sábado, 30 de mayo de 2020

LECCIÓN DE VIDA

Después de varios días encerrado en mi estudio dando rienda suelta a las emociones que tanto tiempo aprisioné, volqué sobre los lienzos los enfados, frustraciones, desamor e incluso por qué  no decirlo algo de amor.

Los vapores de las pinturas, aceites y los mejunjes que por el suelo esparcí, se me subieron a la cabeza, entonces comencé a tapar los frascos y tubos, lavar pinceles y recoger los periódicos que coloqué para proteger el suelo.

Con el agua cayendo sobre mi cabeza y con los ojos cerrados me estaba lavando el espíritu, solo necesitaba caminar, caminar mucho hasta que mis pies se rebelasen del cansancio.

Atravesé el parque, atrás iban quedando los gritos de los niños, las voces de sus padres y los ladridos de los perros.

Mis pasos se encaminaron como un imán hacia la pequeña cafetería próxima al paseo marítimo, allí al cruzar el umbral y después del saludo me dirigí a la mesa de siempre, la camarera al momento me sirvió como de costumbre el café con leche y la tostada con aceite. Una merienda frugal.

La luz se iba adormeciendo mientras jugaba a cambiar el color de la ciudad, también el firmamento  se iba confundiendo en el horizonte con el mar.

Al salir a penas se percibía una luz tenue que era suplantada por la cantidad de farolas que iluminaban el paseo. Me aproximé hasta el borde del agua, respiré profundamente una y otra vez para limpiar mis pulmones, mis pies caminaban arriba y abajo,  la suave brisa acariciaba mi rostro.

 Busqué un banco donde disfrutar plácidamente del momento, estos bellos instantes me estaban reconfortando entonces comenzaron a acudir en tropel las ideas que durante el día se ausentaron.

Solo había uno ocupado por un caballero, sí un caballero de porte elegante. Tocaba su cabeza con un sombrero de fieltro marrón oscuro, según me acercaba observé su  rostro ajado por la huella del tiempo. Me senté en el extremo opuesto con la mirada al frente, observando los mástiles de los veleros y a su lado atracados los de recreo de diferentes tamaños.

Las sombras se dibujan en el agua que con el movimiento pintan lienzos abstractos.

El hombre se me acerca e inicia un trivial monólogo que a medida que avanza en su perorata consigue atraer mi interés. Su necesidad de ser escuchado pese a lo avanzado de su cronología, la lucidez de su mente me deslumbraba.

Toda una vida trabajada en los campos con los avatares propios de ella y con la pérdida de su esposa el año anterior, sentía que le quedaba mucho por disfrutar de la vida, bastante por aprender y poco que enseñar.

Su alegría era contagiosa según decía: cada instante es único e irrepetible, por ello tenemos la obligación de saborearlo con fruición.

Le miré para responder y sin dejarme articular palabra continuó: SÍ ya sé, ya sé que hay momentos duros, sufrimiento y que a veces dan ganas de tirar la toalla, pero aún en esas fases debemos de aprovechar sus enseñanzas, mirar hacia adelante y continuar porque a la vuelta de la esquina no sabemos las gratas sorpresas que nos aguardan, y eso...no querríamos perdérnoslo ¿ a qué no?.

Le sonreí con gesto afirmativo y me dijo a modo de despedida: a ti  te queda mucho, pero que mucho por vivir, aprovéchalo por favor, solo hay una vida y ya que estamos en ella no hay que perder la alegría.

No había desaparecido la sonrisa de mi boca cuando a él ya no le divisaba.

Estaba disfrutando en mi cabeza de su charla-monólogo, mientras pensaba "hasta llegar a su edad me faltan casi cincuenta años" Una barbaridad.





 
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domingo, 24 de mayo de 2020

JUAN, EL ZAHORÍ

  Juan vivía en San Andrés y durante la Semana Santa llegaban los frailes a realizar los sagrados oficios, una mañana uno de ellos lo llevó al campo y dándole una rama de olivo en forma de V le dijo que peinara el terreno muy despacio.

   Por algunas zonas la punta se levantaba como si una fuerza invisible la empujara. El fraile le explicó que tenía el don de captar la energía del agua subterránea, le habló de los zahories y de la sabiduría ancestral que atesoraban.

