Como cada mañana desde
hace un mes cuando el otoño muestra su rostro más grisáceo, me resistía a
levantarme y abandonar el caliente lecho para afrontar la humedad creciente del
río, que se colaba por cada rendija de la maltrecha casa de la mitad del siglo
XX.
Una vez aseado comencé
a preparar el fuego de la cocina para templar el habitáculo que dispuse como
estudio el verano pasado, la luz lo embarga todo sin embargo a medida que las
estaciones avanzan, se vuelve lúgubre y frío.
Mientras cojo el tazón
de porcelana blanca ribeteado de un azul cobalto, que desde hace un tiempo se
había convertido en mi recipiente favorito, lo
llenaba de cualquier líquido
frío en verano y en invierno casi
hirviendo, pues el calor se evapora en un instante como si estuviese metido en
la nevera.
Las tostas de pan frito
espolvoreadas con azúcar y el café con leche eran mi desayuno favorito, aunque
pora romper la monotonía llenaba el tazón de finas rebanadas de pan y
con una cucharada de miel para finalizar con un largo chorro de leche, era lo
que degustaba sentado frente a la ventana de la cocina, desde ese lugar me
permitía otear el devenir de las gentes del pueblo.
La calle Real, columna
vertebral de San Andrés, la observaba
hacia ambos lados sin que notase
ninguna alterción.. El ropaje de abrigo y el pañuelo cubría la cabeza de
las féminas, hacía presagiar que el frío viento del cierzo estaba peinando la
meseta, avanzadilla de un invierno frío.
Esa mañana a penas
terminé el desayuno, con el tazón entre mis manos para absorber su calor,
estaba ensimismado con la mirada perdida en un punto lejano de la calle como si
esperara impaciente la llegada de alguien que quebrase tanta quietud.
No recuerdo el tiempo
que pasé con los ojos fijos en aquel espacio, quizás hasta que la niebla
empezaba a dibujar formas fantasmagóricas que la imaginación se encargaba de
hacer jugarretas a la realidad.
En ese instante me
alejaba con una mueca en los labios que pretendía ser una sonrisa burlona.
Llevaba un par de días que entre la neblina
me figuraba ver una mujer con raídas ropas que arrastra una vieja
maleta. Así que una vez más pensaba —como que me lo voy a creer—dichosa niebla
que le habré hecho yo... Seguí sonriendo mientras andaba con paso cansino hacia
el estudio.
Hoy iniciaré mi jornada
en el cuaderno de dibujo, tenía fresca la imagen de la mujer entre la bruma, a
grandes rasgos garabateé la calle y la llovizna gris mientras unos trazos
simulaba una persona que regresaba a sus orígenes derrotada por la vida. Con el
boceto finalizado, sin dejar de observarlo una desazón se apoderó de mí.
Sentí por primera vez
en mi carrera de pintor que debía trasladar a un lienzo mis garabatos del
cuaderno. Preparé la tela en el bastidor con minuciosidad, para luego tomar los
tubos de acrílico con colores apagados y eso que era un forofo del color, siempre
me decía: color, color y más color. El color era un estado de ánimo, mi estado
de ánimo que daba luz a mi espíritu y a cada rincón de la habitación.
Estaba agotado, había
llegado la noche y desde el desayuno no había vuelto a probar bocado,
desfallecía y sin ganas de cocinar, revolví en la despensa y abrí una lata de
atún con un trozo de pan, el cansancio
anulaba mi mente.
La humedad de las
sábanas me despejó, mentalmente repasaba los trazos de la pintura, no me
disgustaba el trabajo realizado, sin embargo notaba que le faltaba alma, no
había conseguido transmitir a la tela las sensaciones de inquietud que la
figura me provocaba.
El calor me adormecía,
los párpados pesaban más y más, a lo lejos se escuchaba una sonata que
acariciaba mis sentidos, el sueño me
venció.
No sé cuánto tiempo
estuve dormido, las luces del día ya no se clareaban a través de los agujeros
de la persiana, ¿en qué día estaba, acaso importaba? realmente no, cada
amanecer era similar a otro, nadie me esperaba. No me gustaba ese pésimo
pensamiento, yo, que era la alegría personificada... ¿qué me estaba pasando?
De nuevo la música se
escuchaba desde la lejanía, pareciera que la tocase un ángel, tan delicada que
es capaz de transformar hasta el espíritu más inaccesible e indómito.
Las notas me empujaban
hacia la calle algo intangible me llamaba, cogí el gabán y salí cerrando la
puerta tras de mí. Miré a ambos lados de la ancha acera, la niebla había
perdido su espesor solo una finísima lluvia mojaba mi cara.
Mis pasos se
encaminaron hacia el solar de la que fuera una antigua casona palaciega y sin
embargo la música sonaba más próxima, seguí avanzando y de pronto vi. un gran
piano de cola majestuoso sentada al frente una dama ataviada con un traje de
gala de otro tiempo, dejaba volar sus manos sobre las teclas con una elegancia
y delicadeza, que demostraba su fragilidad.
