jueves, 25 de junio de 2020

ENTRE LIBROS Y FLORES

Cuentan que hace muchísimo tiempo un anciano halló  un bebé  en la ribera del río. Vio como a éste lo protegía una bandada de patos que lo trataban como a uno más, gracias a su calor  consiguió permanecer vivo.

La  cogió en su cestita como un nuevo Moisés y la cuidó hasta que sus ojos se cerraron, entonces la niña creció en el pueblo al cuidado de todos, hasta que un día decidió irse a la ciudad para cumplir su sueño.

Su obsesión por el orden era casi enfermiza  los cambios bruscos de la naturaleza le aterraban, sobre todo lo concerniente a la flora.

Por otro lado su carácter afable, servicial e ingenuo, hacía que todo el que la conocía se encariñase con ella.

En la biblioteca del barrio encontró trabajo  con su primer sueldo compró algunas cosas para la casita que acababa de alquilar.

Cada noche después de cenar tecleaba sin parar su máquina de escribir y por la mañana, cuando lo leía  lo arrugaba desesperanzada lanzándolo contra la puerta de acceso  al maltrecho jardín.

En la casa de al lado vivía un anciano gruñón que tenía a su servicio a un joven padre viudo   con dos niñas y al que hacía la vida imposible, sin embargo a las gemelas las trataba cual generoso abuelo.

Una tarde Mabel acudió a tomar el té a su casa y ante los gritos que dedicó a Marcos decidió intervenir, cosa que irritó profundamente al anfitrión  que en un acto de orgullo le despidió.

Ante ese hecho Mabel le  replicó que desde ahora trabajaría para ella, muy enfadados se fueron de la casa.  La joven preocupada le contó que no podía pagarle sin embargo Marcos ni se inmutó, ella le miraba esperando una respuesta a lo cual dijo: lo pagará él, me llamará a su modo.  Mientras señalaba el jardín del anciano.

Al día siguiente muy temprano su vecino llamó a la puerta, al abrir se sorprendió desagradablemente pues cuando venía no traía  buenas  noticias.

Con voz adusta le espetó: Tienes que cuidar de las plantas y podar los árboles si no quieres que te suba el alquiler.

La muchacha intentó replicar pero el anciano dio media vuelta y se alejó. Ella sabía que aquello era un ultimátum. Sin embargo esperó al día siguiente para hablar con él. Necesitaba ayuda para comenzar tan ardua tarea.

Cuando despertó fue hacia la puerta del jardín halló guantes y  herramientas para empezar el trabajo. Los echó una ojeada y sonrió.

De un momento a otro le vería asomar por encima de la tapia refunfuñando como siempre. Sin embargo le tenía cariño.

Notaba su soledad hiriente y el sufrimiento acumulado a lo largo de su vida.  Por ello siempre le miraba con su sonrisa diáfana y afectuosa, era su secreto para penetrar por algún resquicio de su espíritu.

El tibio sol anuncia el final del invierno y el anciano tenía prisa por que Mabel plantara las flores, que al despertar la primavera todo fuese color y olor, un perfume que les embriagase en las tardes soleadas.

Día tras día a través del muro le daba una planta y le leía todo lo referente a ella. Así hasta que consiguió que el jardín fuese una delicia de paraíso. Como  último regalo le dió el libro que en otro tiempo escribiera su esposa, se lo obsequió porque  sabía que ella lo cuidaría con mimo.

Hacia mediados de mayo cuando las flores estaban en su máximo esplendor, una mañana Mabel echó en falta la voz ronca del viejo cascarrabias y en su lugar oyó  a Marcos llamándola angustiado.

Dejó su taza de té en el cenador y corrió hasta la casa al llegar encontró la puerta abierta, se adentró en la vivienda la atravesó hasta el dormitorio donde vio a Marcos secándose las lágrimas, entonces comprendió que el anciano había emprendido el viaje más importante de todos los que había hecho, su cara era de una paz envidiable seguro que su esposa le esperaba para mostrarle el camino, un lugar donde ya nunca más se separarían.

