La cogió en su cestita como un nuevo Moisés y la
cuidó hasta que sus ojos se cerraron, entonces la niña creció en el pueblo al
cuidado de todos, hasta que un día decidió irse a la ciudad para cumplir su
sueño.
Su obsesión por el orden era casi
enfermiza los cambios bruscos de la
naturaleza le aterraban, sobre todo lo concerniente a la flora.
Por otro lado su carácter afable,
servicial e ingenuo, hacía que todo el que la conocía se encariñase con ella.
En la biblioteca del barrio
encontró trabajo con su primer sueldo
compró algunas cosas para la casita que acababa de alquilar.
Cada noche después de cenar
tecleaba sin parar su máquina de escribir y por la mañana, cuando lo leía lo arrugaba desesperanzada lanzándolo contra
la puerta de acceso al maltrecho jardín.
En la casa de al lado vivía un
anciano gruñón que tenía a su servicio a un joven padre viudo con dos niñas y al que hacía la vida
imposible, sin embargo a las gemelas las trataba cual generoso abuelo.
Una tarde Mabel acudió a tomar el
té a su casa y ante los gritos que dedicó a Marcos decidió intervenir, cosa que
irritó profundamente al anfitrión que en
un acto de orgullo le despidió.
Ante ese hecho Mabel le replicó que desde ahora trabajaría para ella,
muy enfadados se fueron de la casa. La
joven preocupada le contó que no podía pagarle sin embargo Marcos ni se inmutó,
ella le miraba esperando una respuesta a lo cual dijo: lo pagará él, me llamará
a su modo. Mientras señalaba el jardín
del anciano.
Al día siguiente muy temprano su
vecino llamó a la puerta, al abrir se sorprendió desagradablemente pues cuando
venía no traía buenas noticias.
Con voz adusta le espetó: Tienes
que cuidar de las plantas y podar los árboles si no quieres que te suba el
alquiler.
La muchacha intentó replicar pero
el anciano dio media vuelta y se alejó. Ella sabía que aquello era un
ultimátum. Sin embargo esperó al día siguiente para hablar con él. Necesitaba
ayuda para comenzar tan ardua tarea.
Cuando despertó fue hacia la
puerta del jardín halló guantes y
herramientas para empezar el trabajo. Los echó una ojeada y sonrió.
De un momento a otro le vería
asomar por encima de la tapia refunfuñando como siempre. Sin embargo le tenía
cariño.
Notaba su soledad hiriente y el
sufrimiento acumulado a lo largo de su vida.
Por ello siempre le miraba con su sonrisa diáfana y afectuosa, era su
secreto para penetrar por algún resquicio de su espíritu.
El tibio sol anuncia el final del
invierno y el anciano tenía prisa por que Mabel plantara las flores, que al
despertar la primavera todo fuese color y olor, un perfume que les embriagase
en las tardes soleadas.
Día tras día a través del muro le
daba una planta y le leía todo lo referente a ella. Así hasta que consiguió que
el jardín fuese una delicia de paraíso. Como
último regalo le dió el libro que en otro tiempo escribiera su esposa,
se lo obsequió porque sabía que ella lo
cuidaría con mimo.
Hacia mediados de mayo cuando las
flores estaban en su máximo esplendor, una mañana Mabel echó en falta la voz
ronca del viejo cascarrabias y en su lugar oyó
a Marcos llamándola angustiado.
Dejó su taza de té en el cenador
y corrió hasta la casa al llegar encontró la puerta abierta, se adentró en la
vivienda la atravesó hasta el dormitorio donde vio a Marcos secándose las
lágrimas, entonces comprendió que el anciano había emprendido el viaje más
importante de todos los que había hecho, su cara era de una paz envidiable
seguro que su esposa le esperaba para mostrarle el camino, un lugar donde ya
nunca más se separarían.
Después del funeral regresaron a
la casa mientras la ordenaban hallaron encima del escritorio sendos sobres con
sus respectivos nombres, cada cual abrió el suyo y a medida que leían se
miraban con extrañeza.
Cuando terminaron se
intercambiaron los papeles por refrendar si lo que habían leído era cierto, les
parecía demasiado bueno para ser verdad, pero en efecto era real el viejo
gruñón al final les quería mucho, tanto como para dejarles a cada uno sus casas
y el resto de pertenencias que deberían mantener.
Se abrazaron entre sollozos a la
vez que comprendían el adusto carácter del
anciano no era más que una máscara protectora.
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