Necesito
olvidar, olvidar, olvidar tanto... para tener paz...Descargar mi alma de la
responsabilidad con que otros me atan. Irme
lejos, muy lejos, al otro confín del mundo, sin tomar avión, ni tren, ni
barco. Romper las cadenas de mi mente y volar, volar con las alas de la
fantasía a lugares ignotos.
Sentir
el abrazo fuerte y generoso de unos brazos que aprieten hasta que corten mi
respiración. Abandonarme entre ellos con la seguridad de estar viva. Renacer
con un alma nueva vigorosa e ilusionante, en este cuerpo gastado por el devenir
de una vida demasiado intensa en sufrimientos y con graves carencias amorosas,
desde la infancia, adolescencia, juventud y en la madurez…
Solo
recuerdo leves caricias maternas muy lejanas, por su partida inesperada. Sin
nadie que las reemplazara. Me encuentro cansada hasta el hastío.
Abro
la ventana en una noche de fuertes vendavales y les grito hasta que mi voz se
agota, quiero que se lleven lejos, muy
lejos hasta el último confín de la tierra todos mis miedos y mis angustias.
Necesito
vivir, quiero vivir, vivir con la fuerza e ímpetu de aquellos primeros años,
pero con la experiencia de la madurez. Llamo al viento huracanado para que
insufle en mí, un nuevo espíritu renacido con la ilusión de mi lejana juventud,
con el deseo e ímpetu de los sueños por conseguir.
Renata
se despertó con la almohada mojada por las lágrimas y con la sensación de haber
librado una feroz batalla.
Con
el cuerpo cansado, sin fuerzas para levantarse sentía como un imán la sujetara
a la cama, llevaba dos días postrada sin más alimento que su botella de agua a
la cabecera de su cama.
Cuando
por fin se levantó se miró al espejo y vió sus ojos inyectados en sangre, el
terror se apoderó de ella. Notó un golpe insonoro que le duró lo suficiente
como para dejarse de mirar el ombligo y aprender con vicisitudes del sufrimiento, para
continuar el camino.
La
lucha consigo misma había terminado, una renacida Renata desconocida para ella
misma se iba a enfrentar a la vida.
Se
puso un vestido rojo, de esos que dicen "aquí estoy yo" sus zapatos
de aguja y salió a pasear para tomarse un sencillo café con leche.
Notó
como las miradas de los hombres se detenían a su paso, entonces se erguía más
si cabe y contoneaban sus caderas con una gracia especial.
Una
cosa tan simple la devolvió la autoestima que había perdido tras un largo y
dificultoso divorcio.
Ahora
se sentía fuerte y capaz de emprender nuevas aventuras. Regresaría a su tedioso
trabajo y quizás también a eso le daría un giro, como por ejemplo un traslado
de ciudad, le empezaba apetecer conocer caras diferentes.
El
trabajo sería el mismo o muy similar pero las personas y el ambiente de la
ciudad que eligiera habría cambiado, esa excitante idea era un motivo de hacer
planes y buscar la zona del país que más le apetecía en esos momentos.
No
esperaba que su solicitud fuera atendida tan rápidamente que le cogió con el
pie cambiado.
Una
mezcla de alegría y nerviosismo se apoderó de ella, se atolondraba hasta que se
dijo "basta ya”.
Entró
en Internet y buscó un hotel para ir a la pequeña ciudad de interior que tanto
le apasionaba. No importaba el frío, la belleza y paz que le transmitía cada
vez que la visitaba, le compensaba pero ahora era diferente iba a residir en
ella, cada día sus ojos se llenarían de su historia, tan antigua que se pierde
en el tiempo.
Al
fin halló lo que buscaba, un pequeño apartamento cerca del trabajo, aunque las
distancias no son enormes y conducir no era algo que le apasionaba.
Hacía
bastantes años que renunció a coger un coche, un taxi o el tren serían
suficientes, así que se desprendería del auto.
Regresó
a casa y comenzó a hacer las maletas, dejaría parte de sus cosas para cuando
volviera de vez en cuando no tener que ir cargada de bultos, máxime si se
deshacía del coche.
Se
instaló enseguida y comenzó a sentir que la miraban como a una intrusa, pero la
nueva Renata quiso adelantarse a cualquier mal rollo y en el primer receso les
invitó al café de media mañana.
Les
hablo de la ciudad los monumentos, la historia que tan bien conocía y sus
paseos por el río, el mismo río que bañaba su patria chica.
Su
parloteo consiguió sus fines y al regreso al trabajo era una más.
Sintió
que unos ojos se clavaban en su nuca, pero no se movió. Así pasaron varias
semanas y la mirada la continuaba persiguiendo.
Si
al final iba a resultar que ahora ella imponía a los hombres, bueno por lo
menos a uno.
La
curiosidad ya dicen que mató al gato, pensó Renata, y tomó la decisión de
acabar con el juego.
Se
giró y sus ojos tropezaron con unos tan negros como el azabache, de mirada
intensa, brillante y rebosante de alegría. Sonrieron.
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