Después del funeral regresaron a la casa mientras la ordenaban hallaron encima del escritorio sendos sobres con sus respectivos nombres, cada cual abrió el suyo y a medida que leían se miraban con extrañeza.

Cuando terminaron se intercambiaron los papeles por refrendar si lo que habían leído era cierto, les parecía demasiado bueno para ser verdad, pero en efecto era real el viejo gruñón al final les quería mucho, tanto como para dejarles a cada uno sus casas y el resto de pertenencias que deberían mantener.

Se abrazaron entre sollozos a la vez que comprendían  el adusto carácter del anciano no era más que una máscara protectora.






 
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martes, 23 de junio de 2020

LECHE Y CAFÉ

  Apretaron sus manos con fuerza mientras sus fulgurantes miradas trataban de infundirse valor, ese, ese que se les escapaba antes de cruzar el umbral por última vez.

   Esa fina línea que les llevaría a una felicidad sublime o a la desdicha más absoluta. La mano temblorosa de Alfredo empujó la puerta y ante ellos estaba la enfermera con su impoluto uniforme blanco, la cual con un ademán de cordialidad les dirigió hacia la consulta del doctor.

   Tras los saludos afables del galeno sintieron que sus ojos les penetraban hasta lo más recóndito de sus cuerpos, los segundos que siguieron les parecieron interminables.

   Un suave carraspeo del médico les alertó que la noticia no iba a ser la que con tanto anhelo y sacrificio llevaban buscando.

   Las lágrimas silenciosas de Pilar resbalaban por sus mejillas, no sólo no estaba embarazada sino que su marido la dejaba, la abandonaba porque “no servía ni para darle un hijo” frase repetida tantas veces que logró hacer mella en su alma. Un sentimiento de culpa   la arrastraba hacia el abismo.

    Con la maleta en la mano dejó las llaves sobre la mesa y  se fue a toda prisa sin mirar atrás. Se alejaba con cara de satisfacción como quién acaba de soltar un lastre.

   Al otro extremo de la ciudad le esperan un bebé con su madre para comenzar una vida diferente,  había encontrado la excusa perfecta para presentar al mundo su familia.

   Mientras la desesperación de Pilar iba en aumento una profunda depresión la destrozaba. A penas comía, no salía de la cama, sus ojos eran un río constante.

  Ante esta situación su hermana llamó a una ambulancia y fueron al hospital. Pasó dos semanas ingresada y el psiquiatra que la atendía le recomendó que siguiera con la terapia y a ser posible cambiara de aires hasta la próxima consulta.

Las dos hermanas metieron unas prendas en la maleta y a la mañana siguiente emprenderían viaje a su pueblo, un bello lugar entre las montañas sorianas, donde el frescor nocturno las dejaría dormir.

Las maravillosas tonalidades de verde  la variedad de piedras, que bajo los rayos del sol muestran su belleza prolongada a través de los siglos. Las preciosas noches estrelladas avivaron los recuerdos de adolescente, buscaba en ellos la fuerza para afrontar la nueva situación personal.

Esos días los pasó arropada por la gente de la infancia que siempre disponían de una sonrisa o una palabra afable. El tiempo corría cual caballo desbocado y la consulta  esperaba en Madrid. Había mejorado pero no lo suficiente como para incorporarse al trabajo, Estuvo yendo  durante seis meses a la consulta  la mejoría era evidente, tanto que acudió a la oficina, salía y entraba sin parar, como queriendo recuperar el tiempo perdido y olvidar los años pasados con Alfredo.

  Tanto frenesí la hizo recaer y enseguida acudió a su psiquiatra. Cuando la puerta se abrió él ya no estaba, su lugar lo ocupaba un hombre alto, fornido y negro.

