La
filosofía de andar por casa, que esa sí,
es la que de verdad ayuda a los que quieran aprovecharla, que no solo
somos unos viejos decrépitos que chochean, pero bueno que me desvío de la
cuestión.
Uno
de los días que bajé al centro al regresar a casa después de un paseo por la
playa subo al autobús y escucho a dos jóvenes dorados como dicen:
—Que no hay que sufrir tanto niño, como tú te vas a morir y yo también—.
—Ya
pero yo soy un poco más joven que tú—
—Sí
como si eso fuera garantía de quien se va a morir antes. —
Comprendo
que mientras lo esperaban habían pasado el rato conversando y que llegué a oír
solo el final y es que a la parca la queremos lejos y cuando más tarde mejor.
La
siguiente anécdota no la puedo olvidar pues todavía resuenan las risas en mi
cabeza, la espontaneidad de los niños y su capacidad de sorpresa por las cosas
más inverosímiles me provocan ternura.
En
la parada de los colegios un montón de niños y familiares que van a recogerlos
al acabar el día escolar, se abren las puertas y como en estampida suben corriendo y van hacia la parte final del bus
cuando de repente uno se para en seco delante de un señor con los ojos muy
abiertos y con admiración exclama: ¡Vaya bigote! ¿Ese bigote es tuyo?
El
caballero sonríe y responde: Claro que es mío
— ¿Pues has debido de tardar mucho
tiempo? Es muy grande—
—
Sí, mucho tiempo,
¿por? —
—
Porque mi papá lo
tiene desde hace mucho y a penas crece, pero el suyo es negro ¿sabes? bueno
adiós—
El
niño se va junto a sus amigos sin dejar de murmurar ¡Vaya bigote, eso sí es un
bigote y encima blanco!
También
se oyen penas, desgracias y sufrimientos de eso todos tenemos en demasía, por
eso unas risas de vez en cuando nos anima a llevar mejor nuestros días.
Me
vuelvo a desviar de lo que os quería decir, una de tantas cosas nimias pero que
al escucharlas nos dibujan una sonrisita en el rostro.
Una
de esas tardes que apetece tomar un café, en la terraza de una cafetería para
pulsar el ambiente de la ciudad y dar una vuelta por los escaparates del
centro, solo por ver la moda que nos quieren vender y los vivos colores del paseo que llegan con
la primavera.
Pues
esa tarde al subir al bus me senté en el asiento que hay detrás del conductor, comencé a
escuchar la conversación, sin prestarles mucha atención a las tres personas que
estaban a mi espalda sus voces daba lugar a que se enterara todo el autobús.
Hablaban
de huertos, de aves pero lo que en verdad hizo que de mi boca saliera una mal
disimulada carcajada.
Después
de un rato una de ellas le dijo: Me guardas un pollo para el sábado.
—Claro
tu me llamas el día de antes y mi marido te lo prepara, como si quieres huevos—
—Pero
lo quiero muerto sin plumas—
—Te
costará un poco más—
—No
importa, que no quiero matarlo yo, no lo asesino—
De
nuevo en los rostros se perciben unas muecas irónicas con pretensión de
sonrisas. Llego a mi parada, me dispongo a salir no sin antes echar un último
vistazo al grupo y mis ojos brillan.
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Unas entretenidas conversaciones de autobús. Un abrazo.
ResponderEliminarmuchas gracias Mamen por tu comentario. Besitos
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