Desde
mi ventana veo el árbol sin nombre, no lo necesita, es vulgar como la mayoría
de los que forman el parque. A su alrededor se yerguen los pinos con su verdor
insultante, cipreses que adornan ambas orillas de los paseos, que miran
desafiantes hacia el firmamento, y tú comienzas a despuntar en tus ramas los
primeros brotes de la estación donde dicen que resurge la vida.
Las
raíces sujetan con fuerza la tierra buscando el alimento y saciar la sed,
tienes que nutrir las venas para alimentar a tus hijas, que ahora te desdeñan y
se abandonan en los brazos de una ligera brisa que las lleve hasta el suelo.
Tienes
un tronco robusto y cubierto de líquenes de color oscuro que se apresuran a
formar un tapiz a tu alrededor para cubrir tu desnudez, luego esperarán a que
el estío les duerma con su abrasante calor.
Te
miro una y otra vez, mientras las hojas del año anterior se resisten a caer,
han luchado contra el sofocante calor, han aguantado firmes el duro invierno de
la meseta, saben que están muertas pero se resisten a caer, a ser abono del
mismo árbol que vistieron con sus mejores galas y orgullosas de su color verde
brillante, envidia de sus congéneres pues los pajarillos te elegían por su
fresca sombra. Ellos le ponían la banda sonora hasta que unos emigrantes de
colores vivos y de mayor tamaño comenzaron a desalojarlos, sin embargo pese a
su tamaño defienden su territorio con energía.
Siento
que esas hojas marrones lloran al despedirte y poco a poco se descuelgan con el
viento que estos días huraños y con el brote de la vida, unas nuevas y
diminutas hojas de un color esplendoroso estallan con fuerza ocupando sus
dominios.
Una
corta infancia y una juventud llena de vigor vestirán de nuevo tus ramas cada
vez más largas como si quisieran alcanzar las nubes para jugar algo diferente,
quizás poder realizar tus sueños a veces
inalcanzables.
Yo
también soy como tú, fuerte y paciente, los años pasados entre luchas unas
perdidas y alguna ganada, las menos, voy tomando perspectiva ante los nuevos
retos, que suelen ser pocos.
La
soledad a veces tormentosa y otras acariciadas me acompañan cada minuto como la
respiración que alimenta mi cuerpo.
Lo
mismo que a ti veo alejarse a las personas que a lo largo de mi vida me
acompañaron y la melancolía entonces me embarga. Nuevas generaciones me
enriquecen y me hacen más llevadera la recta final de ni camino, pero mientras
recorro el trayecto disfruto cada
momento y realizo algunos sueños que otrora quedaron rezagados por el devenir
de los acontecimientos.
Ahora
en la vejez me siento viva en esta primavera desquiciante y creo que los dos
resurgimos con vigor mientras nuestras raíces nos sujeten a la tierra. La
fuerza para dedicarme a hacer cosas nuevas y llenar de gente agradable algunas
tardes me satisface.
Por
ello miro al cielo luminoso y al igual que las florecillas absorbo el viento y
el sol, escucho a los pájaros de tus ramas mientras sonrío al verte cada día
más vestido con tu traje nuevo donde los rayos del sol reflejan en tus hojas su
fulgor.
Quién
sabe de tus anhelos, los humanos creemos que somos los reyes del universo y
somos una pieza más en el engranaje de la cambiante naturaleza. No somos tan
diferentes solo que nuestra vida es muy corta y la mayoría de las veces la
desaprovechamos con nuestros innumerables defectos y nuestras escasas virtudes.
Tú
nos sobre vivirás hasta que alguna enfermedad te agote o la mano de un hombre
desalmado decida por ti.
He
regresado con mi fe puesta en verte recuperado de tus heridas, y sin embargo,
pese a tu frondoso y llamativo vestido he intuido tus viejas cicatrices y
algunas, las menos, que todavía en un lento y angustioso proceso de recuperación. Tu ropaje de un verde
luminoso con suma habilidad trata de ocultar.
A
fuerza de tanto observarnos ya no son necesarias las palabras, solo las miradas
saben descubrir cómo están nuestras heridas a flor de piel, si su sanación
avanza o se estanca, sentir su escozor en lo más hondo del alma.
El
tiempo nos dejará tatuajes que disimulen las cicatrices y entonces nos veremos
con otros ojos llenos de serenidad conseguida en mil batallas.
Y
una nueva primavera regresaré para verte fuerte, tranquilo y orgulloso de los
logros conseguidos y entonces como en otras ocasiones te hablaré aunque no me
escuches, te sonreiré y de vez en cuando me sentaré bajo tus ramas recostada en
tu tronco sintiendo tus caricias.
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