Necesitaba estar unos días a solas cerca del mar, pero no de cualquier mar, si
no el bravo al borde de los acantilados.
Una fuerza interior le urgía a sentir el poderoso ruido de sus olas rompiendo
contras las rocas.
Tomó unos días de vacaciones para poner rumbo
al norte, a un pueblecito asturiano donde una cabaña la esperaba con todo lo
que pidió por Internet. Allí, alejada del bullicio de la gran ciudad, volvería
a encontrar la inspiración, esa que llevaba dos años ausente de su vida.
Los cuentos infantiles que tanto gustaban a los niños pero que leían los
padres, ya no los escribía. No se llevó el portátil, sin embargo cargó la
maleta con cuadernos y lápices de grafito junto con las acuarelas y una radio.
Se instaló en la casa colocando las pocas pertenencias que había llevado,
calzó las deportivas y salió a reconocer
el paisaje. Apenas encontró una o dos personas, observó la belleza del
mar con los últimos rayos de luz por primera vez en años, sintió estremecer su cuerpo de emoción al
contemplar tan hermoso anochecer.
Estaba cansada del viaje y
reconfortada por el paseo tomó un pequeño refrigerio, se aseó para meterse en
la cama pero antes conectó la radio. Durmió plácidamente toda la noche al despertar se desperezó muy despacio, por
primera vez estaba relajada no sentía la presión de la ausencia de ideas.
Cogió el cuaderno, las pinturas con la firme decisión de trazar un
bosquejo de la naturaleza que la rodeaba. Le encantaba el cromatismo vivaz, no
había más que echar una ojeada a su vestuario para percibirlo, el color era
reflejo de su carácter. A medida que ascendía
hacia los acantilados, divisó un hombre
sentado en una roca frente al mar.
A
medida que se aproximaba le notó absorto contemplando el caballete con el
pincel en la mano, parecía que no sabía muy bien por donde continuar su
incipiente cuadro. No deseaba incomodarle, por ello se desvió hacia un sendero
más abrupto con arbustos a ambas orillas, donde algunos
animalitos se refugiaban de las miradas de los humanos.
Se acomodó entre la hierba, abrió su bloc y comenzó a garabatear el paisaje,
garabatear porque el dibujo nunca fue su fuerte aunque no sería por falta de
constancia.
Los ruidos de su estómago le avisaron de
la hora de volver a la cabaña, recogió sus bártulos y comenzó a
desandar el camino, pero al llegar a la bifurcación se encontró con el pintor
cargado con el caballetes. Solícita se ofreció a aligerar su carga. Durante el
trayecto comentaron como les había ido la mañana.
El artista le dijo que acudiría al
mismo sitio por la tarde, ya que el cambio de luz afectaba a la luminosidad que
buscaba para su pintura.
A ella le había había llevado hasta ese bonito rincón escondido, su falta
de inspiración si después de las vacaciones no la recuperaba, tendría que
volver a su antiguo trabajo lleno de monotonía sin luz natural en la capital.
Después de despedirse y con el sol en su cima, lo que verdaderamente le
apetecía a la joven era algo fresco y una siestecita antes de volver al acantilado.
Tuvo un sueño agitado no paraba de dar
vueltas hasta que sobresaltada se despertó. Por un instante se sintió
desorientada, todo le daba vueltas. Cerró de nuevo los ojos pero enseguida los
abrió todo estaba en orden tal y como lo
había dejado antes.
Volvió a mover la cabeza de lado a lado, como si con el gesto ahuyentara los
temores que de niña le asustaban. Se lavó el rostro varias veces con
abundante agua fría y a
continuación pasó los dedos húmedos por
su pelo corto.
Necesitaba aclarar sus ideas para ello pensó que lo mejor era andar bordeando
la costa sintiendo la brisa sobre su
piel. Protegió su nívea piel con abundante crema, se calzó de nuevo las
zapatillas y cogiendo una botella de agua salió a caminar por los acantilados.
Respiraba profundamente el aire
húmedo con tal profusión hasta henchir
sus pulmones. Lo que buscaba era renovarse cargar de energía su cuerpo y llenar
de paz su espíritu, en definitiva salir fortalecida para la lucha.
Anduvo demasiado se encontraba fatigada,
se aproximó con cuidado a la peña más cercana al mar pero esta vez no vio al
artista, así que estuvo un buen rato contemplando las maravillas naturales
hasta que el sol se escondió. Con la luz del anochecer bajó hacia la cabaña a
toda prisa por temor a que la noche no la dejara ver los obstáculos del camino.
El
cansancio la adormecía, madrugaría para ver amanecer, era un
espectáculo que en la ciudad no podía disfrutar. Al día siguiente encaminó sus
pasos hacia el lugar donde solía sentarse el anciano.
Tenía la inquietud de conocer la obra del
pintor y al tiempo adquirir algunos conocimientos de la pintura que tanta
fascinación causaba en ella.
Sus
ojos se fijaban en la viveza de los colores que el artista aplicaba. Le asombró
descubrir que toda la composición se basaba en unas hermosas y diminutas
criaturas rubias y de ojos tan azules como el mar, una composición extraña en
un paisaje claramente reconocible. Creaba un mundo mágico desconocido hasta
entonces para ella.
