martes, 10 de diciembre de 2019

EL PERFUME DEL AIRE


Una vez más sentada delante del diminuto escritorio de cristal frente al ordenador, mientras por su rostro le caían unas lágrimas de desesperación al tiempo que su mente revelaba el agotamiento del paso de los años habían dejado su huella  de sufrimiento,  amargura y dolor.

De nuevo tuvo que elegir y la decisión estaba clara como el agua del manantial, le tocaba renunciar a la única cosa que por la que tanto había trabajado durante los últimos meses,  y que ponía  el colofón a su esfuerzo.

Y otra vez los demás se antepusieron a su deseada ilusión, nuevo sacrificio que de antemano sabía que pronto lo llevarían al olvido, pero al suyo no, nunca lo olvidaría.

Sus pensamientos hacían un somero recorrido por los caminos de su vida y de nuevo las lágrimas se desbordaron cual torrente impetuoso en días de furiosas  tormentas. No eran de agua salina, sino de sangre, sangre que salía de lo más profundo del dolor acumulado en su corazón.

Su generosidad fue confundida de forma que sus deseos ni ella misma los valorara, esa es la mayor torpeza que cometieron. Solo Iskar sabía disimular la frustración que le producía cada vez que alguien la necesitaba, no aprendió a decir NO. Ese NO que en muchas situaciones hubiese querido gritar, Y ahora quizás no fuese demasiado tarde para comenzar a gritar al viento NO, NO, NO. Así de este modo decirlo bajito y firme ¡no! Para volver a pisar firme, demostrar que lo suyo es tan importante como lo de los demás.

A pesar de su silencioso llanto pudo entrever a través de  los  transparentes estores el movimiento de las ramas de los árboles, caía la tarde y con el alma llena de tristeza y melancolía, cerró el portátil se colgó el bolso y salió a perderse entre los senderos del Retiro.

Inundada de una angustia tal, que hacía que el aire desapareciese de sus pulmones, un mareo se cernía sobre ella, cerró los ojos y al abrirlos sintió el frío suelo bajo su cuerpo.

Se levantó y encaminó sus pasos hacia el parque, como una autómata entró por la puerta más cercana al paseo Uruguay, anduvo con la vista puesta en las diversas plantas que con la luz de la hora azul se mostraban espectaculares. Paso a paso llegó hasta la fuente del Ángel caído, en la pequeña plazoleta las gotas de agua salpicaban su rostro, en un banco próximo se recostó para observar el rostro de la escultura.

¿Qué había querido decir el artista con aquellos ojos impenetrables? ¿Y qué iba a desentrañar  en la figura? ¿Acaso se reflejaba en ella?...

Apenas los rayos del sol se despedían hasta un nuevo amanecer, ella volvió sobre sus pasos y se detuvo ante la hermosura de la rosaleda, como si quisiera hacer acopio de toda su belleza, perfume y color.

Si pudiera adornar su espíritu de todo ello y dejar fuera los tenebrosos fantasmas que de cuando en cuando asaltaban su vida.

El ruido de los animalitos que se despiertan al llegar las tinieblas, solo rotas por unos delicados hilos plateados que se cuelan entre los árboles le dan un aspecto mágico, esa magia que inunda la inocencia infantil.

El paseo le había bendecido el alma, estaba serena y al entrar en casa fue de nuevo a su escritorio de cristal, encendió el ordenador y mientras se encendía echó una mirada por la ventana, sonrió, entonces comenzó a teclear todas las letras y plasmar cada una de las ideas que su desbordante imaginación le dictaba.

 
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