  Reticente, con pasos taciturnos entró en la consulta, una amplia sonrisa la desarmó. Se había estudiado a fondo su caso y su manera de abordarlo la sorprendió.

  Mejoraba rápidamente  sus días eran alegres pronto le darían el alta definitiva, sin darse cuenta ese pensamiento la entristecía.

  Tenía por delante dos semanas para hacerse a la idea de no ver más a su médico y ójala la hubiese curado para siempre.

  Las semanas se le pasaron volando y estaba de nuevo ante él, como imaginó sus manos terminaron el informe y se lo entregó.

  Era la última paciente, Robert recogió su mesa rápidamente para darle tiempo a acompañarla  a la salida, la conversación fluía sin cesar la invitó a una cafetería. Se dejó guiar por una fuerza interior que le empujaba hacia él.

  Después del tentempié se fueron a su casa al llegar a la puerta se miraron a los ojos y sus bocas se fundieron en un prolongado beso.

Pasaron las semanas, los meses y en las siguientes Navidades su  hogar rebosaba felicidad, un nuevo miembro engrandeció su familia.




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jueves, 18 de junio de 2020

ELLA Y SU FANTASMA

    Era de madrugada cuándo se despertó para ir al baño, medio adormilada echó una fugaz mirada al espejo quedándose impactada ante su reflejo. No reconocía el rostro envejecido, (pero sin apenas arrugas), el cabello cano y los ojos hundidos cómo sin vida. ¡Qué triste! Pensó: “si esa fuese  realmente yo”.

     Metida en la cama comenzó a divagar por los acontecimientos que le habían llevado hasta ese momento. Retrocedió a sus recuerdos más primigenios descubriendo asombrada que tenía algunas cicatrices “minúsculas”, pero cicatrices al fin y al cabo.

    A sus recién cumplidos diez años la ausencia materna la llevó por diversos internados, paradojas de la vida, son los momentos hermosos que todavía hoy le hacen sonreír.

    Luchadora innata, de carácter recio, sobrio y romántica empedernida, (esto último continúa siendo su talón de Aquiles, aunque se esfuerza por negarlo y reprimirlo en el fondo de su alma), ahora con tanto e intensamente vivido el romanticismo había salido de su corazón y también la ilusión por encontrar el amor, el amor correspondido, generoso, comprensivo, ese en el que te puedes apoyar cada día para superar las dificultades que la vida conlleva.

    Sin embargo mientras paseaba por una calle peatonal adoquinada, se fijó en cómo la hierba se abría paso por entre las uniones formando unas hileras de un verde intenso que contrastaba con el tosco gris del cemento. Esa observación dibujó una sonrisa en su cara.

Si la fragilidad de una brizna de hierba tiene la fuerza para abrirse paso a través del adoquín, ¿quién era ella para dudar del potencial de su corazón y la fuerza de su destino? 

Que no hagan callo las cosas. Ni en el alma ni en el cuerpo…Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero, ligero, siempre ligero. (Versos de León Felipe)




 
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domingo, 7 de junio de 2020

DOS VIAJES EN TREN

 Había dado vueltas sin cesar por los centros comerciales en busca de los regalos navideños para sus nietos. Los que la gustaban se pasaban de su presupuesto y los que se ajustaban a él no le satisfacían.

 A penas le quedaba tiempo para ultimar las compras cada vez se ponía más y más nerviosa, no le gustaban las aglomeraciones, así que decidió tomarse un descanso para comer algo rápido en cualquier cafetería del centro comercial.

    Mientras comía repasaba mentalmente los objetos que menos le desagradaban esa tarde terminaría por hallar algo especial para ellos. Entonces recordó las nuevas aficiones de los niños para Belu cosas de repostería y en su cumpleaños  unas botas originales, que seguro le encantarían.

    A Daniel un juego de lego para la play solo faltaba el pequeño Antonio, para él que apenas andaba, unos cuentos y ropita mona.

