a la pared, solo adornada a la altura del rellano por un imponente retrato de una joven ataviada con un  vestido azul recién estrenado, y un hermoso collar de perlas blancas alrededor de su cuello, en sus manos nacaradas una fina sortija con un zafiro que irradiaba una luz  a juego con sus ojos. Unos ojos azules llenos de jovialidad que invitaban a sonreír.

 Mirándola daba la sensación de que en un momento saldría del cuadro para acudir a un baile.

Por fin con la llave de la habitación en su mano subió pausadamente las escaleras que le llevaban al primer piso. La gruesa puerta se abrió con suavidad.

Sacó el neceser  y se fue al cuarto de baño, al abrir el grifo el agua comenzó a salpicarle como si una mano jugara con ella. Alzó sus ojos hacia el espejo y solo vió su reflejo. Estaba tan cansado que solo deseaba  dormir toda la noche de un tirón.

Desnudo se metió entre las sábanas blancas que desprendían un suave perfume. Los párpados se cerraron mientras sus oídos escuchaban una lejana música y el murmullo de unas voces indicando una celebración.

Por la mañana temprano una caricia sobre su rostro lo despertó, sin embargo le costaba abrir los ojos, inconscientemente esperaba que se repitiera pero no ocurrió.

El despertador sonó y se sintió malhumorado por la interrupción de un sueño tan dulce, y lleno de ternura que hubiese deseado no despertar.

 

Al bajar las escaleras sintió un escalofrío, de nuevo esos  ojos azules traspasaban los suyos. “Ni que estuviera viva” pensó.  A l cruzar los arcos oyó una risita de mujer, miró hacia el interior del comedor y solo dos hombres degustaban un suculento desayuno, la risa no se le iba de la cabeza y cuánto más lo pensaba  más le desconcertaba.

“Un día más, solo un día más para que finalizara el congreso y todo esto quedaría en una molesta pesadilla”; se decía mientras  caminaba a paso ligero entre las callejuelas del casco antiguo.

Con la lectura de las ponencias a buen ritmo no volvió a recordar a la damisela del cuadro; esa noche acudiría a la cena de despedida.

Antes de regresar al hotel se fue a pasear por la orilla del mar, se quitó los zapatos,  dobló los pantalones y dejó que el agua fresca le acariciara los pies.

Cerró los ojos, alzó la cabeza hacia las estrellas como quien  conjura un íntimo deseo que sabe inalcanzable, así estuvo un buen rato hasta que el hambre le devolvió a la realidad.  

Al bajar las escaleras del hotel no pudo evitar mirar de reojo al cuadro, cuando escuchó “llévame al baile”, sacudió la cabeza y continuó el descenso, una vez en la calle se creyó a salvo.

Regresó agotado, había disfrutado como hacía tiempo no recordaba, ¡si hasta bailó! Cosa inusual en él.

Al subir las escaleras tropezó y cayó cuan largo era, miró arriba y abajo, a esas horas solo el recepcionista estaba levantado.

Sin embargo las risas las escuchaba nítidamente, observó el cuadro y  los labios de la dama temblaban como si aguantaran una risa estrepitosa.

Enfadado por su torpeza entró en la habitación y se tumbó sobre la cama. Los ruidos le despertaban una y otra vez, las luces se encendían solas, los grifos se abrían y cerraban como si tuvieran vida propia, al igual que las cortinas de la ventana.

Estaba deseando que amaneciera para dejar aquella habitación y olvidar semejante pesadilla que comenzaba a ponerle nervioso. Con los primeros rayos del sol saltó de la cama, se arregló y con la maleta en la mano echó un último vistazo a su alrededor y cerró la puerta lanzando un suspiro de alivio.

Al bajar las escaleras por última vez, se detuvo en el rellano y miró detenidamente el cuadro mientras le decía: “No sé si eras tú quien me quería volver loco, pero casi lo consigues”.

Le pareció que la dama de bellos ojos azules le respondía: “Y todo por no llevarme al baile, mi primer baile en sociedad”.

