Una mañana cualquiera de invierno,
cuando Isara iba enfundada en su
chaquetón de plumas jaspeado y con la
capucha cubriéndole la cabeza, no era por el frío en sí, sino la humedad de la brisa marina que calaba
hasta los huesos. El cielo vestido de unas nubes amenazantes de un gris plomizo,
presagiaban un fuerte aguacero.
Con paso presuroso caminaba hacia
el trabajo, eran los veinte minutos de ejercicio de cada día, lo decidió un día
que esperaba al autobús. Se retrasó más de lo normal, entonces escuchó el
comentario de los pasajeros, ahora los
espacian más porque uno lo trasladaron a
otra línea. No le compensaba el tiempo que perdía mientras esperaba, por un
poco más, llegaba a su trabajo caminando.
Comenzaba a chispear, pero en
Alicante nunca se sabe si de pronto la lluvia es torrencial o es un chubasco,
así que aligeró el paso al mismo tiempo que el agua caía a borbotones.
Los coches la salpicaban, iba a
llegar empapada, mientras no le mojara su nuevo traje verde oscuro recién
estrenado, lo demás no importaba.
Durante las pausas del trabajo su
pensamiento volaba hacia la vieja fábrica de lámparas, al menos es lo que se
leía en los desgastados rótulos. Fue el día más largo que imaginar podía, al
salir andaba tan deprisa como si de una urgencia se tratase, y todo para
detenerse delante de los ventanales sucios, más bien negros pintados a fuerza
de polvo y agua, el humo de los coches y la traviesa
mano de algún adolescente. Allí estaba Isara, plantada como un árbol, a ver si
encontraba un resquicio por el cual atisbar un poco del interior. Anochecía
pero ella seguía allí delante de los cristales, hasta que vencida por la
realidad regresó a casa.
Durante la noche su agitación fue
en aumento, las pesadillas la despertaron sobresaltada varias veces durante la
noche.
A la mañana siguiente siguió con
su rutina diaria. Enfundó su delgado cuerpo en unos vaqueros ajustados, calzó sus zapatillas deportivas, con un
último vistazo en el espejo y ya estaba
preparada para comenzar su jornada.
La lluvia intempestiva del día
anterior había dado paso a un sol resplandeciente, que despejaba cualquier mal
humor que tuviese acumulado.
Al llegar a la fábrica de
lámparas miró de reojo hacia el interior, con una sonrisa a la vez que pensaba
¡Cuánta imaginación tengo!
Una vez en su puesto de trabajo
se olvidó por completo de la curiosidad que la embargaba. Con el trabajo diario
y otras preocupaciones, alejaron de su mente cualquier fantasía.
Necesitaba buscar un apartamento
próximo al trabajo, que tuviese buena comunicación y un centro comercial.
Ah! Y sobre todo que al
levantarse cada mañana pudiera tomar el primer café frente al mar. Eso le alegraba el ánimo y la invitaba a soñar con
viajes lejanos.
Había pedido un día de asuntos
propios para recorrer la zona que más le gustaba, sobre todo alto, muy alto,
para que ningún edificio le ensombreciera su ansiada vista marina.
Cuando regresaba a casa sin darse
cuenta tomó el camino diario del trabajo, al pasar por delante de la fábrica de lámparas
se encontró con una persona que abría la puerta del edificio y sin pensarlo se
dirigió a ella; — ¿oiga por favor ¿sería tan amable de enseñarme el almacén?—
A lo que la mujer le
respondió—Sí, pero un vistazo rápido que tengo prisa—
—No hay problema—
Se adentraron en un mundo lleno
de polvo y suciedad, como era de esperar se fijó en el techo donde colgaban numerosas y
variadas lámparas, pensó alguna de éstas me vendrían bien a mi nueva casa… con
una buena limpieza…
La mujer le iba contando el
declive del negocio de su familia, llegó
el día en que su tío Marco desapareció sin saber como ni porqué, lo buscaron
por los lugares más insospechados, y al final ni ellos ni las autoridades
consiguieron pista alguna. Se cerró y no se vendió por si de casualidad
apareciese.
