Llegó tan cansada del viaje a
Londres que fue directa a la habitación dejó la maleta y la puerta abierta de
par en par, se quitó los altísimos tacones
y se tumbó en la cama.
Con los párpados pesados contempló la estancia, respiró profundamente
a la vez que sintió una gran sensación de alivio.
Otra vez había disfrutado del
congreso en buena compañía fueron días tan especiales que al recordarlos la
sonrisa afloraba a su labios.
La monotonía familiar la sumía en
el más profundo tedio, la rivalidad con su marido hacía que los dos compitieran
en sus respectivas carreras.
Las discusiones cada vez eran más
frecuentes unas veces por los niños y otras por un motivo insignificante, la
incomprensión, la falta de comunicación les distanciaba.
Cada uno por su lado fueron
buscando alternativas que les hicieran soportables las pocas horas que
compartían.
Minerva optó por acudir a todos
los congresos y conferencias para ascender en el trabajo y él se centró más si
cabe en el suyo. La música que tanto le gustara de adolescente la retomó con su
antigua guitarra electrónica, sin embargo
las clases las hacía con la española un par de veces por semana.
Su lectura se limitaba al mundo
profesional y las novedades que le aportaban información para sus conferencias.
La economía adquiría una
progresión elevada al mismo tiempo que aumentaban los caprichos.
Cambio de casa, de coches, ropa
cuánto más cara mejor, las vacaciones de verano a lugares lejanos y exclusivos.
La cuestión era presumir destacar ante sus conocidos su alto nivel de vida.
Sin embargo la satisfacción
material dejaba un hondo vacío afectivo, sus miradas perdieron el brillo de
antaño.
Ella se negaba aceptarlo y en uno
de los viajes encontró a la persona que le llevó a experimentar cosas nuevas,
devolviéndole la sonrisa y el brillo a sus ojos.
Sin embargo Javier inmerso en la
rutina no percibió los cambios de Minerva, durante muchos meses ella continuó
con su doble vida.
Era su aniversario para celebrarlo se fueron de viaje a la
ciudad donde todo comenzó. El champán, las flores, la música, los intercambios
de regalos, la lencería sensual y los nuevos juguetes crearon un mundo de
sensaciones donde el placer era el rey.
Sonó insistentemente el móvil de
Minerva con la excitación del momento lo quiso apagar y equivocándose de tecla
lo descolgó al otro lado Javier
descubrió el motivo del cese de sus discusiones.
A su regreso más eufórica que de
costumbre le dio un beso sin parar de hablar hasta que Javier en tono quedo le
espetó— quiero el divorcio—
Con gesto adusto le contestó—
entonces lo sabes—
—
¿Como te has enterado?—
—
No importa, dime cuánto tiempo lleváis—
—
Un año—
Poco a poco se fueron enzarzando
en una fortísima bronca que asustó a los niños. Después cogió su ropa y se fue
a la habitación de invitados.
A la mañana siguiente buscó un
despacho de abogados matrimonialista e inició los trámites.
Minerva se refugió en su amante
en cuanto le propuso formalizar su relación, no halló la respuesta que
esperaba.
Una vez divorciados buscó un
apartamento y continuó volcado en su trabajo, solo veía a los niños el tiempo estipulado.
Pronto comenzaron las presiones
familiares por ambos lados. “Vuelve a casa por los niños” “mira que la economía
se resiente y podíais vivir mejor” “perteneces a un estatus social que te ha
costado alcanzar” “sois el cotilleo de todos” etc. Etc.
Como no les daba resultado
manipularon al niño mayor, por el que él sentía auténtica devoción. A fuerza de
insistir al verano siguiente consiguieron que regresara.
Habitaciones separadas, sin
discusiones, vacaciones juntos a todo lujo y jugar a la apariencia de la
reconciliación.
Dejar pasar el tiempo, ver crecer
a los hijos y pagar un precio emocional tan alto que cuando los niños fueran
jóvenes y se fuesen del nido ¿Qué habría sido de sus vidas?..
¿Entonces serán capaces de
ejecutar su divorcio para crecer o seguirán con los convencionalismos sociales?
¿Podrá más la fuerza de la costumbre que sentir la libertad para evolucionar?
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