Ahora sí estaba seguro de que ella le hablaba y el miedo se apoderó de él que salió a toda prisa de aquel  hotel encantador.

Fue durmiendo durante todo el trayecto con la tranquilidad de alejarse del fantasma de la hermosa damisela. Al llegar a la estación tomó un taxi y se marchó a casa, al entrar un suspiro de alivio salió de su boca y dejando la maleta se dejó caer en el sofá.

Una dulce música le empujó hasta su dormitorio, allí no había nadie ni aparato que la reprodujese. Movió ligeramente la cabeza desechando un turbio pensamiento.

Al día siguiente muy de madrugada llegó a casa y se metió en la cama, de nuevo la música comenzó a sonar, el ruido de los vestidos al bailar le inquietaba. Cuando de pronto una voz melodiosa le susurra al oído “me debes un baile”.

Aterrorizado salió a la calle gritando sin parar hasta que una ambulancia lo trasladó al hospital.

Desde la calle se observa  una ventana  que golpean sin parar y se intuyen voces desesperadas.

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sábado, 12 de diciembre de 2020

EL SEÑOR DE LOS LIBROS


 Dos tardes a la semana, Leire bajada al centro a dar una vuelta  y de paso entraba en La Casa del Libro, a echar una ojeada a las nuevas publicaciones.

Vestida con vaqueros ajustados y con un top que resaltaba sus exuberantes pechos, y  subida en unos tacones con plataforma encubierta, parecía una mujer de altura…

 El paseo al atardecer a la orilla del mar y la mirada perdida en el horizonte, dejaba volar sus pensamientos para que ellos habitasen en un mundo mágico, cómo el que su padre la narraba antes de  dormir.

¡Cómo lo añoraba! Le recordaba encerrado largas horas en su despacho con varios libros abiertos sobre la mesa, los cuadernos donde tomaba notas, y al fondo  en el borde de la mesa el portátil  abierto mientras  escuchaba  música.

La puerta la dejaba entre abierta cuando se aproximaba la hora que llegaba del colegio. Momento que ambos aprovechaban para merendar y charlar. Siempre le hacía reír antes de regresar al despacho.

Los domingos la levantaba temprano, para caminar descalzos por el borde de la playa mientras el agua y la arena jugaban con ellos. Le recitaba versos, le contaba leyendas de antiquísimas y lejanas tierras del otro lado del mar. Cantaban canciones entre risas y brincos y volar, volar alto agarrada con la seguridad de sus brazos.

Hundida en la melancolía su rostro se humedecía por unas débiles lágrimas que se empeñaban en aflorar a fuerza de sentimientos.

Cómo un ritual antes de volver a casa, se mojó las manos en el agua salada y sacudiéndolas al viento murmuraba “va por ti papá”.

Un día hizo el propósito de buscar el libro de poesía, que siempre permanecía abierto en el escritorio del padre.

La primera tarde que bajó al centro entró en La Casa del Libro  se fue derecha  a  las estanterías de los clásicos. Tomó varios  se sentó junto a la mesa comenzó a extenderlos echó una ojeada y sonrió.

Leía y releía, saltaba de uno a otro, entonces comprendió la calma que transmitía su padre y la reverencia con que se adentraba en ellos.

Levantó la vista  sorprendida, se incorporó, estaba allí, acababa  de pasar por el otro pasillo. ¡No podía ser él! ¡Imposible! Aún así recogió los libros, dio un rodeo para cerciorarse y vio de espaldas un hombre fuerte, alto de pelo cano  rodeado de libros. Se dijo “uno más al club”. Murmuraba al tiempo que salía.

La historia se repitió varias veces  la curiosidad fue instaurándose en ella  hasta que una tarde decidió seguirle.

A una distancia prudencial que le permitiese verlo. El hombre se fue por  la avenida comercial,  luego se desvió entre las callejuelas del casco antiguo hasta que al doblar una esquina desapareció.

Ello no hizo más que aumentar su inquietud por verle el rostro, se estaba obsesionando por la necesidad perentoria de hablar con su padre, de desahogar su alma y recobrar algo de serenidad.

