Salí a toda prisa, no me daba tiempo a
llegar a la parada del autobús, mi respiración entrecortada y rápida, hacía que
mi velocidad se aminorara y el nerviosismo se apoderaba de mí.
La luz de las farolas iluminaba las calles
desiertas, la fina lluvia comenzaba a caer.
Con las gotas de sudor resbalando por mi frente, al fin mi carrera
terminó y el autobús no había pasado.
Una espesa niebla impedía ver a diez
metros, ninguno de los habituales aparecía, los minutos pasaban y por
fin llegó, moví la mano para que se detuviese y al intentar caminar algo
fantasmagórico me envolvía.
El conductor siguió como si nadie hubiese en la parada ¿me
habría vuelto invisible? Iba de un lado a otro de la marquesina buscando un
resquicio por donde salir de aquella
pesadilla, por más vueltas que daba no hallaba la salida.
No podía rendirme ¿pero cómo luchar ante lo
desconocido? De pronto se aproximó un autobús un poco extraño o al menos, me lo
parecía. No tuve que levantar la mano el conductor se detuvo abrió la puerta y
subí. Busqué la máquina para pasar la tarjeta, no la hallé entonces miré
alrededor; todo era extraño, las personas
iban ataviadas con vestiduras de épocas lejanas, la que desentonaba era yo,
aquello era una mezcolanza histórica.
Continuó la marcha y al mirar por la
ventanilla no reconocía el paisaje, las casas habían desaparecido, en su
lugar estaba ocupado por los árboles y la fauna más extraña que podía imaginar.
Se escuchaba un blandir de espadas, la
gente corría asustada y hablaba en un lenguaje que a duras penas
comprendía, asombrada me vi como si en
un espejo me reflejara, vestida con
lujosos y largos ropajes.
Unas damas me atendían
solícitas, me acompañaba una guardia de protección hasta arribar a un castillo.
Entre fuertes quejidos me encogía de
dolor, las dueñas me llevaron en andas a
mis aposentos, donde me esperaban un grupo de personas para contemplar el
alumbramiento.
Lo que me espantó, fue que después de nacer
la niña me dieran a beber un vaso de hidromiel, y después abandonara este
mundo.
De repente el autobús se llenó de hombres
vestidos con extraños ropajes negros, que custodiaban a unas mujeres con las
muñecas atadas, las insultaban y las vejaban, hasta límites insospechados.
Con gran estupor me reconocí en una de las mujeres, en la
mirada llevaba la impotencia, sufrimiento y rabia que la injusticia podía
crear. Los hombres las bajaban
a empujones hacia la pira, donde expiarían sus pecados de brujería.
De nuevo la niebla. El autobús giraba sin parar hasta
transformarse en un vehículo extraño lleno de seres famélicos, vestidos con
ropajes sucios y harapientos, pertrechados con armas rústicas. Los gritos que coreaban daban la impresión de
ir a una guerra cuya causa no entendían.
A lo lejos se divisaba una batalla con
bandos desiguales, con heridos y muertos por doquier. La sangre regaba el valle. Aparté la mirada
ante tanto horror, lo que mis ojos
vieron fue terrorífico. Una mujer con sus hijos trataba de esconderse de sus
perseguidores, con poca fortuna, un
disparo de arcabuz le alcanzó el corazón.
Estaba desconcertada y aturdida, el miedo
llenaba todo mi ser. Un sudor frío hacía que no dejara de temblar. De nuevo era
invisible a sus ojos, de no ser así ya me hubieran agredido. Bajé para auxiliar
a los pequeños, con sorpresa me volví a
reconocer, los niños no me visualizaban. Sin saber como, estaba de nuevo
rodeada por la maldita niebla y sentada en el autobús.
Los saltos en el tiempo eran abismales y
cada vez más próximos a nuestra época, lo que no comprendía, era el significado de los continuos actos
sangrientos en personas de gran parecido conmigo, o ¿era realmente yo? Ya no
resistía más la angustia y el miedo tan
enorme que estaba experimentando.
Sentía como a mis pulmones
les faltaba el aire, mis esfuerzos por respirar no surtían efecto. Un
sonido estruendoso hizo que diera un salto, abrí los ojos, estaba sudando con
la ropa de la cama revuelta. Entonces respiré profundamente, me dí cuenta que
todo había sido una maldita pesadilla... ¿O quizás no?
Por primera vez, me alegré de escuchar el
sonido del despertador que cada mañana maldecía, entré en la ducha dejé que el
agua corriera por mi cuerpo durante varios minutos, me arreglé deprisa sin desayunar bajé las escaleras a penas con
tiempo para coger el autobús.
Estaba en la parada, no dejaba de mirar el
reloj. No estaba segura de que la niebla no se presentara de nuevo. Un
frenazo me sacó de mis pensamientos y el conductor me saludó
como cada día, le sonreí, mientras comprobaba que todo estaba en orden. ¿Pero de
verdad todo estaba en orden?
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Un relato muy inquietante. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias por tu comentario querida Mamen me alegra sentirte. Besitos
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