jueves, 3 de octubre de 2019

ÁNGEL ROSENBLAT



Ha dicho Bernard Shaw que Inglaterra y los Estados Unidos están separados por la lengua común. Yo no sé si puede afirmarse lo mismo de España e Hispanoamérica. Pero de todos modos sí es evidente que el uso de la lengua común no está exento de conflictos, equívocos y hasta incomprensión, no solo entre España e Hispanoamérica, sino aún entre los mismos países hispanoamericanos.




Los conflictos y equívocos surgen también apenas se plantea el carácter del español hispanoamericano. Porque alternan o se entremezclan a cada paso tres visiones de carácter distinto: la visión del turista, la visión del purista y la visión del filólogo.

Detengámonos en la visión del turista. Un español, que ha pasado muchos años en los Estados Unidos lidiando infructuosamente con el inglés, decide irse a México porque allá se habla español, que es, como todo el mundo lo sabe, lo cómodo y lo natural. En seguida se lleva sus sorpresas.

En el desayuno le ofrecen bolillos. ¿Será una especialidad mexicana? Son humildes panecillos, que no hay que confundir con las teleras, y aun debe uno saber que en Guadalajara los llaman virotes y en Veracruz conijillos

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Al salir a la calle tiene que decidir si toma un camión (el camión es el ómnibus, la guagua de Puerto Rico y Cuba) o si llama a un ruletero (es el taxista, que en verdad suele dar más vueltas que una ruleta), a no ser que le ofrezcan amistosamente un aventoncito (un empujoncito), que es una manera cordial de acercarlo al punto de destino (una colita en Venezuela, un pon en Puerto Rico).

Si quiere limpiarse los zapatos, debe recurrir a un bolero, que se los va a bolear en un santiamén. Llama por teléfono, y apenas descuelga el auricular oye: “¡Bueno!”, lo cual parece una aprobación algo prematura. Pasea por la ciudad, y le llaman la atención letreros diversos: “Se renta”, por todas partes (le recuerda el inglés to rent y comprende que son locales o casas que se alquilan); “Ventas al mayoreo y menudeo” (lo del mayoreo lo entiende, pero le resulta extraño), “Ricas botanas todos los días” (lo que en España llaman tapas, en la Argentina ingredientes y en Venezuela pasapalos).

Ve establecimientos llamados loncherías, tlapalerías (especie de ferreterías), misceláneas (pequeñas tiendas o quincallerías) y atractivas rosticerías (conocía las rotiserías del francés, pero no las rosticerías del italiano). Y un cartel muy enigmático: “Prohibido a los materialistas estacionar en lo absoluto” (los materialistas, a los que se les prohíbe de manera tan absoluta estacionar allí, son en este caso los camiones, o sus conductores, que acarrean materiales de construcción).

Lo invitan a ver el Zócalo, y se encuentra inesperadamente con una plaza, que es una de las más imponentes del mundo. Pregunta por un amigo, y le dicen: “Le va muy mal. Se ha llenado de drogas”. Las drogas son las deudas y, efectivamente, ayudan a vivir, siempre que no se abuse. Le dice al chofer que lo lleve al hotel, y le contesta:

–Luego, señor.

–¡Cómo luego! Ahora mismo.

–Sí, luego luego.

Está a punto de estallar, pero le han recomendado prudencia. Después comprenderá que luego significa “al instante”.

Le han ponderado la exquisita cortesía mexicana, y tiene ocasión de comprobarlo:

–¿Le gusta la paella?

–¡Claro que sí! La duda ofende.

–Pos, si no tiene inconveniente, comeremos una en la casa de usted.

No podía tener inconveniente, pero le sorprendía que los demás se convidaran tan sueltos de cuerpo. Encargó en su hotel una soberbia paella y se sentó a esperar, pero en vano porque los amigos lo esperaban en la casa de usted, que era la casa de ellos.

La gente lo despide: “Nos estamos viendo”, lo cual parecería una afirmación obvia, pero quieren decirle: “Nos volveremos a ver”. Va a visitar a una persona, para la que lleva una carta, y le dicen: “Hoy se levanta hasta las once”. Es decir, no se levanta hasta las once. Aspira a entrar en el Museo a las nueve de la mañana, y el guardián le cierra el paso, inflexible: “Se abre hasta las diez” (de cómo en la vida se puede prescindir del antipático no).

Oye con sorpresa: “Me gusta el chabacano” ( el chabacano, aunque no parezca, es el albaricoque).

Abre un periódico y encuentra títulos de tres y cuatro columnas que lo dejan atónito: “Sedicente actuario que comete un atraco” (el actuario es el funcionario público), “Para embargar a una señora actuó como un goriloide” (como un bruto), “Devolverán a la niña Patricia. Parecen estar de acuerdo los padres y los plagiarios” (los plagiarios son los secuestradores), “Boquetearon a un comercio y se llevaron 10.000 pesillos” (boquetear es abrir un boquete), “Después de balaceados los llevaron presos” (la balacera es el tiroteo), “Se ha establecido que entre los occisos existía amasiato” (es decir, concubinato).

Pero el colmo, y además una afrenta a su sentimiento nacional, le pareció el siguiente: “Diez mil litros de pulque decomisados a unos toreros”. El toreo es la destilería clandestina o la venta clandestina, y torero, como es natural, el que vive del toreo.

Nuestro turista se veía en unos apuros tremendos para pronunciar los nombres mexicanos: Netzahualcóyolt ,Popocatépetl, Iztaccíhuatl, Tlalnepantla y muchos más, que le parecían trabalenguas. Sobre todo tuvo conflictos mortales con la x. Se burlaron de él cuando pronunció México, respetando la escritura, y aprendió la lección:

–El domingo pienso ir a Jochimilco.

–No, señor, a Sochimilco.

Se desconcertó de nuevo, y, como quería ver la tan ponderada representación del Edipo Rey, le dijo al ruletero:

–Al teatro Sola.

–¿Qué? ¿No será Shola?

¡Al diablo con la x! Tiene que ir a Necaxa, donde hay una presa de agua y, ya desconfiado, dice:

–A Necaja, Necasa o Necasha, como quiera que ustedes digan.

–¿No será a Necaxa, señor?

¡Oh, sí, la también se pronuncia ! No pudo soportar más y decidió marcharse. Los amigos le dieron una comida de despedida, y sentaron a su lado, como homenaje, a la más agraciada de las jóvenes. Quiso hacerse simpático y le dijo, con sana intención:

–Señorita, tiene usted cara de vasca.

¡Mejor se hubiera callado! Ella se puso de pie y se marchó ofendida. La basca es el vómito, y tener cara de basca es lo peor que le puede suceder a una mujer, y hasta a un hombre.

Nuestro español ya no se atrevía a abrir la boca, y eso que no le pasó lo que, según cuentan, sucede a todo turista que llega a tierra mexicana, que le advierten en seguida:

“Abusado, joven, no deje los velices en la banqueta porque se los vuelan” (abusado, sin duda, es un cruce entre avisado y aguzado , equivale a ¡ojo !,¡cuidado! ; los velices son las maletas; la banqueta es la acera, y se los vuelan, bien se adivina). Nuestro español lió los petates y buscó refugio en tierra venezolana.

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