Como solo él sabía hacerlo, ahora en su madurez le encantaría tenerlo como cuando era niña.

A los pocos días regresó a la librería, lo buscó casi con desesperación y en su lugar había en la mesa los libros abiertos y en el centro el que ella buscaba sin cesar.

Miró a su alrededor  no estaba,  tomó el del centro entre sus manos lo olió,  ese perfume  le resultó familiar. Cerró los ojos acercó el libro a sus labios y lo besó al tiempo que decía “papá.”

 

 

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domingo, 29 de noviembre de 2020

MARCADO POR LA MÚSICA


Marcos era un chaval de siete años cuando sus padres pusieron en sus manos un violín. Comenzó sus clases en la escuela de música sin mucho interés.

Sin embargo  sorprendió su habilidad con el instrumento. Su destreza era importante y a los nueve hizo su presentación en una salita del auditorio.

A los catorce años comenzó una gira por diversas ciudades españolas, todo iba muy deprisa, el éxito le acompañaba, las críticas glosaban su maestría a tan temprana edad.

Envuelto en una vorágine de halagos, su vida era una noria de emociones. A los dieciocho años era conocido en el mundo entero, sus conciertos despertaban una gran admiración.

Las adulaciones le sobrepasaron, los viajes y las habitaciones de hotel tan solitarias e impersonales. Los lazos familiares se limitaban a las llamadas de teléfono, su mundo personal se derruía,   la bebida que al principio le servía de alivio, pronto se adueñó de él.

Su vida licenciosa entre clubs de alterne y otros vicios, volvieron a sus dedos torpes y temblorosos La música le abandonó o más bien él a ella. Los contratos poco a poco fueron desapareciendo su fama otrora importante se tornó en vejaciones y desprecio.

Regresó a su ciudad natal  con el violín su único amigo, tocaba en una de las calles peatonales a la espera de unas monedas que le permitieran sobrevivir.

Cada nota que desgranaba su violín llevaba la sensibilidad de su espíritu, y con ello a otras almas que se parasen a escucharlo.

Unos por incomodidad o porque le reconociesen se alejaban intranquilos, los menos nos quedábamos a escucharle. Así un día y otro hasta que movida por la tristeza y amargura de sus ojos, me aproximé sin más intención de paliar por unos instantes la soledad que le embargaba.

El miedo a la reacción en la casa familiar le atenazaba, no soportaría el rechazo de los suyos ni su desdicha vital.

De esta manera conocí su historia y mis únicas palabras fueron: Vuelve con humildad, arrepentimiento cual hijo pródigo, de ese modo las puertas de sus corazones se abrirán.

He vuelto a pasear por esas calles y hecho en falta su música pero sonrío al pensar que habrá renacido en el lugar  donde pertenece.

                                       

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viernes, 20 de noviembre de 2020

EMBRUJO EN FLORENCIA


  Era su primera noche en Florencia, sus pupilas no dejaban de mirar por la ventana para cerciorarse de que estaba realmente en ella. Cansada se tumbó en  la cama  comenzó a respirar lento y profundo.

    Consiguió quedarse dormida pero su sueño distaba mucho de ser apacible. Con las primeras luces del alba se despertó empapada en sudor, con los cabellos revueltos y más cansada que cuando se acostó. 

    Una buena ducha templada y vestida con ropa deportiva   salió con el mapa en busca del embrujo de Florencia. Descubrió una taberna de sabor añejo con sus mesas de mármol y patas de hierro forjado,  le recordaron al antiguo Madrid.

   Con fervoroso entusiasmo se adentró en la Galería de los Ufizzi de pronto  sus ojos como dos surtidores comenzaron a brotar lágrimas de emoción.

En los libros observó  La Adoración de los Magos de Leonardo, las esculturas de Miguel Ángel  tantas y tantas que era imposible  acordarse, solo sabía que estaba delante de todo lo mejor  del Renacimiento.

   Transportada aquella época lejana donde las nuevas ideas sobre la concepción de la vida se basaba en la vuelta a los clásicos griegos.

