Sonó
el despertador como cada mañana y Guzmán se apresuró a apagarlo para que su
mujer no se despertase. Se levantaba a las cinco, salía a correr por el parque
hasta llegar al lago, allí descansaba unos minutos mirando ensimismado el agua,
luego daba una vuelta a su alrededor emprendiendo el regreso a casa.
Así
todos los días desde el regreso de las vacaciones. Sentía la necesidad de
hacerlo para sentirse bien durante la jornada.
Sin
embargo a medida que fueron pasando las semanas el lago se adueñaba de sus
sentidos, poco a poco se iba convirtiendo en una atracción enfermiza.
Se
despertaba con la imagen de una joven de pelo largo, de color castaño y
ondulado cubriéndole la espalda, con los
pies jugando en el agua. Y emergiendo del lago unos peldaños de escalera.
Así
un día y otro, y otro, mientras Guzmán seguía con su rutina matutina con la
esperanza de hallar a la misteriosa mujer de sus sueños.
A
medida que avanzaba el invierno, su inconsciente le revelaba constantemente la
imagen intrigante de la dama, siempre de espalda hasta que una madrugada se
despertó empapado en sudor. ¡La había visto! De perfil, pero la había visto.
Se
vistió y corrió como nunca hacia el lago, al llegar se desplomó sobre la fría
hierba. Nadie lo esperaba, todo fue una jugarreta de su mente.
Guzmán
siguió corriendo y cada mañana se
tumbaba a la orilla del lago a esperar sin saber el qué. El agua le hablaba,
sin embargo él no entendía su lenguaje.
Los
sueños que durante un tiempo desaparecieron, volvieron de manera extraña.
La
mujer se había recogido el pelo y aparecía de frente sentada tomando un té, en
una barca adornada con una calavera. Un escalofrío recorrió su cuerpo.
Por
primera vez sintió miedo de sí mismo, no sabía cómo interpretarlo, un mar de
dudas se adueñó de su mente.
La
primavera se aproximaba, los días comenzaban a ser más largos y templados.
Guzmán navegaba entre sus sueños a medida que éstos variaban, últimamente la
veía emerger en el centro del lago con el pelo al viento, le miraba de frente
con una calavera en su mano izquierda y una pluma de ave en la derecha.
Mientras
la luna se difuminaba entre las nubes, era empujada a dormir por los rayos
tenues del sol.
Estaba
agotado de tanta ensoñación, se mostraba irritable y alterado, su carácter
cambiaba a cada instante y la convivencia en casa se hacía insoportable.
Al
llegar la noche temía la hora de acostarse, pero no sabía que ésta vez sería la
última de sus pesadillas, cómo el las llamaba.
Dormía
placidamente cuando de nuevo la dama, se le apareció a la orilla del lago entre
flores, recostada en una gran concha desnuda y tocando una flauta de la cual
salía una dulce melodía.
Relajado,
con una sonrisa en los labios posó sus ojos incrédulos por las curvas sinuosas
de la mujer que le invitaba hacer el amor. De pronto se fijó en el rostro y
reconoció con asombro que era el cuerpo que durante años le acompañaba.
Se
despertó y comenzó a besarla, sus manos recorrían su piel tantas veces
acariciada y que hasta ahora se había vuelto una extraña.
Hicieron
el amor durante horas con la intensidad de antaño. Lo que andaba buscando lo
había tenido siempre a su lado.
Durmieron
muchas horas y cuando ella le acarició para despertarlo notó el frío de su piel.
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