domingo, 27 de marzo de 2016

DEBAJO DE LA CAPA


   Debajo de la capa de Luis Candelas…. Es el primer verso de la canción que desde niña escuchaba en la radio, al igual que otras muchas  las cuales se denominan canción española o familiar “la copla”, todas ellas encierran un poso de veracidad.

   No solo hubo bandoleros andaluces que sus “hazañas” han llegado hasta nosotros, también  en Madrid aunque el más conocido sea Luis Candelas Cajigal que nació el nueve de febrero de 1804 en la calle del Calvario del barrio de Lavapiés era el tercero de los hermanos.

   Su padre regentaba una carpintería y pudo darle estudios en el colegio de S. Isidro fue expulsado a causa de que un clérigo le dio una bofetada y él respondió con dos.

    Siguió leyendo todo lo que caía en sus manos le gustaba vestir bien y ser educado pero a los quince años hizo su primer robo fue detenido  y luego apresado en la cárcel de la Villa por deambular  de madrugada por la Plaza de Santa Ana.

    A los diecinueve años murió su padre por ello se dedicó a ser librero duró poco tiempo pues fue condenado a seis años de cárcel por robar dos caballos y una mula.

    Entre 1823 y 1830 se dedicó a conquistar mujeres y vivir de ellas, era un D. Juan de la época he recogido una reseña de su aspecto: “ Era moreno, bien parecido, dientes blancos, con patilla ancha y flequillo bajo el pañuelo, bien afeitado, calañés, faja roja, capa negra, calzón de pana y calzado de mucho tirar.”

   Después se dedicó al latrocinio y tuvo dos duelos uno contra Paco El Sastre, a partir de entonces se convirtió en su mejor amigo y le hizo ganarse el respeto de los barrios de Madrid.

    En 1835 formó una cuadrilla de diez componentes con los que se reunía en la taberna del Cuclillo y en la taberna de Jerónimo Morco entre otras donde les ofrecían buen vino, buenas “cantaoras”, escondite y compañía femenina.

    Sus fechorías cada vez más arriesgadas y mayor botín conseguidas por su ingenio fueron cantadas por los madrileños; su doble vida de indiano adinerado y respetado de día con su falso nombre “Luis Álvarez de Cobos” y por la noche salía por la puerta de atrás como rey de los bajos fondos.

   En una de sus visitas a la cárcel conoció al político Salustiano de Olózabal al que ayudó a escapar. Agradecido al bandolero le inició en la masonería en la “Logia Libertad” Luis lucía una capa negra símbolo de los masones.

   Tres mujeres marcaron su vida, se casa en los carnavales de 1827 con Manuela viuda de veintitrés años que también pasó por la cárcel, durante la luna de miel vieron que no eran compatibles y Luis la abandonó ese mismo año.

   L a segunda Lola la naranjera que según la tradición era amante de Fernando VII y por último Clara joven de clase media con la que se fue a vivir a Valencia donde siguió robando.

    Asaltó a la modista de la reina en su taller y al embajador de Francia en su diligencia, huyó con Clara hacia Inglaterra pero al llegar a Gijón ella no quiso seguir y decidieron volver a Madrid.

    Fue detenido y juzgado el dos de noviembre de 1837 siendo condenado a morir a garrote vil, pidió clemencia a Mª Cristina de Borbón siendo denegada.

    Murió el seis de noviembre de 1837 con treinta y tres años, cuando estaba al pie del garrote dijo la frase: “¡Adiós Patria mía, sé feliz!”

     Existe una taberna en Madrid llamada “La cueva de Luis Candelas”  que nos lleva aquella época digna de visitar y aviso “cuidado con las carteras”.

 


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jueves, 24 de marzo de 2016

EL ESCUDO DE MARTE


Escuchando la radio por la noche me encontré con esta curiosidad que antes desconocía, espero que os sorprenda como a mí.
   Cuando los romanos se hallaban en el templo de Marte cayó del cielo un trozo de metal sobre el rey Numa Pompilio (sucesor de Rómulo),  durante una peste que los asolaba. Se oyó una voz que decía que Roma debía ser señora del mundo mientras conservara el escudo.
   Numa por consejo de la ninfa Egeria encargó once escudos idénticos para si intentaban robarlo no fueran capaces de distinguirlo el verdadero de los falsos. Estaban hechos de bronce de forma oval con una escotadura a cada lado y dos pies y medio de longitud.
  Los ancilas o escudos sagrados se guardaban en el templo de Marte custodiados por los doce sacerdotes llamados saliares constituidos a tal fin. El encargado de dirigir a Roma a la guerra tenía que pasar por el vestíbulo del templo  donde antes de marchar y después de haber golpeado los escudos y tocado la lanza del Dios exclamaba:”Marte vigila, Marte despiértate”.

