lunes, 29 de febrero de 2016

LA LEYENDA DE LA ISLA

   Se la divisa desde cualquier parte del litoral sus líneas agrestes y su color verde llaman la atención de los visitantes de Benidorm. Mi curiosidad por ver  más lejos de la playa y los rascacielos me llevó a tomar el barco que sale cada hora.                                                En el corto trayecto el patrón me habla de una de las leyendas  que por allí se cuentan.
    Hubo una vez un caballero que se enamoró de una dama a la cual veía cuando iba a recoger agua.
   Sin embargo, una mañana el caballero esperó y esperó, pero la joven no apareció, preocupado fue en  su busca y descubrió que estaba enferma. 
   En aquel momento, en lo alto de la gran montaña, conocida como Puig Campana, vivía un temido Brujo, el caballero decidió  subir hasta ella y consultar la enfermedad que le aquejaba.
   Tras alcanzar la  cima de la montaña  rogó al Brujo que le diera  la pócima para salvar a su amada; el Brujo le dijo que no había nada que hacer, el caballero suplicó  a lo que el Brujo le contestó con una mirada gélida y distante,  que aprovechara el poco tiempo que le quedaba para disfrutar con la compañía de la muchacha, puesto que al ponerse el sol la joven moriría.
   Consumido por la desesperación sacó su espada y asestó un golpe a la montaña rompiendo un fragmento de la misma, que cayó al mar, dando lugar a la isla de Benidorm; de ese modo, logró que ese día el sol se pusiera un poco más tarde, ya que cuando el sol pasara al otro lado de la alta montaña, seguiría iluminando a través de la hendidura creada. 
 Para tener tiempo   de acompañar a la  joven antes de que lanzara su último suspiro.
   Esa misma noche, el caballero colocó el cuerpo de la chica en una pequeña embarcación y subiéndose a la misma, se dirigió hacia la isla que  su amor había creado. Al encontrarse  frente a la isla, clavó su espada e hizo  hundir al pecio  para unir sus almas en el Mediterráneo.
  Bonita historia comenté a lo cual el patrón respondió que había varias todas con un toque de romanticismo, asentí mientras el vuelo de los pájaros y sus trinos atrajeron mi atención.
   Tenía toda una hora para pasear por aquel intrincado paraje me sorprendí como unos bañistas tomaban el sol sobre las piedras. Donde parecía que solo  podía encontrar naturaleza una cafetería con sus parasoles y unas pocas mesas lo invadían.
  
 
                                             Tomada de la red