    Cuando salió a la calle se encontraba mareada entornó los ojos mientras se apoyaba en la pared. Respiró profundo  unos segundos  los abrió lentamente para cerciorarse que todo estaba bien.

   Se encaminó hacia la Piazza Della Signoria, influida por el ambiente de la ciudad su imaginación volaba, escuchaba el blandir de las espadas de los partidarios de la familia Albizzi que gobernaba Florencia, sus enemigos los Médici que intrigaban y controlaban la ciudad hasta que Cósimo de Médici consiguió el poder.

  Lorenzo protegió las artes y a los mejores artistas, convirtió a Florencia en el mayor centro de arte. Leonardo, Miguel Ángel, Botticelli  ahora su vista se recreaba con todas las obras que salieron de sus manos. El museo al aire libre tan bello con sus esculturas tan perfectas y suaves que apetecía acariciarlas.

    El Palazzio Vecchio con el David de Miguel Ángel a un lado de la puerta principal da la bienvenida a   todos los  viandantes. También se escuchan  leyendas de fantasmas,  en los lugares donde tanta sangre se derramó. Se recostó en una pared del Palazzio.

    Levantó la vista para admirar la construcción ingeniosa con la que unieron los dos palacios sobre todo la  altura que tenía, era un gran pasillo cerrado. Comentan que los regentes acudían a los oficios religiosos sin ser vistos, gracias a los pasadizos que recorrían los edificios y  los almacenes que cubren el puente sobre el río Arno.

    Estaba cansada apenas, le quedaban fuerzas, con tanta belleza se le olvidó comer,  aún así prefirió pisar los aledaños de la catedral y el baptisterio.

 Al día siguiente un último recorrido a la iglesia de la Santa Croce, allí reposan los restos de los hombres más ilustres del Renacimiento, todos, menos Leonardo que se halla en Francia.  Con su máquina fotográfica colgada al cuello la mochila a la espalda paseaba por las callejuelas para impregnarse de la arquitectura de los edificios.

  Entró en los diminutos comercios de camisetas y recuerdos. Deseaba empaparse del ambiente florentino grabar en su memoria cada edificio, cada escultura  y  el color del mármol... 

    Anochecía los últimos rayos de sol reflejado en las piedras les daba una luz maravillosa. Al  día siguiente  dejaría atrás a la bella Florencia. Llena de melancolía  pasó su mano por el hocico del porcellino de bronce que hay el mercado, (según cuentan, si lo acaricias, regresarás de nuevo)  Por si acaso, ella  prometió volver.          ©  Todos los derechos reservados.

                                                                                                                                               

                                                  

domingo, 8 de noviembre de 2020

REMEMORÓ SU VOZ


  
El tren con unos minutos de retraso al fin hizo su aparición en la estación, iba cargada con una maleta, el portátil, su bolso y  el billete con la mirada buscaba el vagón correspondiente.

   —¡Clara, Clara!—oyó que una voz la llamaba  no le resultaba extraña se volvió a mirar de donde venía y desde la puerta de un vagón que no consiguió ubicar; si se entretenía iba a perderlo. Un estruendoso rugido  comenzó a sonar.

   Acomodada en su butaca respiró profundamente mientras su mente hacía esfuerzos por recordar al dueño de esa voz. Con la impaciencia de una adolescente no soportaba la incapacidad de  recordar al dueño de ese timbre  tan característico. Su memoria lo había archivado.

    El tren se adentraba en el túnel camino de la estación de Atocha, sin pensar se levantó, revisaba uno a uno cada vagón  no reconoció a nadie. En pocos minutos la máquina se detuvo.

     Se asomó a la puerta cosa inútil, el trasiego de viajeros formaba una barrera que imposibilitaba cualquier reconocimiento.

Al girarse oyó de nuevo— ¡Clara, Clara!—

  Volvió la cabeza pero tampoco vio a nadie familiar, se volvió a su asiento y miró por la ventana, a lo lejos creyó intuir una figura de hombre alto y delgado  cuyo porte que le recordó a alguien lejano… ¡Cómo iba a ser él!   Ha pasado toda una vida desde la última vez que intercambiaron sus mensajes encriptados, y también a través de las ventanillas de sus respectivos vehículos; allí gritó su nombre entre los rugidos de las dos fieras .