Cada año en el mes de marzo los procesionaban los ancilas tres días alrededor de Roma y después los colocaban de nuevo en su lugar; durantes éstas fiestas no se podía celebrar ningún matrimonio ni emprender cosas de importancia.



miércoles, 9 de marzo de 2016

TIERMES, LA OTRA NUMANCIA

    Todos conocemos la gesta de Numancia contra Roma, sin embargo existe Tiermes que su asedio fue mayor y masacrada no quedando de ella más que las ruinas, descubiertas por los arados y azadas de los campesinos de Montejo de Tiermes lugar al que pertenece. Numancia, Tiermes y Uxama fueron pobladas por los arévacos que lucharon contra el invasor romano.
   Hay un  yacimiento arqueológico  desde el Neolítico pero es a partir del siglo XV a.C. donde se documentan más de treinta y cinco siglos de asentamientos con la Edad del Bronce (poblado de Carratiermes). En la primera y segunda Edad del Hierro, continúa con los celtíberos, luego los romanos la llamaron municipium de Termes.
    En el año 1.930 Blas Tarecena comienza unas excavaciones en el yacimiento y denomina a Tiermes “la Pompeya española”
    Puertas, ventanas, escaleras, casas, calles, vías…Los restos de la ciudad de Tiermes están parcialmente tallados en roca arenisca.
    La naturaleza agreste de la Sierra Pela mantiene alejada a la ciudad, pero las excavaciones continúan y las visitas al museo son una delicia.
   Tiermes es zona de montaña con precipicios donde las heladas son frecuentes de octubre y abril e incluso mayo, hay que ser prudentes y seguir los caminos existentes.
    El recorrido de la visita  comienza en el Pórtico de la ermita románica de Santa María de Tiermes, y la duración oscila de algo más de una hora para la vista con guía hasta más de dos horas para la visita por libre.
     El recorrido es un paseo sin excesivas dificultades, pero exige subir y bajar pequeñas cuestas. Hay que llevar buen calzado, apto para pasear por el campo y monte. Nunca subirse a las rocas húmedas o con verdín. 
    Según el tiempo que haga el día de la visita y la estación en la que nos encontremos, para visitar Tiermes en verano conviene llevar siempre una botella de agua y una buena gorra, y ropa cómoda y ligera; el resto del año, tener siempre a mano ropa de abrigo.
      Si hace viento puede hacer muchísimo frío, se aconseja llevar una linterna para visitar el acueducto subterráneo. Son unos buenos consejos que debemos adquirir sobre todo si se desconoce la región y no está acostumbrado a la montaña.

 
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lunes, 7 de marzo de 2016

LA CIUDAD FLOTANTE


          Tenía algunos sueños por cumplir con la íntima esperanza de hacerlos realidad algún día. Los años fueron pasando y hete aquí que el azar se alió conmigo en forma de un concurso de televisión. Nunca creí en ellos, hasta que escribí una carta para participar. Me olvidé del tema y al cabo de unas semanas recibí una llamada.

       Desconfié de la persona que me informaba que estaba seleccionada para participar al día siguiente en el concurso. Esa noche la pasé inquieta, no por la dificultad de las preguntas que fueran a hacerme si no más bien porque era la oportunidad de conseguir el sueño que tanto anhelaba: hacer un crucero por el Mediterráneo. 

         Al fin lo logré, estaba eufórica, el crucero era mío. Llamé a Pilar con la intención  de venir conmigo. Se encontraba en Rabat y yo en Alicante, nuestro punto de encuentro sería la estación de tren de Sants en Barcelona.

     En la parada de taxis se desbordó nuestra alegría, de ahí a embarcar solo era cuestión de minutos. Era alucinante... ¡estábamos haciendo un crucero!

         Una vez en cubierta nos sirvieron unos refrescos mientras zarpábamos  y dejamos atrás la ciudad de Barcelona. La noche fue magnífica.

         Por la mañana temprano atracamos en Villefranche sur mer, un pueblecito de apenas cinco kilómetros cuadrados, situado en la falda de una montaña en la Costa azul, muy bonito con las casitas blancas escalonadas entre multitud de árboles.

