Esa fina línea que les llevaría a una felicidad sublime o a la desdicha
más absoluta. La mano temblorosa de Alfredo empujó la puerta y ante ellos
estaba la enfermera con su impoluto uniforme blanco, la cual con un ademán de
cordialidad les dirigió hacia la consulta del doctor.
Tras los saludos afables del galeno sintieron que sus ojos les
penetraban hasta lo más recóndito de sus cuerpos, los segundos que siguieron
les parecieron interminables.
Un suave carraspeo del médico les alertó que la noticia no iba a ser la
que con tanto anhelo y sacrificio llevaban buscando.
Las lágrimas silenciosas de Pilar resbalaban por sus mejillas, no sólo
no estaba embarazada sino que su marido la dejaba, la abandonaba porque “no
servía ni para darle un hijo” frase repetida tantas veces que logró hacer mella
en su alma. Un sentimiento de culpa la
arrastraba hacia el abismo.
Con la maleta en la mano dejó las llaves
sobre la mesa y se fue a toda prisa sin
mirar atrás. Se alejaba con cara de satisfacción como quién acaba de soltar un
lastre.
Al otro extremo de la ciudad le esperan un bebé con su madre para
comenzar una vida diferente, había
encontrado la excusa perfecta para presentar al mundo su familia.
Mientras la desesperación de Pilar iba en aumento una profunda depresión
la destrozaba. A penas comía, no salía de la cama, sus ojos eran un río
constante.
Ante esta situación su hermana llamó a una ambulancia y fueron al
hospital. Pasó dos semanas ingresada y el psiquiatra que la atendía le recomendó
que siguiera con la terapia y a ser posible cambiara de aires hasta la próxima
consulta.
Las dos hermanas metieron unas
prendas en la maleta y a la mañana siguiente emprenderían viaje a su pueblo, un
bello lugar entre las montañas sorianas, donde el frescor nocturno las dejaría
dormir.
Las maravillosas tonalidades de
verde la variedad de piedras, que bajo
los rayos del sol muestran su belleza prolongada a través de los siglos. Las
preciosas noches estrelladas avivaron los recuerdos de adolescente, buscaba en
ellos la fuerza para afrontar la nueva situación personal.
Esos días los pasó arropada por
la gente de la infancia que siempre disponían de una sonrisa o una palabra
afable. El tiempo corría cual caballo desbocado y la consulta esperaba en Madrid. Había mejorado pero no lo
suficiente como para incorporarse al trabajo, Estuvo yendo durante seis meses a la consulta la mejoría era evidente, tanto que acudió a la
oficina, salía y entraba sin parar, como queriendo recuperar el tiempo perdido
y olvidar los años pasados con Alfredo.
Tanto frenesí la hizo recaer y enseguida acudió a su psiquiatra. Cuando
la puerta se abrió él ya no estaba, su lugar lo ocupaba un hombre alto, fornido
y negro.
Reticente, con pasos taciturnos entró en la consulta, una amplia sonrisa
la desarmó. Se había estudiado a fondo su caso y su manera de abordarlo la
sorprendió.
Mejoraba rápidamente sus días
eran alegres pronto le darían el alta definitiva, sin darse cuenta ese
pensamiento la entristecía.
Tenía por delante dos semanas para hacerse a la idea de no ver más a su
médico y ójala la hubiese curado para siempre.
Las semanas se le pasaron volando y estaba de nuevo ante él, como
imaginó sus manos terminaron el informe y se lo entregó.
Era la última paciente, Robert recogió su mesa rápidamente para darle
tiempo a acompañarla a la salida, la
conversación fluía sin cesar la invitó a una cafetería. Se dejó guiar por una
fuerza interior que le empujaba hacia él.
Después del tentempié se fueron a su casa al llegar a la puerta se
miraron a los ojos y sus bocas se fundieron en un prolongado beso.
Pasaron las semanas, los meses y
en las siguientes Navidades su hogar
rebosaba felicidad, un nuevo miembro engrandeció su familia.
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