lunes, 7 de septiembre de 2020

EL HOMBRE DEL GABÁN


                                       
Por el casco viejo de Alicante se pasea un caballero de edad avanzada, su porte elegante recuerda al de un dandy. Es tan peculiar que llama mi atención le observo en su caminar gallardo y erguido  y cubre su cabeza con un sombrero de fieltro marrón.
Me mira con gesto serio y le sonrío. Sigo mi acostumbrada ruta hacia el Mubag. Llevo unos días que mis pupilas se detienen en un par de cuadros.
Son un imán invisible que me atrapan, unos retratos de caballeros. El más antiguo me retrotrae a mi pasado, intento ubicarlo por ello lo visito diariamente. El otro misterioso donde los haya, hizo despertar mi  curiosidad y es que a mí la intriga me fascina.
Un hombre en la oscuridad de la noche con sombrero oculta su rostro y a pesar de la luz  de una farola no descifro sus rasgos, sin embargo a través del gabán presumo su delgadez.
Intento penetrar en la mente  del artista que pasaba en su alma  para dibujar tanta oscuridad, A fuerza de mirar con insistencia obsesiva, creo percibir una finísima línea roja.
La sigo y con asombro veo que se retuerce, crea espirales, se anuda, vuelve a enderezarse y comienza de nuevo.
Mis ojos pierden su pista quizás agotados por el esfuerzo, mañana regresaré a ver hasta donde llega o si verdaderamente finaliza así.
Camino con la mirada perdida hasta llegar a la Rambla, voy despacio necesito despejarme y giro hacia el paseo, mis pasos me guían hacia la pasarela allí  sentiré las caricias de la brisa y la humedad del mar.
No sé las horas que permanecí sentada observando el horizonte mientras mis pensamientos se hallaban a miles de kilómetros de distancia. La humedad de la brisa penetra en mis huesos, siento frío.
Esta tarde repito lo de ayer y me tropiezo de nuevo con el hombre del gabán, esta vez me sonríe, ahora soy yo la que permanezco impasible ante su mirada.
Me quedo extasiada delante del cuadro, busco la línea roja, me desespero, me pregunto si no fué una jugarreta de la vista.
Cuando  por fin la localizo, está enredada a la farola la sigo y forma espirales, continua una diminuta recta y vuelve hacia la luz. Se endereza a lo largo de la acera que tuerce hacia la esquina como si saliera del dibujo.
¡Qué curioso! Pienso. 
En la puerta de la calle  me tropiezo con el caballero de porte gentil, esta vez le observo detenidamente sonreímos, de su bolsillo cuelga una fina hebra roja. Al contemplarla me sobresalto y le pregunto: ¿Se da cuenta que lleva un hilo rojo que sale de su bolsillo?
Sin perder la sonrisa responde: Sí, es la hebra del destino que solo es visible por la persona a la que está destinada.
Todos tenemos el hilo rojo no importa el tiempo que pase ni lo que suceda cuando dos personas están destinada a encontrarse termina por suceder.
Soy el creador de la pintura que tanto te intriga, y sí, soy yo, de ahí el parecido. Tienes que investigar porqué estamos conectados. Acto seguido despareció.

 
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