En un abrir y cerrar de
ojos todo se volvió nítido y el desangelado, el solar estaba como siempre lo observaba cada mañana al ir y
regresar de mi paseo matutino.
El frío cada vez se me
hacía más insoportable, no estaba acostumbrado a las gélidas temperaturas de la
ribera del Duero, el verano fue delicioso y lo disfruté como nunca imaginé,
ahora disponía de una buena selección de abstractos para la exposición en la galería,
tanta prisa, tanta prisa en la ciudad y aquí las horas se dilataban como si no
fuesen acabar los días.
Trabajé hasta
desfallecer, incluso a la luz de la luna y las estrellas me producía un extraño
placer estar siempre manchado de pintura su olor me imbuía una borrachera
permanente, y estaba solo...jamás me sentí tan acompañado.
De nuevo ante el lienzo
inacabado, el único trabajo realista que he hecho en años, sin embargo aquí
estamos los dos frente a frente retándome a finalizarlo. El rostro sin definir,
su mirada de ultra tumba me atravesaba como cuchillos, ¿dónde estaban los
recurso de pintor experimentado? si ante la figura estaba indefenso y su poder
sobre mí era tal, que al darme cuenta de ello un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Estaba viva, no la había creado mi mano la dirigía ella en todo momento y yo un
artista iluso creyéndome su hacedor...
Un halo de inquietud me
retuvo ante ella, pensé: quizás sea mejor dejarlo como está y cada espectador
le defina el rostro. A medida que pasaban los minutos decidí que ese sería el
misterio que envolviera el cuadro. A fin de cuentas ¿no me dedicaba a lo
abstracto?
Sonó el teléfono y OH!
casualidad la gerente de la galería metiendo prisa.
—Ya voy, ya voy, tengo todo acabado y además una sorpresa para compensarte por mi tardanza—
—Esta tarde sin falta
te espero en mi despacho para ultimar los detalles, me ha surgido un comprador
muy bueno—
—Allí estaré te lo
prometo—colgué el auricular y despacio con mimo como si de un bebé se tratase,
los fui envolviendo primero en papel burbuja y después en papel de estraza
reforzado con cinta adhesiva.
Todos a bordo de la
furgoneta, bajé a echar un último vistazo a la casa cerré la puerta mientras me despedía: hasta
la primavera. Subí, respiré hondo y giré la llave de contacto, nos poníamos en
marcha hacia Madrid.
Con la preciada carga
el trayecto fue más lento que de costumbre sin embargo pronto tendría ante mí
las Torres Kio, desde allí a la calle Alonso Cano sería un paseo.
Efectivamente al poco
de aparcar Montse se asomó por la ventana agitaba su mano izquierda a modo de
saludo, mientras con la otra sujetaba el móvil, su indispensable herramienta de
trabajo.
Abrió la puerta de la galería y dos hombres me preguntaron si descargaban la mercancía, asentí mientras les voceaba: Con cuidado ¿eh?
Ella bajó las escaleras
con su eterna sonrisa que camuflaba sus estados de ánimo, la noté impaciente
por averiguar que sorpresa le había preparado, pues sabe que soy impredecible.
Trabajamos hasta muy
tarde ya que al día siguiente era la inauguración, solo faltaba colocar en un
lugar especial la última obra donde plasmé toda la inseguridad que lo
desconocido me produce.
Al colgarla todos nos
quedamos estupefactos, se había adueñado del espacio y daba la impresión que
había tomado vida propia. Ella me preguntó por el título de la obra y sin
pensar le contesté “Mujer entre la niebla”, Sin dilación Montse fue a comprobar
si la seguridad privada estaba en orden,
costumbre habitual cada vez que inauguraba, quedaba un guarda dentro y otro
fuera un apoyo extra a con las cámaras.
Con todo organizado nos
fuimos a casa, a primera hora quedaba por colocar los canapés y las bebidas, y
algún que otro dulce para los golosos.
A penas estaba en el
primer sueño cuando sonó el móvil, creí que estaba en un lugar distinto y
contesté mecánicamente, al escuchar el relato di un salto, entonces los ojos se
abrieron como ventanas al exterior.
Me vestí y salí en
estampida hacia la galería, allí me esperaba Montse muerta de miedo, el guarda
del exterior balbuceaba y su cuerpo parecía un cadáver andante, y yo procurando
aparentar una tranquilidad que estaba lejos de poseer.
Al adentrarnos en el
local mis ojos se centraron en la pintura fantasma, como la llamaba, mitad
sorprendido, mitad asustado allí faltaba una imagen. En el suelo un horrible
cadáver, vestido con el ropaje de la dama y en la mano el paraguas rojo que
pinté, la cara pálida e irreconocible, desencajada y sus ojos casi fuera de las
órbitas, había muerto, muerto de miedo y ella por las calles de la ciudad en un
cuerpo que no le pertenecía.
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