martes, 3 de julio de 2018

MASCARADA

Este mes de abril está llegando a su ecuador en una primavera tan lluviosa que parece que volviera el diluvio. Los días se han vuelto negros, fríos e invernales que congelan hasta el espíritu. Las emociones están a flor de piel, sensibles o desquiciadas, según de donde venga el aire.

Desde mi ventana veo el árbol sin nombre, no lo necesita, es vulgar como la mayoría de los que forman el parque. A su alrededor se yerguen los pinos con su verdor insultante, cipreses que adornan ambas orillas de los paseos, que miran desafiantes hacia el firmamento, y tú comienzas a despuntar en tus ramas los primeros brotes de la estación donde dicen que resurge la vida.

Las raíces sujetan con fuerza la tierra buscando el alimento y saciar la sed, tienes que nutrir las venas para alimentar a tus hijas, que ahora te desdeñan y se abandonan en los brazos de una ligera brisa que las lleve hasta el suelo.

Tienes un tronco robusto y cubierto de líquenes de color oscuro que se apresuran a formar un tapiz a tu alrededor para cubrir tu desnudez, luego esperarán a que el estío les duerma con su abrasante calor.

Te miro una y otra vez, mientras las hojas del año anterior se resisten a caer, han luchado contra el sofocante calor, han aguantado firmes el duro invierno de la meseta, saben que están muertas pero se resisten a caer, a ser abono del mismo árbol que vistieron con sus mejores galas y orgullosas de su color verde brillante, envidia de sus congéneres pues los pajarillos te elegían por su fresca sombra. Ellos le ponían la banda sonora hasta que unos emigrantes de colores vivos y de mayor tamaño comenzaron a desalojarlos, sin embargo pese a su tamaño defienden su territorio con energía.

Siento que esas hojas marrones lloran al despedirte y poco a poco se descuelgan con el viento que estos días huraños y con el brote de la vida, unas nuevas y diminutas hojas de un color esplendoroso estallan con fuerza ocupando sus dominios.

Una corta infancia y una juventud llena de vigor vestirán de nuevo tus ramas cada vez más largas como si quisieran alcanzar las nubes para jugar algo diferente, quizás  poder realizar tus sueños a veces inalcanzables.

Yo también soy como tú, fuerte y paciente, los años pasados entre luchas unas perdidas y alguna ganada, las menos, voy tomando perspectiva ante los nuevos retos, que suelen ser pocos.

La soledad a veces tormentosa y otras acariciadas me acompañan cada minuto como la respiración que alimenta mi cuerpo.

Lo mismo que a ti veo alejarse a las personas que a lo largo de mi vida me acompañaron y la melancolía entonces me embarga. Nuevas generaciones me enriquecen y me hacen más llevadera la recta final de ni camino, pero mientras recorro el trayecto disfruto  cada momento y realizo algunos sueños que otrora quedaron rezagados por el devenir de los acontecimientos.

Ahora en la vejez me siento viva en esta primavera desquiciante y creo que los dos resurgimos con vigor mientras nuestras raíces nos sujeten a la tierra. La fuerza para dedicarme a hacer cosas nuevas y llenar de gente agradable algunas tardes me satisface.

Por ello miro al cielo luminoso y al igual que las florecillas absorbo el viento y el sol, escucho a los pájaros de tus ramas mientras sonrío al verte cada día más vestido con tu traje nuevo donde los rayos del sol reflejan en tus hojas su fulgor.

Quién sabe de tus anhelos, los humanos creemos que somos los reyes del universo y somos una pieza más en el engranaje de la cambiante naturaleza. No somos tan diferentes solo que nuestra vida es muy corta y la mayoría de las veces la desaprovechamos con nuestros innumerables defectos y nuestras escasas virtudes.

Tú nos sobre vivirás hasta que alguna enfermedad te agote o la mano de un hombre desalmado decida por ti.

He regresado con mi fe puesta en verte recuperado de tus heridas, y sin embargo, pese a tu frondoso y llamativo vestido he intuido tus viejas cicatrices y algunas, las menos, que todavía en un lento y angustioso proceso  de recuperación. Tu ropaje de un verde luminoso con suma habilidad trata de ocultar.

A fuerza de tanto observarnos ya no son necesarias las palabras, solo las miradas saben descubrir cómo están nuestras heridas a flor de piel, si su sanación avanza o se estanca, sentir su escozor en lo más hondo del alma.

El tiempo nos dejará tatuajes que disimulen las cicatrices y entonces nos veremos con otros ojos llenos de serenidad conseguida en mil batallas.

Y una nueva primavera regresaré para verte fuerte, tranquilo y orgulloso de los logros conseguidos y entonces como en otras ocasiones te hablaré aunque no me escuches, te sonreiré y de vez en cuando me sentaré bajo tus ramas recostada en tu tronco  sintiendo tus caricias.


 ©  Todos los derechos reservados.