Por el casco viejo de Alicante se
pasea un caballero de edad avanzada, su porte elegante recuerda al de un dandy.
Es tan peculiar que llama mi atención le observo en su caminar gallardo y
erguido y cubre su cabeza con un
sombrero de fieltro marrón.
Me mira con gesto serio y le
sonrío. Sigo mi acostumbrada ruta hacia el Mubag. Llevo unos días que mis
pupilas se detienen en un par de cuadros.
Son un imán invisible que me
atrapan, unos retratos de caballeros. El más antiguo me retrotrae a mi pasado,
intento ubicarlo por ello lo visito diariamente. El otro misterioso donde los
haya, hizo despertar mi curiosidad y es
que a mí la intriga me fascina.
Un hombre en la oscuridad de la
noche con sombrero oculta su rostro y a pesar de la luz de una farola no descifro sus rasgos, sin
embargo a través del gabán presumo su delgadez.
Intento penetrar en la mente del artista que pasaba en su alma para dibujar tanta oscuridad, A fuerza de
mirar con insistencia obsesiva, creo percibir una finísima línea roja.
La sigo y con asombro veo que se
retuerce, crea espirales, se anuda, vuelve a enderezarse y comienza de nuevo.
Mis ojos pierden su pista quizás
agotados por el esfuerzo, mañana regresaré a ver hasta donde llega o si
verdaderamente finaliza así.
Camino con la mirada perdida
hasta llegar a la Rambla, voy despacio necesito despejarme y giro hacia el
paseo, mis pasos me guían hacia la pasarela allí sentiré las caricias de la brisa y la humedad del
mar.
No sé las horas que permanecí
sentada observando el horizonte mientras mis pensamientos se hallaban a miles
de kilómetros de distancia. La humedad de la brisa penetra en mis huesos,
siento frío.
Esta tarde repito lo de ayer y me
tropiezo de nuevo con el hombre del gabán, esta vez me sonríe, ahora soy yo la
que permanezco impasible ante su mirada.
Me quedo extasiada delante del
cuadro, busco la línea roja, me desespero, me pregunto si no fué una jugarreta
de la vista.
Cuando por fin la localizo, está enredada a la
farola la sigo y forma espirales, continua una diminuta recta y vuelve hacia la
luz. Se endereza a lo largo de la acera que tuerce hacia la esquina como si
saliera del dibujo.
¡Qué curioso! Pienso.
En la puerta de la calle me tropiezo con el caballero de porte gentil,
esta vez le observo detenidamente sonreímos, de su bolsillo cuelga una fina
hebra roja. Al contemplarla me sobresalto y le pregunto: ¿Se da cuenta que
lleva un hilo rojo que sale de su bolsillo?
Sin perder la sonrisa responde:
Sí, es la hebra del destino que solo es visible por la persona a la que está
destinada.
Todos tenemos el hilo rojo no
importa el tiempo que pase ni lo que suceda cuando dos personas están destinada
a encontrarse termina por suceder.
Soy el creador de la pintura que
tanto te intriga, y sí, soy yo, de ahí el parecido. Tienes que investigar porqué estamos conectados. Acto seguido despareció.
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