El día de difuntos se aproximaba me pareció original y apropiado comprar
un par de ellas y ponerlas en la tumba de mi madre. Nunca me había acercado por
allí desde aquel fatídico día en que se marchó.
Por eso un par de rosas negras nos identifican a las dos. A ella no le
gustaba “sentir” el peso de la tierra y pidió ser enterrada en un nicho, seguro
que de estar viva hubiera querido que la incineraran..
Así que llevada de mi habitual curiosidad de las cosas y si son raras o
extrañas todavía más, por ello investigué entre libros de botánica e Internet
hasta quedar satisfecha.
Las rosas negras sí existen en la naturaleza, aunque son extrañas solo
crecen en pequeñas cantidades en una aldea de Turquía por las aguas
subterráneas que se filtran desde el río Eúfrates.
Debido al ph del suelo permite que el color carmesí de la rosa se
convierta en negro, pero es muy raro que solo aparezcan negras en los meses de
verano.
Después de cincuenta años añorándola
cada día, no he vuelto a su casa y no creo que lo haga jamás. La siento viva
dentro de mi y nuestras conversaciones nocturnas la ponen al día de nuestra
familia, de la que ella conoció, y ya la
hacen compañía y de los neófitos que perduran nuestra saga.
Sin embargo cuando veo rosas
negras me recuerdan lo lejos que se fue y como su recuerdo a pesar de
transmitirlo a sus bisnietos se va difuminando…
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