En una isla en medio del océano
hace muchos, muchos años vivía un pueblo gobernado por un rey que les guiaba
con mano firme y prosperidad. Ellos creían que
era hijo de los dioses pues todos gozaban en el vergel de su tierra.
Pero de pronto aquel bello lugar
empezó a cambiar la tierra comenzó a temblar y la mar embravecida se la tragaba sin compasión. El rey abrumado
pidió consejo a uno de sus magos; éste le dijo que en sueños se le había revelado un lugar donde crear un nuevo
hogar y fructificar que para llegar a él solo tendrían que seguir la
salida del sol.
Entonces el rey mandó a unos
cuantos de sus mejores exploradores en un pecio en busca de ese nuevo lugar
donde llevar a su pueblo. Al poco tiempo éstos regresaron para confirmar la
visión del mago.
Subieron a las naves guiados por su rey mientras
miraban desolados como la isla que fue su hogar se la tragaba el mar.
Por fin llegaron a una tierra
diferente algo escarpada donde las olas bramaban al llegar a los acantilados.
Se distribuyeron a lo largo de la
orilla siempre mirando hacia donde una vez estuvo su adorada isla pasaron los años y domesticaron
la tierra.
El rey la llamó la isla del fin
del mundo para que las futuras
generaciones no olvidaran su procedencia mandó tallar unas gigantescas estatuas
y colocarlas mirando al vergel que un día fue “El ombligo del mundo”, su adorada
e inolvidable patria.
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