Le
encantaban los retos o hacer lo que en aquellos tiempos estaba muy mal visto,
jugar con los chicos, las niñas le aburrían soberanamente, un rato bien pero es
que ...eran tan sosas…
Por
eso para aliviar su soledad y aprender a olvidar, se cobijó en los pocos libros
que había en casa, así que cuando su madrina la llevó con ella se deslumbró al
entrar en la biblioteca. ¡Cuántos libros y todos a su disposición!
Bueno
todos, todos, no, enseguida se le acercó María y le dijo: Puedes leer los
libros de todas las estanterías menos éstas de la izquierda, ¿entendido? lo
tienes prohibido.
Ella
asintió, tenía mucho donde escoger. Todas las tardes después de la escuela se
encerraba en la biblioteca y leía sin parar. Cada vez que levantaba la vista
siempre leía el mismo título Los cipreses creen en Dios, de José Mº Gironella.
De tanto verlo comenzó a cansarle y sin dudar lo cambió de lugar.
En
su cabeza comenzó a bullir la idea de hojear algún libro de los prohibidos,
solo para saber por qué razón no podía leerlos.
A
escondidas fue leyendo Madrid, costa Fleming de Ángel Palomino por las pocas
páginas que tenía, en él descubrió lo sórdido de la vida.
En
la adolescencia pasó una temporada en casa de una amiga mientras acababan el
bachillerato, en ese intervalo regresó su hermano del seminario cargado de
libros de texto, entre ellos descubrieron El Decamerón de Boccaccio. Lo poco que leyeron les resultó arduo y
de difícil comprensión.
A hurtadillas se lo llevaron al dormitorio y lo comenzaron a
leer con avidez, cuando llegó Mario entró en la habitación echándoles una
bronca monumental; se lo arrebató, no
sin antes prohibirles volver a cogerlo, diciendo" que sois unas
crías".
Ellas murmuraron entre dientes" pues solo tienes cinco
años más".
Ese gusanillo de leer lo raro, misterioso o prohibido la fue
enganchando a lo largo de su vida.
Después en la veintena compró los fascículos de una
enciclopedia de lo paranormal, en el silencio de la noche se empapaba hasta
algunas cosas ponerlas en práctica, por eso de experimentar cosas nuevas.
Una mañana finalizadas las tareas, se tumbó en la alfombra
del salón con los pies hacia la ventana y lo que comenzó con ejercicios de
relajación se convirtió en un viaje, un viaje donde su mente estaba fuera del
cuerpo. Miraba a su alrededor y todo lo
reconocía. De pronto se vio inerte en el suelo y del susto regresó a su cuerpo.
Desde entonces los ejercicios los utiliza muy de tarde en
tarde y con suma precaución, el miedo a vagar por el espacio y no regresar hace
que lo controle hasta le exageración.
Ahora con Internet tiene todo alcance de un clik y los
documentales de sobre libros extraños la ocupan parte de su tiempo.
El manuscrito Voynich de dudosa procedencia, Las profecías de
Nostradamus, el Libro de Enoc, el Libro de los Muertos, etc,etc.
También sigue todo aquello que encierre misterio, dudas que
han llegado desde la antigüedad más remota, esa intriga le lleva a buscar los
significados ocultos en la pintura.
Livia cuando se centra en una lectura policíaca es a la vez
el asesino y el detective. Una lucha encarnizada del intelecto de los dos
protagonistas, pero como en casi todos los libros siempre gana el bueno.
Por eso disfruta en el trayecto y hace de ello una realidad a
su medida.
En éstos últimos años se interesa por la Historia Antigua, la
sabiduría de aquellas gentes la fascinan.
La desaparición de la Atlántida hace que vea y lea todo lo
que cae en sus manos, motivo por el cual visitó Santorini.
En una de las excursiones hacia el interior de la isla, allí
donde todo fluye alrededor de las cenizas de lava, sintió como si una luz la
inundara.
Con tanto caminar cuesta arriba y el sol de julio a pleno rendimiento,
necesitaba descansar.
Una benéfica siesta y se levantaría como nueva. Ese era su
pensamiento pero dormirse no fue un placer. Sueños y llanto, se entremezclaban
con gritos y miedo. No podía abrir los ojos, sus esfuerzos eran en vano. Tanta
agitación llamó la atención de su hermana, que inquieta intentaba despertarla.
¡Livia, Livia! le decía una y otra vez, la zarandeaba y no la
despertaba. Sin embargo le hablaba en un idioma que no conocía, la angustia y
el dolor extremo quedaban reflejados en su rostro.
Al fin, abrió los ojos, miraba incrédula a su alrededor, se
dejaba conducir por su hermana, durante unos días sintió que era una extraña en
un mundo desconocido.
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