jueves, 19 de octubre de 2017

YEYU, LA ISLA DE LAS SIRENAS

Un enorme cataclismo en la profundidad del océano hace emerger fuego y lava sobre sus aguas durante muchísimo tiempo. Con los años surgió una plataforma con llanos y conos que desean ser  montañas.

La diosa de las sirenas se complació ante ésta nueva creación y pensó que sería un buen lugar de reposo para  su pueblo. Solo necesitaba cubrirla de verdes praderas, frondosos bosques y ríos con cascadas que su rumor les recordara su canto.

Al escucharla el dios de las montañas le regaló el paraje que tanto anhelaba con la condición de protegerlo y no abandonarlo jamás.

Sin embargo Neptuno ponía una condición a su esposa “nunca debían de olvidarse de pagar el tributo de su acuerdo”.

Antes de aceptar la proposición fue a  reunirlas en la cueva principal desde la cual derivaban a otras cinco.  Largas y oscuras que a medida que avanzaban la claridad las inundaba, por ellas salían a disfrutar de los rayos templados del sol, el cielo azul y a ensayar sus cantos melodiosos.

A las horas del atardecer un monte inmenso les daba sombra para que se acostumbraran sus ojos de nuevo a la oscuridad marina.

Después de deliberar acordaron vivir en el exterior y pagar el tributo impuesto por Neptuno. Su diosa entonó plegarias y cánticos para que sus colas desapareciesen. Sus cuerpos fueran esbeltos y sus pulmones capaces de surcar las profundidades para alimentarse.

Con los sonidos melodiosos entonados a coro fueron ascendiendo por los túneles hasta llegar a la superficie y en el momento de pisar la verde y frondosa hierba se convirtieron en espléndidas mujeres.

Pasaron los años e iban envejeciendo un sexto sentido las indicaba que su final se acercaba por ello debían retornar al lugar de procedencia.

La joven Ishtar no se conformaba con la vida tediosa que llevaba y se negaba a ser el próximo tributo a Neptuno. Una madrugada se hundió en el mar en busca de un lugar donde disfrutar como las otras jóvenes cuyas historias le contaron los náufragos marineros.

Nadó hasta desfallecer mientras escuchaba los cantos melodiosos y lejanos de sus compañeras en señal de despedida.

Sin embargo a medida que volvía a la realidad los escuchaba más próximos y al abrir los ojos se vio rodeada por todas ellas.

Comprendió que no todas quisieron ser mujeres y vivir en la tierra, otras se quedaron para salvar con sus melodías a los náufragos.

La acompañaron ante la presencia de la diosa para pedirle regresar a su cuerpo de sirena.

La diosa la llevó ante Neptuno y éste enfadado le respondió “Ishtar tú eres el próximo tributo que debían pagar las mujeres.

Tu sacrificio les permitiría vivir otros veinticinco años en la isla. Debes morir es lo acordado”.

Ella agachó la cabeza se postró de rodillas ante el dios y dijo: Haz conmigo lo que creas que es más justo.

Neptuno y la diosa deliberaron durante bastante tiempo hasta que al fin el dios del mar movió su mano para que se acercara y le comunicó el veredicto.

“No volvería a la isla ni se comunicaría jamás con las mujeres, sería para siempre una sirena”.

 
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