  A pesar del incipiente francés de Pilar y del mío casi olvidado, conseguimos entender la dirección de la estación de tren, por cierto muy escondida, cuyo caballo de colores nos llevaría a Niza.

   Callejeamos para arriba y para abajo viendo toda la mercancía de los comercios en el exterior, sus nombres escritos en italiano nos llamó mucho la atención lo mismo que su colorido. El casco antiguo, con sus calles estrechas y las fachadas de sus casas en tonos rojos y ocres, denotaba una clara influencia italiana.

         Fuimos al Paseo de los ingleses, donde se hallan los edificios más espectaculares y rimbombantes para el turismo burgués. Admiramos el bellísimo azul del mar que no observamos en otro lugar. Nos montamos en un tren descubierto con un guía que solo hablaba en italiano e inglés, que nos hizo un recorrido  hacia la Niza en sus orígenes cuyo nombre, Niké, se debe a diosa de la victoria y que derivó al nombre actual. Conquistada por los romanos y tras diversos avatares históricos llegó a ser italiana hasta mil ochocientos sesenta y luego la recuperó Francia.

         Subimos a la cumbre de la montaña donde tuvo lugar la fundación de la ciudad, las ruinas musealizadas y un hermoso parque con bancos de piedra daban un aspecto relajado para reposar el espíritu.

    A la mañana siguiente nos esperaba un nuevo desembarco en esta ocasión sería Livorno,  el puerto más cercano de la Toscana, donde admiramos un bello paisaje de montañas verdes y una planicie repleta cultivos agrícolas con unos pueblos cuya historia se pierde en la noche de los tiempos.

         Por fin teníamos ante nuestros ojos la ciudad de Florencia, bajamos por una calle muy estrecha que desembocaba en la explosión de belleza y color que es la catedral de Santa María de Fiore, con los tonos rosa, blanco y verde del mármol.

   Contemplamos el Baptisterio, con sus tan afamadas Puertas del Paraíso, y el campanario con su enorme cúpula diseñada y construida por  Filippo Brunelleschi, gran matemático, arquitecto y escultor del Renacimiento italiano. ¡Que sensación tan extraña al pisar los mismos sitios que en otras épocas recorrieran los genios de las ciencias y las artes! ¡Cuanta hermosura por doquier! Y la máquina fotográfica, acaparando cada rincón sin descanso.

         La Piazza della Signoria es un fantástico museo al aire libre muy admirado, con el Palazzo  Vecchio cuya entrada está flanqueada por el David de Miguel Ángel. La Galería de los Uffizi es un museo que alberga las mejores obras de los genios de su historia. La estatua de Lorenzo de Medici preside la plaza y todo un conjunto que se ha conservado como en el Renacimiento. El Puente Vecchio atraviesa el río Arno, es el único que continúa igual desde aquellos tiempos, los demás fueron destruidos en la segunda guerra mundial.

         La Basílica de la Santa Croce alberga los sepulcros de Galileo, Maquiavelo, Miguel Ángel, Rossini, Vassari, Ghiberti, Alfieri y Ugo Foscoli. Demasiada información y maravillas en tan corto espacio de tiempo. De vuelta al crucero comenzaba la otra diversión, música, teatro, baile, piscina, jacuzzi y una comida deliciosa para disfrutar.

         Al día siguiente nos esperaba Civitavechia, el puerto por el que iríamos a Roma. Atravesamos la región de Lacio hasta llegar a la antiquísima ciudad del imperio. Recorrimos todos los museos del Vaticano, incluida la Capilla Sixtina que acababa de ser restaurada. Con el reloj avanzando más rápido de lo que quisiéramos tuvimos que visitar los grandes monumentos a gran velocidad:  La Fontana de Trevi, donde arrojamos la consabida moneda; los jardines de Villa Borghese, las termas de Caracala, el Quirinal y el monumento a Víctor Manuel que el pueblo llama socarronamente “la máquina de escribir”. Sus encantadoras callejuelas que rezumaban historia y vitalidad me cautivaron de tan modo que se arecentó mi pasión por Roma, siempre Roma, la ciudad para volver una y otro vez...  eternamente volver.

         Después de pasar una noche más en los dulces brazos de Morfeo nos encontrábamos en Nápoles desde donde un autobús nos acercaría a Pompeya. Nos asombró la majestuosidad del Vesuvio; la población se hallaba a sus pies y por ello quedó sepultada junto con Herculano en la erupción del siglo I después de Cristo. Había mucho que ver y absorber  de la cultura romana ya que las cenizas vesuvianas han mantenido todo intacto: las casas con sus mosaicos, la calefacción, los pasos de cebra, los frescos y las termas. Los cuerpos que se hallaron, permitirán un estudio de las enfermedades que había en esos momentos.