   Con los años Juan se convirtió en un experto en escoger las varas de olivo, los péndulos y las barritas de cobre se convirtieron en sus inseparables compañeros.

  Desde entonces se dedicó a señalar innumerables pozos por toda la comarca  en los años de sequía.

    Juan recorre con dos varas finas de cobre en las manos una finca enorme en el término de San Andrés, anda con paso tranquilo de repente y sin mover las manos las varas se cruzan como si un campo magnético las empujara a unirse.

  Marca con una piedra el lugar y vuelve sobre sus pasos, camina despacio y de nuevo las varas se disparan con estrépito. Se detiene y comprueba que es el mismo lugar que la vez ante anterior, entonces lo señala con varias piedras haciendo un montículo para no equivocarse.

  Ha encontrado la corriente de agua ahora solo queda perforar con las máquinas y saber a qué profundidad se halla.

   No lo hace por un interés económico, prefiere brindar su ayuda a sus convecinos y aliviar su duro trabajo; todos los habitantes de San Andrés colaboran en mejorar sus condiciones de vida.

  Juan enseña a sus nietos con mucha paciencia y contándoles aquella historia que a él le motivó a ejercer su don. Los niños le miraban con ojos asombrados y con interés, lo que le llevó a buscar un libro de historia antigua sobre Mesopotamia.

 Su búsqueda incansable del agua subterránea para construir canales que los abastecieran   y crear la gran ciudad de Persépolis que sería el germen de un gran imperio.

  Antonio fascinado por el relato y acompañaba a su abuelo en sus paseos campestres. Su esperanza de hallar el agua y convertirse en el sucesor de la familia, hacía que deseara  desarrollarla sin desfallecer, mientras los demás se entretenían con juegos. Quizás su futuro ya estaba diseñado.

 

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martes, 19 de mayo de 2020

LA MANO DEL DIABLO


   Ayer cómo casi todos los días estuve hablando por teléfono con mi amiga  Julia. Una amistad que se alarga en el tiempo a pesar de nuestra diferencia de edad, esa unión  se hace más fuerte si ello es posible...

   Hay veces que nuestras conversaciones son breves con un “hola cómo estás” con el propósito de verificar que todo sigue su rutina diaria, y otras se alargan, y se alargan…          Pero en ésta ocasión se alargó pues me contaba, (porque cuando te dice algo lo desmenuza) que había pasado una mala noche sólo de pensar que le podía haber pasado a Alejandro.    Comencé a inquietarme pensando que sus padres hubiesen tenido un accidente; por fin arrancó a relatar que ellos estaban bien, pero se llevaron un susto muy grande.

  Se reunieron los amigos con los hijos respectivos a pasar unos días de asueto en una casona de la montaña, y un matrimonio regresaba a Madrid un par de días antes.

  La noche anterior a emprender el viaje de regreso otra de las parejas tenía el mismo problema, así que acordaron viajar solo un matrimonio pero llevando los dos niños al colegio y dejando al suyo con los demás. A la mañana siguiente emprendieron el regreso con su hijo y el otro niño.   Mientras en la montaña a media tarde se escucha un estruendo y unos gritos diciendo: ¡Alex!..¡Alex!... Salieron en tropel y Silvia agobiadísima pensaba que a su hijo  le hubiese sucedido un accidente.

  Se había caído la enorme puerta del garaje y estaba atrapado un niño. No era Alejandro. Entre todos levantaron la puerta y ante su asombro el pequeño les hablaba.

 En veinte minutos  llegó la ambulancia medicalizada y los demás la siguieron.

   Ante el asombro de todos, los médicos les dijeron que después de las pruebas realizadas el niño se encontraba en perfecto estado, sólo tenía algunas magulladuras y moratones pero esa noche se quedaba ingresado en observación.

   Con las buenas noticias recibidas llamaron a los padres e inmediatamente estos iniciaron el viaje de regreso.

  Al llegar y comprobar el buen estado de su hijo los comentarios de incredulidad se dispararon “que cómo podía ser”, “que si era un milagro”, “que si el ángel de la guarda” y todos los “que si” que imaginar se pueda.

 Llegado a este punto Julia me dice: no fue nada de eso “es la mano del diablo la que salva a los niños” porque si un niño se muere su alma sube al cielo, pero si vive tiene la oportunidad de llevársela.

