Con los dos trozos del imán en la mano he
comenzado a recordar cuando mis hijos eran adolescentes y les dejaba las notas
en la mesa de su dormitorio y ellos a su vez a mí en la mesa de la cocina.
Todo
funcionaba a las mil maravillas sin necesidad de tanta técnica como ahora,
conste que no estoy en contra pero con tanto whatsap que ni escribir sé la palabreja… cuando de
casualidad leo en un periódico digital que ya es correcto decir wasap y
wasapear.
Me viene de perlas porque soy de la
generación que en el bachillerato estudiábamos francés y ahora con los años ni
sé inglés y el otro se me ha olvidado de no usarlo.
Cómo iba contando ya no tengo a quien dejar
notas a no ser a mí que de vez en cuando lo hago aunque a quién acribillo a
señales es al calendario para todas las fechas importantes.
Ahora los imanes los utilizo para sujetar
las obras de arte que mis nietos me regalan cada vez que los visito. Siempre
les pido que utilicen colores llamativos que me levanten el ánimo, así el día
que les añoro más de lo habitual cuándo estoy en la cocina los echo una
miradita y me sacan una sonrisa.
Sigo con los pedazos del imán en la mano
mientras busco el pegamento de esos que son instantáneos y que lo dejan nuevo.
Después de rebuscar consigo dar con él lo destapo y ¡Oh está seco! Vaya con lo
caros que son y que poco provecho les saco…
Vuelvo a la cocina y coloco la parte
imantada en su lugar y el otro trozo en un cenicero de alabastro marrón que nunca
se utilizó y ahora me sirve para dejar pequeñas cosas. Tendré que escribirme
una nota para recordar de comprar el pegamento.
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A todos nos ha pasado de quedarnos con el pedazo imantado en una mano y la figura que incompleta en la otra. Y si la figura ha sobrevivido suerte has tenido. Muy interesante tu relato. Un abrazo!!
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