    Llegó rendida a casa se descalzó fue a la cocina bebiéndose todo el agua que contenía la jarra. Con el pijama puesto comenzó a colocar la maleta,  lo que necesitaba estaba encima de la cama así que solo consistía en componer el puzzle para que cupiese.

    Intentó dormir  le resultaba imposible, estaba muy nerviosa por el viaje en tren y por verlos, les extrañaba, los echaba de menos ya que desde  el verano no se habían vuelto a encontrar.

    Cargada con la maleta  entró en la estación yéndose directamente al control de equipaje una vez pasado se acomodó en el nuevo vestíbulo, sacó su libro electrónico para entretener la espera. La voz de la azafata anunciando el estacionamiento del tren hizo que todos se aproximaran a las taquillas a sellar los billetes.

   Dentro del vagón la gente estaba revolucionada colocando equipajes y abrigos. Un hombre fornido tenía un sentido del humor muy peculiar, pinchaba a otro señor mayor a la vez que le ayudaba con su maletón. Las risas se extendían entre  los viajeros, estaban predispuestos a pasarlo bien.

    En las butacas delanteras un matrimonio llevaban en sendas jaulas dos canarios por cuyo color uno imaginaría fueran gorriones, a no ser por un verde llamativo que les cubría el pecho. No se cansaban de trinar parecía que se hallasen en una competición.

    El largo trayecto pesaba sobre los ojos de algunos pasajeros y la proyección de la película  apenas la seguían a pesar de ser divertida o al menos eso se comentaba.

    Con paseos a la cafetería en busca de refrescos o de café para aliviar la sed de los bocadillos y templar el estómago se aprovechaba para  leer los periódicos y estirar las piernas.

    La música navideña fluía por doquier y digo bien, música por que no solo eran villancicos sino canciones inglesas y bandas sonoras. Por la ventanilla se vislumbraba las proximidades de la estación Puerta de Atocha, en poco más de media hora llegarían a la estación de Chamartín.

    Las emociones estaban a flor de piel el trasiego de viajeros era imponente, las tiendas llenas de gente que más que comprar lo que hacía era curiosear para pasar el tiempo de espera hasta coger el tren a su destino.

    Sin salir del recinto de Chamartín cargada con el equipaje se dirigió al metro. Metió la llave en la cerradura de la puerta, todo estaba en silencio, pero enseguida sonó el teléfono para comprobar su llegada y al momento se oyeron las carreras y las voces de los niños al subir las escaleras. A partir de ese instante todo era algarabía.

     Los diez días se pasaron en un pis pas, y otra vez a vueltas con la maleta mirando que no se quedara nada olvidado, aunque como ella misma solía decir en estos casos: en buen sitio se queda. Demasiada celebración en tan poco tiempo, mucha comida y dulces, los kilos se apropiaron de las esbeltas figuras, y en cuanto la festividad real terminara vendrían las dietas, el pasar hambre y la vuelta al gimnasio.

    Con el ánimo un poco decaído por la partida disimuló con risas y bromas para que a los niños no les doliera tanto la separación.

    Pero ese mismo día los otros abuelos programaron la visita a uno de los más bellos nacimientos de Madrid con una apetitosa comida en una antigua taberna en el casco viejo.

    Sacó la cámara de fotos del bolso y  disparó al exterior de la estación. El tren venía con un gran retraso desde Asturias, los pasajeros se impacientaban y las protestas iban en aumento,  daba igual no quedaba más que esperar.

    Era invierno la nieve había cubierto las montañas, quizás  le costara atravesar algún puerto  del Principado.

    Por fin llegó y todos como locos a correr por el andén. Hacía frío el sol se estaba poniendo y las luces del vagón se encendieron. Apenas se escuchaban los murmullos de la gente acomodándose, se notaba melancolía en el ambiente. ¡Que diferencia con el viaje anterior!          

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