Apenas intercambiaron algún comentario sobre la obra, él no daba crédito a que
no le reconociera siendo tan afamado en los círculos artísticos. “Mejor así”
pensó; estaba saturado de los elogios
vanos que a veces escuchaba. Por lo menos ella lo trataba con respeto sin adulaciones.
Después de pasar toda la mañana juntos, el pintor la instó a contemplar los
últimos cuadros que había pintado desde que se trasladó la primavera pasada.
Ante sí vio como la temática era la misma solo cambiaba el fondo.
La cronología era como estar viendo una película de fantasía. Descubrió
como en cada pintura su centro estaba dominado siempre por una misma figura
etérea, con unas alas apenas perceptibles, mientras que en las demás se veían
con toda nitidez. Al preguntarle por ello la respuesta la dejó tan
desconcertada que no reaccionó.
¿Cómo es posible que estuviera pintando lo que soñaba y que además la estuviera
esperando? ¡Si hasta hace unos días ni siquiera ella sabía en que lugar
concreto iba a descansar!
Su sorpresa fue aún mayor cuando el pintor le indicó sonriendo que observara
los rasgos faciales de la figura principal. ¡Qué casualidad! ¡Qué parecido tan
enorme! La verdad le recordaba cuando
era pequeña y cuanto más la observaba más se reconocía.
La invitó a comer en un hotel rural próximo al pueblo. Cuando degustaban
las viandas de la zona, el artista comenzó
a contar las historias que por allí pululaban. Le habló las creencias de la
gente en la existencia de las xanas.
Después se fueron paseando hacia el mar el artista comenzó a narrarle una de las
leyendas que por allí se decían. Cuando más avanzaba en el relato más intrigada
se sentía, supo que las xanas intercambiaban sus hijos por los de los humanos
para que éstos los alimentasen con leche ya que ellas carecían de pechos.
En un periodo aproximado de cuatro meses los volvían a cambiar, pero al niño
humano siempre le dejaban de regalo una cualidad con la que le facilitaría su estancia en el mundo.
Después de referir la historia hizo una pausa prolongada, la miró y dijo: “yo
soy uno de esos niños”. Ahora solo me queda rogarte que cuentes sus mundos
mágicos, para ello te daré los cuadros que pinté durante mi estancia aquí. Es
la inspiración que andabas buscando, mientras escribas sobre ellas todo irá
bien. Si alguna vez te vuelve a fallar vuelve aquí ellas te recompensarán”.
No salía de su asombro ante semejante revelación, no se lo pensó dos veces
cuando le prometió que escribiría inspirada en sus pinturas. El artista se
despidió de ella pues al día siguiente partía para Madrid por unos compromisos
ineludibles.
Al día siguiente la embargó la melancolía por la ausencia de su nuevo amigo.
Con calma y cuidado fue envolviendo sus cuadros los metió en cajas
y las selló para protegerlos.
Al
refrescar la tarde se alejó de allí pensando que había descubierto un nuevo y
maravilloso mundo mágico. Se había reencontrado con la niña que fue eso le había ayudado a comprender lo que el
artista le transmitió.
De vuelta a la rutina se maravilló al contemplar cómo las pinturas cobraban
vida ¿o acaso era su imaginación? Al estar delante del portátil sus dedos volaban sobre el teclado apenas
comió pues no podía dejar de escribir... ¡hacía tanto que no le ocurría!
Los días se le pasaban volando, le faltaban horas para escribir estaba
emocionada con las historias que fluían por su mente.
Una
tarde un timbrazo la devolvió a la realidad: una amiga la llamó para recordarle
que tenía que acudir a una exposición de pintura a la que ambas habían sido
invitadas, se calzó las sandalias, cogió
el bolso y bajó las escaleras.
Iba deteniéndose en cada obra de temática variada, desde lo abstracto al
retrato pasando por los bodegones, pero fue el cuadro que cerraba la exposición
el que la dejó boquiabierta, se reconoció aunque la pintase con el pelo largo,
rubio y con unas tenues alas semi transparentes en medio de unas nubes blancas
y rosadas.
Sonrió al ver como le recordaban a las nubes de caramelo que le compraban
cuando era niña. Desde el fondo de la galería unos ojos de mirada dulce le
estaban diciendo que en el cuadro había algo más que ella debía encontrar.
Los reconoció, pero los suyos respondieron con preguntas que hasta
entonces no había hecho. ¿Por qué la pintaba con alas transparentes? ¿Qué
mensaje trataba de enviarle? Los interrogantes bullían en su cabeza una y otra
vez, quiso aproximarse al pintor para que le diera alguna clave, que le ayudase
a descifrar la pintura. Al aproximarse le vió desaparecer entre la gente. Con él se desvaneció su
oportunidad de saber.
Se volvió hacia el cuadro para memorizar cada detalle buscaba las pistas que el
artista le decía a través de la pintura. Suspiró profundamente cuando una idea
increíble cruzó por su cabeza.
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