   Con sus respectivas parejas al volante  ellos atrás con sus hijos logró leer en sus labios un “te quiero” Clara le dedicó un gesto afirmativo por respuesta, entornó los ojos rememorando su voz diciéndoselo al oído.

    Ahora cuarenta años después sin verse ¿cómo podía ser él? Estaban cada uno en una punta del país; se recostó en la butaca mientras pensaba: ¡Qué boba, anda que no hay Claras por el mundo!....

    Al llegar a casa sonó el teléfono lo descolgó pero nadie le respondía solo una fatigada respiración se escuchaba al otro lado.

  Pasaron los meses sin volver a pensar en ello cuando  una voz triste le comunicó su muerte.

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jueves, 29 de octubre de 2020

AL SERVICIO DEL TEMPLO


 Unos fuertes golpes hicieron retumbar las paredes de la casa, Livia la mayor con apenas nueve años corrió a esconderse dentro del arca de los vestidos.

Sonaron de nuevos los atronadores golpes ella temblaba entre los ropajes, nadie abrió y volvió la calma.

Claudia la llamaba alborozada: ¡LIVIA, LIVIA!

Salió de su escondite  corrió para hacerla callar, la tapó la boca y en voz queda le contó lo sucedido. Ambas sabían lo que significaba.

Desde muy pequeñas todos alabaron su belleza, ahora la maldecía. Debían urdir un plan para huir, pronto volverían a por una de ellas.

Sigilosas prepararon unas pocas cosas se agarraron de las manos y huyeron hacia el puerto de Ostia.

Apenas habían salido de la ciudad cuando un familiar las encontró se las llevó a casa.

Sus padres enfadados les dijeron que había que cumplir las leyes les gustaran o no, a ellos les dolía tener que separarse de cualquiera de ellas.

Al día siguiente los golpes se repitieron  con más fuerza pero esta vez la puerta se abrió de par en par, en el umbral aparecieron un par de hombres altos y fornidos que observaron a las dos pequeñas minuciosamente, después de unos segundos se llevaron a Claudia.

De nada sirvieron los gritos de Livia: Soy la mayor me toca a mí. Su llanto no tenía consuelo. El padre cerró la puerta mientras la adentraba en la casa junto a la madre. Claudia ya se hallaba en las dependencias del templo para su iniciación, en primer lugar le cortaron su hermosa y larga cabellera castaña, después la colgaron de un árbol en señal de pertenencia  al templo.

Una vez superado el trance, le esperaban diez años de largo aprendizaje sin salir del recinto. Transcurrido ese tiempo se convertía en sacerdotisa de la diosa Vesta. Entonces y solo entonces sería una bella vestal,  de elegantes vestimentas y su cabeza cubierta con un hermoso y largo velo. En sus manos una llama siempre encendida.

Mantener encendido el fuego de la diosa era su deber primordial. Sus ceremonias  eran secretas.

Habían pasado diez años Claudia junto con sus compañeras iban a ser consagradas sacerdotisas en una gran ceremonia, a la cual asistirían las mujeres de sus familias.

La procesión comenzaba con unas grandes luminarias, portadas por las sacerdotisas más antiguas  que cubiertas con túnicas y capuchas  ocultaban su rostro.

Los tambores marcaban el paso hacia el templo, mientras las jóvenes iniciadas bailaban a los pies del altar de Vesta.

Al entrar en el recinto las vestales  cerraban la procesión, entonces los asistentes se dispersaban. A partir de ese instante no volverían a mantener ningún contacto con ellas.

Era un privilegio servir en el templo, solo ellas eran sacerdotisas pues en los demás templos estaban reservados a los  hombres.

Tendrían que pasar veinte años para que Claudia quedara libre del servicio. Entonces se hallaría ante la disyuntiva de permanecer en el recinto o casarse. ¿Porqué opción se decantaría?...

 

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