La
afición por la lectura, la escritura y las tertulias le introdujeron en un
mundo mágico, eso le cambió la perspectiva de las cosas. El encuentro de los
lunes al que no faltaba y la diversidad
gente que acudía, fue una forma distinta de conocer y disfrutar.
La comparación de estilos entre la pintura, escritura,
diapositivas y la poesía se alternaban; los de la pluma estaban en minoría y al final solían callar pues
los pictóricos se enzarzaban en discusiones técnicas que no comprendían.
Emilio fue a dar una conferencia a la
ciudad y de paso les visitó en el
pintoresco café para saludarles. Les
presentaron, su fugaz mirada se cruzó como flechas de fuego. No creía en
el romanticismo ni en los flechazos eso debía ser cosas de poesías y
novelas. Ante la invitación de
asistir a su conferencia en la sede de la universidad ella no pudo o no
quiso negarse, finalizado el acto intercambiaron sus tarjetas de visita.
Cuando creía que Emilio no la llamaría sonó
su móvil, con una conversación fluida y
afectuosa, conectaron, así de sencillo.
Ana se mostraba reticente, las dudas de
siempre afloraron de nuevo.
Y ahora ¿Qué hacer? verle o no, por otro lado pensaba ¿y por qué no? Emilio aprovechó la oportunidad que le brindaban las Fallas y sin dudarlo la invitó a Valencia.
Y ahora ¿Qué hacer? verle o no, por otro lado pensaba ¿y por qué no? Emilio aprovechó la oportunidad que le brindaban las Fallas y sin dudarlo la invitó a Valencia.
La naturalidad de su comportamiento les
facilitó su primera cita. Pasearon por el antiguo cauce del río alejándose del
bullicio del centro de la ciudad. Surgió la complicidad entre ellos sin apenas hablar sus miradas lo decían todo.
Por la
tarde le mostró el arte de las mejores fallas, que en unas horas el fuego las
devoraría. Al atardecer Ana prefirió tomar el Ave de regreso a Alicante, no
quería que nada lo estropease.
Esta vez dejaría que todo transcurriera
lentamente, esperaba la reacción de Emilio. Sus animadas charlas de teléfono al
anochecer, cada vez fueron haciéndose
más y más íntimas.
Necesitaba sentirlo cerca aspirar el olor
de su piel que trajo con ella desde su
encuentro, en su interior quería que Emilio avanzara que diera un pasito más. Se estaba atando con unas
cadenas tan fuertes a él que no sabía como resultaría el final de la batalla.
Sin saberlo
Emilio se hallaba metido en la misma tesitura, se daba cuenta que la situación había llegado
a un punto de no retorno. Pero a medida que las horas pasaban su cita con Ana se acercaba, un miedo cerval
se iba apoderando de él. Fue a la cocina
cogió un vaso largo abrió el congelador y sacó unos hielos para en la cubitera,
esa que utilizaba en la cocina para cualquier cosa menos para los cubitos.
Rebuscó entre las botellas del bar, cogió una
a medio terminar de whisky. –Estará bien añejo—pensaba— No recordaba cuando fue
la última vez que la abrió.
Se jactaba ante sus amigos que nunca bebía por
una mujer ahora necesitaba imperiosamente tomar una copa que le calmara. Según
pasaban las horas iba bajando el dorado líquido de la botella hasta que la
consumió.
Menuda melopea había agarrado, no podía llegar hasta la cama se quitaba la ropa dejándola tirada por el camino, se apoyaba en los pocos muebles que tenía.
Menuda melopea había agarrado, no podía llegar hasta la cama se quitaba la ropa dejándola tirada por el camino, se apoyaba en los pocos muebles que tenía.
A la mañana siguiente se despertó con un
brutal dolor de cabeza, sintió como todo giraba en el dormitorio, necesitaba
una gran dosis de café y una aspirina. No le quedaba café ni ganas de hacerlo
así que comenzó andar calle
abajo.
Cuando quiso darse cuenta estaba haciendo el
mismo recorrido que tiempo atrás hiciera acompañado de Ana. Se sentó en un
banco y escondiendo su cara entre las manos sintió unas leves lágrimas asomar a
sus ojos. La quería eso lo tenía que reconocer, pero el pánico que le producía
era directamente proporcional al amor que sentía por ella. A sus años no podía
tirarse al abismo sin red.
Sabía
que era el último tren, si no subía lo
perdería para siempre y él que nunca se había arredrado durante toda su trayectoria vital. Ahora era
un miserable cobarde. ¿Qué sería de Ana? Ella no se merecía el daño que le
estaba causando. Él no se sentía lo suficientemente fuerte, como para darle una
excusa por muy insulsa que esta fuera . Pensó en alejarse, cambiar el nº telefónico y
desaparecer.
Mientras tanto Ana se desesperaba pensando
en el porqué de su ausencia, sin un
mensaje, ni una llamada, tanta pasividad e inactividad de Emilio la desquiciaba,
poco a poco fue comprendiendo que todo había terminado antes de comenzar.
De
repente sonó el timbre de la puerta, la abrió, entonces los miedos
se disiparon, al ver como los brazos de Emilio la apretaban junto a su
pecho.
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