No sabía Néstor que ese día de verano iba a marcar el destino de la mitad
de su vida. Llevaba casi dos años en su nuevo cargo en la empresa en el cual había puesto todo su empeño en conseguirlo,
por fin había colmado todas sus aspiraciones, un buen sueldo y los privilegios
de su nuevo estatus social.
Las envidias comenzaron a
florecer entre sus antiguos compañeros que ahora se habían convertido en sus
subordinados.
La presión acabó por afectarle,
necesitaba con urgencia una vía de escape donde desahogar el estrés de cada
jornada. El gimnasio que veía cada mañana desde la ventana de su despacho
pareciera que le invitara a pasar, el sentirse encerrado por voluntad propia no
era una opción.
Le bastaba las horas de libertad de cada fin de semana, por las orillas del
Manzanares o las subidas a la sierra del Guadarrama con el grupo ciclista del
barrio del Pilar, sentir el viento en el rostro, el murmullo de las hojas
mecidas por el aire, los trinos de los pájaros y el rumor del agua era música
para los sentidos.
Y la música, sí la música de
jazz destacaba sobre todas las demás y
mira que le gustaba escuchar toda la variedad del universo, pero solo el jazz
era capaz de transformarle de elevarle a otros mundos hasta llegar a
obsesionarle.
Con los nuevos ingresos al fin
pudo adquirir una casita en la sierra; insonorizó la habitación más grande
porque los planes de futuro consistían en agrandar su colección de discos y
terminar de aprender la percusión, eso sí iba a ser ruido.
Poco a poco fue trasladando sus
preciados vinilos que había conseguido en el rastro por mucho menos que en el
circuito habitual. Los domingos madrugaba cual día de oficina y paseaba la
calle Ribera de Curtidores en busca de
una joya, ya fuese de Louis Armstrong, Miles Davis, Carpenter o John Coltrane
entre otros.
También guardaba como oro en paño
un libro antiguo de la historia del jazz que por supuesto halló en el mismo
tenderete de costumbre.
La vida personal comenzaba a
tambalearse desde el mismo momento de su ascenso, la cantidad de horas que le
exigía su nuevo puesto le privaba del poco tiempo de ocio que compartían.
Además al finalizar la jornada
necesitaba explayarse para que su mente estuviese clara a la mañana siguiente,
por ello se acercaba de vez en cuando a su sala favorita, la decoración con
unas vigas de hierro, plantas colgantes y los carteles de los míticos músicos
de jazz, escuchaba la música mientras se tomaba una refrescante tónica con una
rodaja de limón.
Ésta sala no era otra que el:
JAZZ BAR situada en la calle de Moratín. Pero cuando de verdad necesitaba escuchar en vivo, sentir las vibraciones que
transmitían los músicos acudía a la sala
CLAMORES sita en la calle Alburquerque. Se estremecía y su mente volaba sin
cesar a otros lugares mágicos.
Después con la última canción en la cabeza daba un
paseo a lo largo de la calle miraba las ventanas iluminadas, alguna figura
recortada se apreciaba tras las cortinas, elucubraba sobre las vidas de sus
moradores y sus avatares diarios, amores y desamores, risas y llantos. Madrid
nunca duerme se decía, hasta que fijaba su vista en los carteles luminosos de los
relojes digitales, ya era tiempo de regresar a casa pensaba mientras movía la
cabeza de un lado a otro, presentía una nueva
discusión con ella lo que se estaba se estaba convirtiendo por desgracia
en su vehículo de comunicación.
Cada semana deseaba con fervor
casi religioso que llegara el sábado, ese día madrugaba más que cualquier
jornada de trabajo, de camino al pueblo serrano paraba siempre en la misma
gasolinera echaba combustible al coche
y aprovechaba para desayunar.
Una vez en la casa se cambiaba de
ropa y calzado dispuesto a emprender una
buena caminata, respirar el aire puro
descansar un rato sentado a la orilla. El riachuelo le serenaba y le
permitía pensar en la encrucijada en la que se hallaba a sus cuarenta y dos
años.
A veces, solo a veces Gela se
acercaba con la comida hecha y con los suministros para la despensa. Ella
también le daba vueltas al deterioro de la relación no le gustaba el cariz que
la misma tomaba. Quizás fuese mejor dejarlo ahora antes de cometer cualquier
torpeza que les llevara a finalizar de un modo grotesco.
Estaba cansada de luchar por mantenerla a
flote, desde luego la situación se había hecho insostenible, a penas se veían y
de hablar no digamos, aquello no era charlar de las cosas cotidianas solo eran
reproches y faltas de respeto, el final estaba presto para dar su último
estertor.
Ese domingo Néstor había decidido
dar un cambio radical a su vida, esa noche de regreso a Madrid tendría un
sereno diálogo con Gela, sabía que a
partir de ese momento cada uno tomaría rumbos diferentes.
De vuelta a casa al abrir la
puerta percibió el aire enrarecido la llamó varias veces sin respuesta, fue
recto al dormitorio y en su mesilla de noche halló una nota que simplemente
decía: ¡ADIÓS!
Abrió las puertas del armario y
el lado de ella hasta entonces agolpado de prendas y en ese momento vacío,
solo un enorme vacío y no solo en
el armario.
Ahora que la situación se la
dieron resuelta comenzaría a planificar con una calma tensa todo lo demás.
Suspiró profundo mientras se tapaba la cara con las manos, sus pensamientos
eran como los estruendos de un volcán a punto de explotar, se levantó fue a la
cocina y calentó un vaso de agua, ésta vez sería ración doble de tila.
Poco a poco la infusión hizo su
efecto tranquilizador y el peso de sus párpados le indujeron al sueño.
Con el comienzo del trabajo
diario volvieron las presiones, pero él ya no las sentía le daba lo mismo, la
noche a pesar de sus tinieblas le había proporcionado la luz que necesitaba.
En el receso del café descolgó el
teléfono y al otro lado una voz muy querida respondió —Diga—
—Hola mamá, ¿puedo ir a cenar
esta noche?—
—Claro, ¿vendréis los dos?
Supongo—
—No mamá, voy solo—
—Bueno aquí te esperamos, hasta
luego—
—Un beso—
Colgó el aparato dio el último sorbo al café antes de reanudar
la batalla, con el montón de papeles que
se habían acumulado durante el fin de semana parecía que todos hubiesen
trabajado esos dos días.
(Continuará...)
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