martes, 27 de agosto de 2019

LUZ DE PLATA


—Mamá, mamá se ha caído la luna—

—No cariño, se mira en su espejo—

—Pero… si es agua, es una fuente no un espejo!—

—Claro mi niña, la luna se refleja en el agua, eso ya lo sabes ¿no?—

—Nunca la había visto así, creí de verdad que se había caído y ya no podría hablar con ella, como tú dices que es una dama que jamás cuenta los secretos de los que hablan con ella, yo le he contado los míos, tú le dices los tuyos?—

—Es la más leal amiga por eso confío en ella y sí, si le cuento mis cuitas, cuidado con tu botijo no se te rompa cuando lo acerques al caño para llenarlo, no te vayas a distraer mirando a la luna—

Todavía recuerdo aquella conversación como si acabara de ocurrir, la fascinación que sentía mi madre por el satélite me la supo transmitir, y sí ya sé todas las investigaciones científicas, pero me gusta pensar que me mira solo a mí cuando en las noches de verano salgo de madrugada en silencio, me siento en el suelo y le cuento cómo me va la vida. A fin de cuentas un poco de fantasía o ilusión me viene de maravilla.

Entonces rememoro los momentos de ir a por agua al atardecer con mi madre a la fuente romana, ella cargada con un cántaro en la cabeza y un gran botijo en una mano, y yo con dos pequeños el mío y el que mi padre se llevaba a la habitación cuando se iba a dormir.

Me sentía importante, era el mejor instante del día porque ella me relataba historias diferentes de mitos de otros tiempos y lugares. Después con el paso de los años comprendí mi nombre, mi madre deseaba que lo descubriera, me había dado todas las pistas para hacerlo.

Se fue muy joven seguro que está con la luna y las dos desde esa distancia infinita me envían esa luz plateada que tanto me inspira y de vez en cuando, muy de vez en cuando siento que me llaman, Selene, Selene.



 
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