Le siguió hablando de su tío
que fue un apasionado coleccionista de
las cajas de música y que viajó a lo largo del mundo en busca de las más
extrañas y hermosas.
La enseñó el despacho que
permanecía inalterable, sobre la
mesa permanecían dos sus cajas favoritas, impulsiva abrió la de la izquierda no pudo
resistir la tentación, ante la magnificencia artesana con pan de oro y piedras
preciosas, la forma recordaba a los huevos Fabergè. La bailarina estaba encima de
unos zancos que giraba con elegantes movimientos de brazos, la deliciosa música
le transportaba a un mundo onírico fascinante.
Después continuaron hacia el
final de la nave donde un mecanismo semi oculto daba paso a un espacio, que
debió ser el taller donde Marco pasaba tiempo con sus herramientas y arreglar los desgastes de las cajas de
música, que se producían en los traslados.
A veces las daba cuerda para verlas bailar durante horas.
Sin embargo la sobrina no quiso
profanar el santuario de su tío pues le hizo prometer que nunca revelaría su
secreto y jamás entraría sin su permiso. Isara se quedó con la decepción de ver
semejantes maravillas, al menos contempló dos de ellas y su imaginación hizo el
resto.
Salieron del viejo almacén de
lámparas, le agradeció repetidamente a la mujer el detalle de hacerla partícipe
de algo tan personal y doloroso para su familia.
La llamada de la inmobiliaria la
exaltó más si cabe, le encontró un precioso pisito que se ajustaba a su presupuesto
esa tarde lo vería, por fin dejaría el
apartamento de alquiler.
La visita la dejó sin palabras,
precisamente era lo que buscaba su
proximidad al colegio le venía de perlas.
Esa noche la luna llena se alió
con ella, la miraba a través de la ventana, su emoción la desveló, vueltas y
más vueltas en la cama, sin embargo los minutos pasaban tan lentos que le
parecían horas, inquieta sacó medio cuerpo fuera de la ventana y su imaginación voló hacia el infinito.
¿Y si los hilos de seda blanca de la luna, se filtrara por alguna rendija del almacén de
lámparas y diese en un mecanismo secreto de una caja y se pusiesen todas a
bailar?
La bailarina de zancos dirigiría
la coreografía, pues sería la más alta, y el almacén con sus lámparas
brillantes se convertiría en el teatro espectacular de todas ellas.
Después de su maravillosa
actuación su directora las regresaría una a una a su caja, y ella dócilmente
entraría en su huevo Fabergè hasta una próxima oportunidad.
A Isara los párpados le pesaban,
faltaba poco para el alba con paso lento
se metió en la cama a ver si Morfeo la cantaba.
El despertador sonaba sin cesar ella seguía dormida, hasta que el timbre de la
puerta la volvió a la vida, su agente la quería llevar a ultimar los detalles
de la compra del que sería su nuevo hogar.
Han pasado los meses Isara no
volvió a pasar por delante del almacén
de lámparas, ni su imaginación creó diferentes ensoñaciones, fueron demasiados
y si…y si…
Su nuevo hogar le robaba el poco
tiempo libre, la decoración minimalista y muebles que tuviesen doble función,
en colores suaves y algún toque de color vibrante que rompiese tanta calma. Con
ello estuvo ocupada gran parte de sus vacaciones, tenía que dejarlo impecable
antes de comenzar el nuevo curso escolar.
En Alicante, llegado mediados de
Septiembre o en cualquier momento del otoño llega la temida gota fría, parece
que el cielo se rasga y vuelca la lluvia contenida que arrasa todo a su paso. Ese
año la gota fría llegó más brutal que de costumbre, calles como ríos
arrastrando todo a su paso, inundaciones por doquier y algún que otro edificio
derrumbado.
Tras el desastre llegó la calma y
el recuento de daños, sin embargo lo que llenaba los periódicos y los
noticiarios, fue que tras el derrumbe parcial del almacén se descubrió el
cuerpo sin vida, en estado momificado de su dueño, y el destornillador que
utilizaba para arreglar las cajas de música
estaba clavado en su cuello.
Los rumores y elucubraciones se extendían como la
pólvora, pero Isara pensó y, ¿si fueron las bailarinas de las cajas de música?
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