Le encantaba la pintura y en Etnacil su pequeña
ciudad de provincias, los museos eran abundantes pero no con la importancia de
hacer grandes exposiciones. Pero un año se obtuvo el premio europeo
al mejor museo de Arqueología.
Una de las
veces que se acercó a Madrid para visitar el Museo del Prado coincidió con una
exposición especial sobre la obra de Monet. Ella se quedaba absorta ante
cualquier cuadro de los impresionistas....
Desde que vio las maravillas de los jardines de Claude Monet aquel día
en el Museo, supo que cambiaría parte de sus estudios para encauzar la
que sería su profesión definitiva.
Estudiaba Bellas Artes con la
intención de restaurar las grandes obras de la pintura de ese modo penetrar en la mente de los autores,
adentrarse en las circunstancias de sus vidas. Al volver a la universidad se interesó por el
diseño de los jardines. Estudiaba sin cesar, el día no tenía suficientes horas
para ella. Ahora su vida giraba entre las clases y su habitación, con la cabeza
siempre dentro de los libros y del portátil.
Se rodeó de láminas de las
obras del pintor, no que Le encantaba la pintura y en Etnacil su pequeña ciudad de provincias, los museos eran abundantes pero no con la importancia de hacer grandes exposiciones. Pero un año se obtuvo el premio europeo al mejor museo de Arqueología.
Una de las veces que se acercó a Madrid para visitar el Museo del Prado coincidió con una exposición especial sobre la obra de Monet. Ella se quedaba absorta ante cualquier cuadro de los impresionistas.... Desde que vio las maravillas de los jardines de Claude Monet aquel día en el Museo, supo que cambiaría parte de sus estudios para encauzar la que sería su profesión definitiva.
Estudiaba Bellas Artes con la intención de restaurar las grandes obras de la pintura de ese modo penetrar en la mente de los autores, adentrarse en las circunstancias de sus vidas. Al volver a la universidad se interesó por el diseño de los jardines. Estudiaba sin cesar, el día no tenía suficientes horas para ella. Ahora su vida giraba entre las clases y su habitación, con la cabeza siempre dentro de los libros y del portátil. daba un hueco de la pared que no cubriera. Tanto se
entusiasmó con él que investigó hasta el detalle más insignificante de su
biografía.
Llegó el verano de su partida
inminente a París. Con poco equipaje y con muchos sueños en la cabeza,
comenzaba una experiencia que no sabía a donde le conduciría. La aventura en la
que se embarcaba era excitante, durante el vuelo cerraba los ojos imaginándose
paseando por el barrio bohemio de
Montmartre y las zonas aledañas, ¿quien sujeta una fantasía
tan desbordante como la suya? Solo la realidad podría bajarla de la nube de
ensoñación en que se hallaba.
Por fin pisaba las calles que
otrora lo hiciesen aquellos pintores valientes, que rompieron los cánones establecidos e
ignoraron los consejos de los marchantes. Esa misma rebeldía le subía por sus pies y se adueñaba de todo el
cuerpo, esa imperiosa necesidad de lo desconocido la trasladó a París.
Estaba entre los pintores
aficionados y otros que dominaban el arte con un embrujo especial, al
contemplarlos sintió hacerse pequeñita casi invisible sin embargo buscó un
lugar que le permitiera esbozar un retazo del lugar.
Extendió su silla de tijera abrió el
bloc de dibujo, cogió un carboncillo con su mano izquierda mientras con la
derecha sujetaba el bloc, sus ágiles dedos deslizaban trazos a toda velocidad
apenas si parpadeaba ante tanta excitación.
Cuando una voz le preguntó: ¿a
quién dibujas? A lo que ella respondió –a la mujer que tengo delante –
—No veo a nadie solo están los
edificios— Priscila levantó la mirada y comprobó que efectivamente el muchacho
tenía razón, entonces... ¿a quién había dibujado ella? Juraría que estaba
delante con ropas de época.
Le mostró el retrato a Michael
ambos reconocieron el gran parecido con
un cuadro de Monet se miraron desconcertados negando con la cabeza, “no puede
ser… pero se parece tanto a Camille” murmuraron entre dientes.
Recogieron sus útiles
pensativos y se fueron a comer a la taberna próxima que conservaba algún cuadro
del pintor.
Apoyando los bártulos
junto a la ventana al tiempo que se sentaban en los taburetes de madera oscura,
el camarero se aproximó con la carta. No pudiendo reprimir su curiosidad
Priscila sacó su bloc que puso sobre la mesa al verlo el hombre le comentó— ¿Ha
visto a la señora mientras dibujaba?—
—Si— contestó. Entonces
comenzó a contarle que efectivamente era Camille la primera esposa del pintor
que solía aparecerse a las jóvenes aficionadas entusiasmadas por las obras de
Monet. Dicen que sus celos les provocan visiones hasta el punto de volver loca
alguna de ellas. Así que señorita le recomendaría la vuelta a su país antes de
que sea tarde.
Incrédula ante todas las leyendas de
fantasmas o cosas por el estilo Priscila sonrió con benevolencia al camarero
mientras devoraba su bistec con patatas fritas.
Se despidió de su nuevo amigo
hasta la mañana siguiente y entre risas decía— no pintaré a Camille—.
Pasaron varios días sin
acercarse por el lugar, Michael preguntaba por ella a todos los que les vieron
aquella mañana en la taberna, pero nadie le dio una respuesta. Inquieto marchó
a la comisaría más cercana a denunciar su desaparición.
A las pocas horas le dijeron
que a su amiga la hallaron en circunstancias poco agradables, hablaba
incoherencias y desnutrida.
Fue al hospital y según
se acercaba a la habitación escuchaba una voz que decía:
¡Oscar-Claud!... ¡Claud!... ¡Claud!..
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