         En Nápoles además del italiano se habla una mezcla de español y griego, debido a su fundación de origen griega cuyo nombre era Neo-polis y el dominio de España como reino de las Dos Sicilias. Petrarca y Bocaccio pasaron un tiempo en Nápoles donde éste último escribió el Decamerón. Los palacios, el castillo y las iglesias junto con los demás monumentos nos trasladaron a épocas pretéritas.

         Ya solo nos quedaba visitar Túnez, cosa que haríamos al comenzar el nuevo día. La fiesta nocturna no había hecho más que empezar y todos nos sentíamos eufóricos. Los bares, las tiendas, el casino y las zonas de agua estaban a pleno rendimiento y nuestros rostros destilaban felicidad.

         En las afueras de Túnez se halla el museo de El Bardo, antigua residencia de sultanes y reyes, cuya edificación data del siglo XIII. En él se exponen los mejores mosaicos romanos y también contiene algunas estatuas de dioses y césares romanos.  Paseamos por la medina, eso es un decir ya que la multitud de gente nos llevaba de un lado a otro. El cromatismo, los olores intensos de las especias, la marroquinería y los gritos de los vendedores nos aturdían. Allí se encontraba todo lo que pudieras imaginar o desear, los regateos con los visitantes y el ímpetu con que te muestran sus mercancías te inducen a comprar.

         Luego fuimos a la Avenida Bourguiba, de estilo francés, donde encuentra la catedral de San Vicente y el obelisco, así como los mejores comercios occidentales.

         Un taxi nos llevó de regreso al buque; era la última noche que podíamos divertirnos hasta altas horas de la madrugada. El día siguiente sería de navegación y  hora de aprovechar al máximo todos los servicios del barco.

         La celebración de despedida que ofreció el capitán junto con los camareros fue todo un éxito, culminado por un baile coreografiado en el que participamos todos los comensales.

         Aprovechamos al máximo ese último día en el gimnasio, la piscina, el jacuzzi y un buen masaje. Después de comer, dimos un último recorrido por tiendas y cafeterías, para finalmente volver al camarote a hacer las maletas y dejarlas en la puerta.

         Había sido una experiencia inolvidable. Todavía no habíamos desembarcado y ya lo echaba de menos.

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LA CARA DEL MORO

  Cuentan que en  época musulmana la ciudad de Medina Laquant (Alicante) estaba gobernada por un príncipe cuya hija Zahara era su debilidad.

  Durante una fiesta la princesa se retiró al patio de armas de la fortaleza harta de los halagos de los pretendientes, mientras contemplaba el mar escuchó la voz de un joven declarándole su amor.

  Seducida por el joven cristiano le ayudó a escapar por un pasadizo secreto, regresó a la fiesta radiante y alegre, su padre al verla le comunicó que su prometido era el Sultán de Damasco.

  Mientras su padre hacía los preparativos para la fiesta del compromiso con el Sultán, la princesa estaba cada día más triste y desmejorada.

  El joven cristiano acudía  a verla cuando le respondía a las señales que hacía con su espejo, una noche que el cristiano escapaba por el pasadizo fueron descubiertos por la nodriza, ésta se lo contó al príncipe que furioso esperó a la noche siguiente para prenderlo y matarlo por espía.

  Al enterarse la princesa enmudeció de dolor, su piel se quedó sin brillo entonces el padre hizo una apuesta con ella: “ Si mañana aparece la tierra blanca dejaré que te cases con él, si no morirá colgado en la torre más alta del castillo”.

  La princesa se pasó la noche orando por un milagro.

Ante el estupor de todos el campo amaneció cubierto de flores de azahar, cuando se lo dijo a su padre éste palideció y miró hacia la torre más alta donde colgaba el cuerpo de su amado.

  Ella corrió hacia él y en un abrazo se precipitaron por el talud de la sierra, el padre desesperado por la muerte de su hija, fue tras ella quedando su cuerpo destrozado por las chumberas y rocas del precipicio.

  Desde entonces la sierra tiene la cara del malvado príncipe, azotado por el viento y el agua.
  
   


   En la actualidad ha necesitado una cura de urgencia para que resista el azote del viento.