domingo, 7 de junio de 2020

DOS VIAJES EN TREN

 Había dado vueltas sin cesar por los centros comerciales en busca de los regalos navideños para sus nietos. Los que la gustaban se pasaban de su presupuesto y los que se ajustaban a él no le satisfacían.

 A penas le quedaba tiempo para ultimar las compras cada vez se ponía más y más nerviosa, no le gustaban las aglomeraciones, así que decidió tomarse un descanso para comer algo rápido en cualquier cafetería del centro comercial.

    Mientras comía repasaba mentalmente los objetos que menos le desagradaban esa tarde terminaría por hallar algo especial para ellos. Entonces recordó las nuevas aficiones de los niños para Belu cosas de repostería y en su cumpleaños  unas botas originales, que seguro le encantarían.

    A Daniel un juego de lego para la play solo faltaba el pequeño Antonio, para él que apenas andaba, unos cuentos y ropita mona.

    Llegó rendida a casa se descalzó fue a la cocina bebiéndose todo el agua que contenía la jarra. Con el pijama puesto comenzó a colocar la maleta,  lo que necesitaba estaba encima de la cama así que solo consistía en componer el puzzle para que cupiese.

    Intentó dormir  le resultaba imposible, estaba muy nerviosa por el viaje en tren y por verlos, les extrañaba, los echaba de menos ya que desde  el verano no se habían vuelto a encontrar.

    Cargada con la maleta  entró en la estación yéndose directamente al control de equipaje una vez pasado se acomodó en el nuevo vestíbulo, sacó su libro electrónico para entretener la espera. La voz de la azafata anunciando el estacionamiento del tren hizo que todos se aproximaran a las taquillas a sellar los billetes.

   Dentro del vagón la gente estaba revolucionada colocando equipajes y abrigos. Un hombre fornido tenía un sentido del humor muy peculiar, pinchaba a otro señor mayor a la vez que le ayudaba con su maletón. Las risas se extendían entre  los viajeros, estaban predispuestos a pasarlo bien.

    En las butacas delanteras un matrimonio llevaban en sendas jaulas dos canarios por cuyo color uno imaginaría fueran gorriones, a no ser por un verde llamativo que les cubría el pecho. No se cansaban de trinar parecía que se hallasen en una competición.

    El largo trayecto pesaba sobre los ojos de algunos pasajeros y la proyección de la película  apenas la seguían a pesar de ser divertida o al menos eso se comentaba.

    Con paseos a la cafetería en busca de refrescos o de café para aliviar la sed de los bocadillos y templar el estómago se aprovechaba para  leer los periódicos y estirar las piernas.

    La música navideña fluía por doquier y digo bien, música por que no solo eran villancicos sino canciones inglesas y bandas sonoras. Por la ventanilla se vislumbraba las proximidades de la estación Puerta de Atocha, en poco más de media hora llegarían a la estación de Chamartín.

    Las emociones estaban a flor de piel el trasiego de viajeros era imponente, las tiendas llenas de gente que más que comprar lo que hacía era curiosear para pasar el tiempo de espera hasta coger el tren a su destino.

    Sin salir del recinto de Chamartín cargada con el equipaje se dirigió al metro. Metió la llave en la cerradura de la puerta, todo estaba en silencio, pero enseguida sonó el teléfono para comprobar su llegada y al momento se oyeron las carreras y las voces de los niños al subir las escaleras. A partir de ese instante todo era algarabía.

     Los diez días se pasaron en un pis pas, y otra vez a vueltas con la maleta mirando que no se quedara nada olvidado, aunque como ella misma solía decir en estos casos: en buen sitio se queda. Demasiada celebración en tan poco tiempo, mucha comida y dulces, los kilos se apropiaron de las esbeltas figuras, y en cuanto la festividad real terminara vendrían las dietas, el pasar hambre y la vuelta al gimnasio.

    Con el ánimo un poco decaído por la partida disimuló con risas y bromas para que a los niños no les doliera tanto la separación.

    Pero ese mismo día los otros abuelos programaron la visita a uno de los más bellos nacimientos de Madrid con una apetitosa comida en una antigua taberna en el casco viejo.

    Sacó la cámara de fotos del bolso y  disparó al exterior de la estación. El tren venía con un gran retraso desde Asturias, los pasajeros se impacientaban y las protestas iban en aumento,  daba igual no quedaba más que esperar.

    Era invierno la nieve había cubierto las montañas, quizás  le costara atravesar algún puerto  del Principado.

    Por fin llegó y todos como locos a correr por el andén. Hacía frío el sol se estaba poniendo y las luces del vagón se encendieron. Apenas se escuchaban los murmullos de la gente acomodándose, se notaba melancolía en el ambiente. ¡Que diferencia con el viaje anterior!          

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