 Me quedé pensando su razonamiento y la verdad es que contiene toda la lógica del mundo o al menos a mi me lo parece.


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domingo, 17 de mayo de 2020

ENERO EN PARÍS


 En  un pueblo de Valencia, cuyo nombre no recuerdo, nació Isabel un veintinueve de enero a finales del siglo XIX. En los húmedos días de invierno por las tardes y alrededor de la mesa camilla, nos relataba  las historias de su ajetreada vida y las costumbres de aquellos lugares tan diferentes.

Cantar y fotar  siempre lo hizo muy bien, en aquella época sus padres no querían que se dedicase al mundo del espectáculo, estaba mal visto en una señorita de su posición.

En compensación y acompañada de su hermano mayor les mandaron unos días a París.

Las bailarinas con sus can canes y  botas peculiares, que tantas veces contempló en las láminas  de  Èdouard  Manet o Touluse- Lotrec hubiesen estado en el cabaret. Su ilusión por conocer el Folies Bergère se vió por fin cumplida.

Ahora las observaba con deleite ¡ay qué emoción, qué ansiedad! Le gritaba a su hermano, él asentía sin escucharla. Mucho bullicio y gran espectáculo como para despistarse un segundo. En España no  ocurría o por lo menos  ellos no tenían constancia.

Su excitación llegaba a un nivel que su hermano se alarmó.

—Tranquila, que no es para tanto—

— ¿Cómo que no es para tanto? Si es como tocar el cielo con los pies—

Luis meneó la cabeza y continuó admirando el devenir del programa.

Con el paso de los días disfrutaron de la ciudad incluso viajaron en el metro, ¡un tren bajo tierra! Toda una proeza.

Las influencias familiares les concertaron una visita  con el anciano escritor D. Vicente Blasco Ibañez, pues pasaba unos días en París ya que se había retirado a Mentón.

La ansiedad por conocer a tan ilustre personaje le afectaba a su estómago, debían hacerle un obsequio, a los hermanos no se les ocurrió otra cosa que comprar una pluma.

La audiencia transcurrió con normalidad y el afamado novelista les entregó uno de sus libros dedicado. Corría el año 1928 en la sociedad comenzaban a intuirse un malestar que pronto se extendería a casi toda Europa.

En la colina de Montmartre a la derecha del Sena, en su falda se ven casas humildes, ocupadas por diversidad de gentes atraídas por la luz de París. La mayoría pintores que se atrevían a romper los cánones establecidos.

El dinero les escaseaba, por ello determinaron regresar a Valencia.

Lo que no relata Isabel son sus peripecias íntimas, cada vez que se lo insinuamos su cara se vuelve carmesí y simula un diminuto ataque de ansiedad.

 ¡Cómo nos gustaría saber lo que aprendió en París!



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miércoles, 13 de mayo de 2020

CUATRO LAGUNAS Y UN RÍO


El río Duero nace en los Picos de Urbión, en su primer trayecto recorre diversos parajes donde en su comienzo le acompañan cuatro lagunas misteriosas.

La más conocida es la Laguna Negra por su leyenda que recogió Antonio Machado; con ello contribuyó a su divulgación internacional.

La Laguna Helada se halla en una altitud cercana a los dos mil metros, aquí podemos contemplar un glaciar de circo.

La Laguna Larga se abastece del mismo Pico Urbión que accede a ella en forma de cascada.

En el pueblo de Vinuesa existía un glaciar que atravesaba la Laguna  Helada y la Laguna Negra, hoy es el curso del río Revinuesa que desemboca en el Duero y éste abastece el embalse de la Cuerda del Pozo.

Aquí se disfruta del valle Revinuesa que a través de su recorrido obtenemos información sobre su formación geológica y su flora.

Los bosques de pinos, hayas y robles se extienden por los alrededores acentúan la magia del lugar.

En invierno se encuentran cubiertas por una capa de hielo contribuye a guardar los misterios que atesoran.

Todas estas maravillas naturales están protegidas por el Estado.

El Parque Natural de “Laguna Negra y circos glaciares de Urbión” y su incorporación a la Red Natura 2000.

El río sigue su curso bañando la provincia de Soria cuando llega a S. Esteban de Gormaz da nombre a la denominación de origen del vino “Ribera del Duero” que se extiende hasta Valladolid.