Una
vez más sentada delante del diminuto escritorio de cristal frente al ordenador,
mientras por su rostro le caían unas lágrimas de desesperación al tiempo que su
mente revelaba el agotamiento del paso de los años habían dejado su huella de sufrimiento, amargura y dolor.
De
nuevo tuvo que elegir y la decisión estaba clara como el agua del manantial, le
tocaba renunciar a la única cosa que por la que tanto había trabajado durante
los últimos meses, y que ponía el colofón a su esfuerzo.
Y
otra vez los demás se antepusieron a su deseada ilusión, nuevo sacrificio que
de antemano sabía que pronto lo llevarían al olvido, pero al suyo no, nunca lo
olvidaría.
Sus
pensamientos hacían un somero recorrido por los caminos de su vida y de nuevo
las lágrimas se desbordaron cual torrente impetuoso en días de furiosas tormentas. No eran de agua salina, sino de
sangre, sangre que salía de lo más profundo del dolor acumulado en su corazón.
Su
generosidad fue confundida de forma que sus deseos ni ella misma los valorara,
esa es la mayor torpeza que cometieron. Solo Iskar sabía disimular la
frustración que le producía cada vez que alguien la necesitaba, no aprendió a
decir NO. Ese NO que en muchas situaciones hubiese querido gritar, Y ahora
quizás no fuese demasiado tarde para comenzar a gritar al viento NO, NO, NO.
Así de este modo decirlo bajito y firme ¡no! Para volver a pisar firme,
demostrar que lo suyo es tan importante como lo de los demás.
A
pesar de su silencioso llanto pudo entrever a través de los
transparentes estores el movimiento de las ramas de los árboles, caía la
tarde y con el alma llena de tristeza y melancolía, cerró el portátil se colgó
el bolso y salió a perderse entre los senderos del Retiro.
Inundada
de una angustia tal, que hacía que el aire desapareciese de sus pulmones, un
mareo se cernía sobre ella, cerró los ojos y al abrirlos sintió el frío suelo
bajo su cuerpo.
Se
levantó y encaminó sus pasos hacia el parque, como una autómata entró por la
puerta más cercana al paseo Uruguay, anduvo con la vista puesta en las diversas
plantas que con la luz de la hora azul se mostraban espectaculares. Paso a paso
llegó hasta la fuente del Ángel caído, en la pequeña plazoleta las gotas de
agua salpicaban su rostro, en un banco próximo se recostó para observar el
rostro de la escultura.
¿Qué
había querido decir el artista con aquellos ojos impenetrables? ¿Y qué iba a
desentrañar en la figura? ¿Acaso se
reflejaba en ella?...
Apenas
los rayos del sol se despedían hasta un nuevo amanecer, ella volvió sobre sus
pasos y se detuvo ante la hermosura de la rosaleda, como si quisiera hacer
acopio de toda su belleza, perfume y color.
Si
pudiera adornar su espíritu de todo ello y dejar fuera los tenebrosos fantasmas
que de cuando en cuando asaltaban su vida.
El
ruido de los animalitos que se despiertan al llegar las tinieblas, solo rotas
por unos delicados hilos plateados que se cuelan entre los árboles le dan un
aspecto mágico, esa magia que inunda la inocencia infantil.
El
paseo le había bendecido el alma, estaba serena y al entrar en casa fue de
nuevo a su escritorio de cristal, encendió el ordenador y mientras se encendía
echó una mirada por la ventana, sonrió, entonces comenzó a teclear todas las
letras y plasmar cada una de las ideas que su desbordante imaginación le
dictaba.
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