En un pueblo
de Valencia, cuyo nombre no recuerdo, nació Isabel un veintinueve de enero a
finales del siglo XIX. En los húmedos días de invierno por las tardes y
alrededor de la mesa camilla, nos relataba
las historias de su ajetreada vida y las costumbres de aquellos lugares
tan diferentes.
Cantar y fotar
siempre lo hizo muy bien, en aquella época sus padres no querían que se
dedicase al mundo del espectáculo, estaba mal visto en una señorita de su
posición.
En compensación y acompañada de su hermano mayor les
mandaron unos días a París.
Las bailarinas con sus can canes y botas peculiares, que tantas veces contempló
en las láminas de Èdouard Manet o Touluse- Lotrec hubiesen estado
en el cabaret. Su
ilusión por conocer el Folies Bergère se vió por fin cumplida.
Ahora
las observaba con deleite ¡ay qué emoción, qué ansiedad! Le gritaba a su
hermano, él asentía sin escucharla. Mucho bullicio y gran espectáculo como para
despistarse un segundo. En España no
ocurría o por lo menos ellos no
tenían constancia.
Su
excitación llegaba a un nivel que su hermano se alarmó.
—Tranquila,
que no es para tanto—
—
¿Cómo que no es para tanto? Si es como tocar el cielo con los pies—
Luis
meneó la cabeza y continuó admirando el devenir del programa.
Con
el paso de los días disfrutaron de la ciudad incluso viajaron en el metro, ¡un
tren bajo tierra! Toda una proeza.
Las
influencias familiares les concertaron una visita con el anciano escritor D. Vicente Blasco
Ibañez, pues pasaba unos días en París ya que se había retirado a Mentón.
La
ansiedad por conocer a tan ilustre personaje le afectaba a su estómago, debían
hacerle un obsequio, a los hermanos no se les ocurrió otra cosa que comprar una
pluma.
La
audiencia transcurrió con normalidad y el afamado novelista les entregó uno de
sus libros dedicado. Corría el año 1928 en la sociedad comenzaban a intuirse un
malestar que pronto se extendería a casi toda Europa.
En
la colina de Montmartre a la derecha del Sena, en su falda se ven casas
humildes, ocupadas por diversidad de gentes atraídas por la luz de París. La
mayoría pintores que se atrevían a romper los cánones establecidos.
El
dinero les escaseaba, por ello determinaron regresar a Valencia.
Lo
que no relata Isabel son sus peripecias íntimas, cada vez que se lo insinuamos
su cara se vuelve carmesí y simula un diminuto ataque de ansiedad.
¡Cómo nos gustaría saber lo que aprendió en
París!
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