Ha dicho Bernard Shaw que Inglaterra y los Estados Unidos
están separados por la lengua común. Yo no sé si puede afirmarse lo mismo de
España e Hispanoamérica. Pero de todos modos sí es evidente que el uso de la
lengua común no está exento de conflictos, equívocos y hasta incomprensión,
no solo entre España e Hispanoamérica, sino aún entre los mismos países
hispanoamericanos.
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Los conflictos y equívocos surgen también apenas se plantea
el carácter del español hispanoamericano. Porque alternan o se entremezclan a
cada paso tres visiones de carácter distinto: la visión del turista, la visión del
purista y la visión del filólogo.
Detengámonos en la visión del turista. Un español, que ha
pasado muchos años en los Estados Unidos lidiando infructuosamente con el
inglés, decide irse a México porque allá se habla español, que es, como todo el
mundo lo sabe, lo cómodo y lo natural. En seguida se lleva sus sorpresas.
En el desayuno le ofrecen bolillos. ¿Será una
especialidad mexicana? Son humildes panecillos, que no hay que confundir con
las teleras, y aun debe uno saber que en Guadalajara los llaman virotes y
en Veracruz conijillos
.
Al salir a la calle tiene que decidir si toma un camión (el
camión es el ómnibus, la guagua de Puerto Rico y Cuba) o si llama a un ruletero (es
el taxista, que en verdad suele dar más vueltas que una ruleta), a no ser que le
ofrezcan amistosamente un aventoncito (un empujoncito), que
es una manera cordial de acercarlo al punto de destino (una colita en
Venezuela, un pon en Puerto Rico).
Si quiere limpiarse los zapatos, debe recurrir a un bolero, que
se los va a bolear en un santiamén. Llama por teléfono, y apenas
descuelga el auricular oye: “¡Bueno!”, lo cual parece una aprobación algo
prematura. Pasea por la ciudad, y le llaman la atención letreros diversos: “Se
renta”, por todas partes (le recuerda el inglés to rent y comprende
que son locales o casas que se alquilan); “Ventas al mayoreo y menudeo” (lo del
mayoreo lo entiende, pero le resulta extraño), “Ricas botanas todos
los días” (lo que en España llaman tapas, en la Argentina ingredientes y
en Venezuela pasapalos).
Ve establecimientos llamados loncherías,
tlapalerías (especie de ferreterías), misceláneas (pequeñas
tiendas o quincallerías) y atractivas rosticerías (conocía las rotiserías del
francés, pero no las rosticerías del italiano). Y un cartel muy
enigmático: “Prohibido a los materialistas estacionar en lo absoluto” (los materialistas, a
los que se les prohíbe de manera tan absoluta estacionar allí, son en este caso
los camiones, o sus conductores, que acarrean materiales de
construcción).
Lo invitan a ver el Zócalo, y se encuentra
inesperadamente con una plaza, que es una de las más imponentes del mundo.
Pregunta por un amigo, y le dicen: “Le va muy mal. Se ha llenado de drogas”.
Las drogas son las deudas y, efectivamente, ayudan a vivir, siempre
que no se abuse. Le dice al chofer que lo lleve al hotel, y le contesta:
–Luego, señor.
–¡Cómo luego! Ahora mismo.
–Sí, luego luego.
Está a punto de estallar, pero le han recomendado
prudencia. Después comprenderá que luego significa “al instante”.
Le han ponderado la exquisita cortesía mexicana, y tiene
ocasión de comprobarlo:
–¿Le gusta la paella?
–¡Claro que sí! La duda ofende.
–Pos, si no tiene inconveniente, comeremos una en la casa
de usted.
No podía tener inconveniente, pero le sorprendía que los
demás se convidaran tan sueltos de cuerpo. Encargó en su hotel una soberbia
paella y se sentó a esperar, pero en vano porque los amigos lo esperaban en la
casa de usted, que era la casa de ellos.
La gente lo despide: “Nos estamos viendo”, lo cual
parecería una afirmación obvia, pero quieren decirle: “Nos volveremos a ver”.
Va a visitar a una persona, para la que lleva una carta, y le dicen: “Hoy se
levanta hasta las once”. Es decir, no se levanta hasta las once.
Aspira a entrar en el Museo a las nueve de la mañana, y el guardián le cierra
el paso, inflexible: “Se abre hasta las diez” (de cómo en la vida se puede
prescindir del antipático no).
Oye con sorpresa: “Me gusta el chabacano” ( el chabacano, aunque
no parezca, es el albaricoque).
Abre un periódico y encuentra títulos de tres y cuatro
columnas que lo dejan atónito: “Sedicente actuario que comete un atraco” (el actuario es
el funcionario público), “Para embargar a una señora actuó como un goriloide” (como
un bruto), “Devolverán a la niña Patricia. Parecen estar de acuerdo los padres
y los plagiarios” (los plagiarios son los secuestradores),
“Boquetearon a un comercio y se llevaron 10.000 pesillos” (boquetear es
abrir un boquete), “Después de balaceados los llevaron presos” (la balacera es
el tiroteo), “Se ha establecido que entre los occisos existía amasiato” (es
decir, concubinato).
Pero el colmo, y además una afrenta a su sentimiento
nacional, le pareció el siguiente: “Diez mil litros de pulque decomisados a
unos toreros”. El toreo es la destilería clandestina o la venta clandestina,
y torero, como es natural, el que vive del toreo.
Nuestro turista se veía en unos apuros tremendos para
pronunciar los nombres mexicanos: Netzahualcóyolt ,Popocatépetl,
Iztaccíhuatl, Tlalnepantla y muchos más, que le parecían trabalenguas.
Sobre todo tuvo conflictos mortales con la x. Se burlaron de él
cuando pronunció México, respetando la escritura, y aprendió la
lección:
–El domingo pienso ir a Jochimilco.
–No, señor, a Sochimilco.
Se desconcertó de nuevo, y, como quería ver la tan
ponderada representación del Edipo Rey, le dijo al ruletero:
–Al teatro Sola.
–¿Qué? ¿No será Shola?
¡Al diablo con la x! Tiene que ir a Necaxa,
donde hay una presa de agua y, ya desconfiado, dice:
–A Necaja, Necasa o Necasha, como quiera que ustedes digan.
–¿No será a Necaxa, señor?
¡Oh, sí, la x también se pronuncia x ! No
pudo soportar más y decidió marcharse. Los amigos le dieron una comida de
despedida, y sentaron a su lado, como homenaje, a la más agraciada de las
jóvenes. Quiso hacerse simpático y le dijo, con sana intención:
–Señorita, tiene usted cara de vasca.
¡Mejor se hubiera callado! Ella se puso de pie y se marchó
ofendida. La basca es el vómito, y tener cara de basca es
lo peor que le puede suceder a una mujer, y hasta a un hombre.
Nuestro español ya no se atrevía a abrir la boca, y eso que
no le pasó lo que, según cuentan, sucede a todo turista que llega a tierra
mexicana, que le advierten en seguida:
“Abusado, joven, no deje los velices en la banqueta porque
se los vuelan” (abusado, sin duda, es un cruce entre avisado y
aguzado , equivale a ¡ojo !,¡cuidado! ; los
velices son las maletas; la banqueta es la acera, y se
los vuelan, bien se adivina). Nuestro español lió los petates y buscó
refugio en tierra venezolana.
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