A penas le quedaba tiempo para ultimar las
compras cada vez se ponía más y más nerviosa, no le gustaban las aglomeraciones,
así que decidió tomarse un descanso para comer algo rápido en cualquier
cafetería del centro comercial.
Mientras comía repasaba mentalmente los
objetos que menos le desagradaban esa tarde terminaría por hallar algo especial
para ellos. Entonces recordó las nuevas aficiones de los niños para Belu cosas
de repostería y en su cumpleaños unas
botas originales, que seguro le encantarían.
A Daniel un juego de lego para la play solo
faltaba el pequeño Antonio, para él que apenas andaba, unos cuentos y ropita
mona.
Llegó rendida a casa se descalzó fue a la
cocina bebiéndose todo el agua que contenía la jarra. Con el pijama puesto
comenzó a colocar la maleta, lo que
necesitaba estaba encima de la cama así que solo consistía en componer el
puzzle para que cupiese.
Intentó dormir le resultaba imposible, estaba muy nerviosa
por el viaje en tren y por verlos, les extrañaba, los echaba de menos ya que
desde el verano no se habían vuelto a
encontrar.
Cargada con la maleta entró en la estación yéndose directamente al
control de equipaje una vez pasado se acomodó en el nuevo vestíbulo, sacó su
libro electrónico para entretener la espera. La voz de la azafata anunciando el
estacionamiento del tren hizo que todos se aproximaran a las taquillas a sellar
los billetes.
Dentro del vagón la gente estaba
revolucionada colocando equipajes y abrigos. Un hombre fornido tenía un sentido
del humor muy peculiar, pinchaba a otro señor mayor a la vez que le ayudaba con
su maletón. Las risas se extendían entre
los viajeros, estaban predispuestos a pasarlo bien.
En las butacas delanteras un matrimonio
llevaban en sendas jaulas dos canarios por cuyo color uno imaginaría fueran
gorriones, a no ser por un verde llamativo que les cubría el pecho. No se
cansaban de trinar parecía que se hallasen en una competición.
El largo trayecto pesaba sobre los ojos de
algunos pasajeros y la proyección de la película apenas la seguían a pesar de ser divertida o
al menos eso se comentaba.
Con paseos a la cafetería en busca de
refrescos o de café para aliviar la sed de los bocadillos y templar el estómago
se aprovechaba para leer los periódicos
y estirar las piernas.
La música navideña fluía por doquier y digo
bien, música por que no solo eran villancicos sino canciones inglesas y bandas
sonoras. Por la ventanilla se vislumbraba las proximidades de la estación
Puerta de Atocha, en poco más de media hora llegarían a la estación de
Chamartín.
Las emociones estaban a flor de piel el
trasiego de viajeros era imponente, las tiendas llenas de gente que más que
comprar lo que hacía era curiosear para pasar el tiempo de espera hasta coger
el tren a su destino.
Sin salir del recinto de Chamartín cargada
con el equipaje se dirigió al metro. Metió la llave en la cerradura de la
puerta, todo estaba en silencio, pero enseguida sonó el teléfono para comprobar
su llegada y al momento se oyeron las carreras y las voces de los niños al
subir las escaleras. A partir de ese instante todo era algarabía.
Los diez días se pasaron en un pis pas, y
otra vez a vueltas con la maleta mirando que no se quedara nada olvidado,
aunque como ella misma solía decir en estos casos: en buen sitio se queda.
Demasiada celebración en tan poco tiempo, mucha comida y dulces, los kilos se
apropiaron de las esbeltas figuras, y en cuanto la festividad real terminara
vendrían las dietas, el pasar hambre y la vuelta al gimnasio.
Con el ánimo un poco decaído por la partida
disimuló con risas y bromas para que a los niños no les doliera tanto la
separación.
Pero ese mismo día los otros abuelos
programaron la visita a uno de los más bellos nacimientos de Madrid con una
apetitosa comida en una antigua taberna en el casco viejo.
Sacó la cámara de fotos del bolso y disparó al exterior de la estación. El tren
venía con un gran retraso desde Asturias, los pasajeros se impacientaban y las
protestas iban en aumento, daba igual no
quedaba más que esperar.
Era invierno la nieve había cubierto las
montañas, quizás le costara atravesar
algún puerto del Principado.
Por fin llegó y todos como locos a correr
por el andén. Hacía frío el sol se estaba poniendo y las luces del vagón se
encendieron. Apenas se escuchaban los murmullos de la gente acomodándose, se
notaba melancolía en el ambiente. ¡Que diferencia con el viaje anterior!
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Son ambas caras de una misma moneda...
ResponderEliminarLo podemos llevar a cualquier ámbito de la vida....
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