miércoles, 18 de mayo de 2016

EL SEGADOR Y DOÑA JUANA


La emperadora de Roma es una hija bizarra,

 que la quieren meter monja y ella quiere ser casada.

 La pretenden siete duques y a todos los despreciaba,

 a unos era por el oro, a otros era por la plata

 y a otros les falta valor para empuñar bien las armas.

 Una mañana de agosto, se ha asomado a la ventana

 y ha visto a tres segadores segando trigo y cebada.

La enamorado el del medio porque su arte labraba,

 segaba con oz de oro, la empuñadura de plata.

Ya le ha mandado llamar con una de sus criadas.

 -Corra, corra segador que le llama doña Juana.

 -Buenas tardes segador. -Buenas tardes sean dadas,

 que se le ofrece señora que tan deprisa me llama.

-Usted como segador, segador de honra y fama,

 usted como segador, quiere segar mi senara.

-Esa senara de usted no está para yo segarla,

 es para condes y reyes caballeros de gran fama.

 -Mi senara no está en valle, ni tampoco en tierra llana,

 esta en un vallico oscuro debajo de mis enaguas.

 Mi senara es para usted...

si usted se atreve a segarla;

ni tié cardos ni garduñas

ni cosa que daño le haga.

Ya le prepara la cena,

ya le prepara la cama,

y a eso de la media noche

le pregunta doña Juana:

-¿Qué tal vamos, segador,

que tal vamos de senara?

De senara vamos bien,

llevamos diez manos dadas.

Y doña Juana le dice:

-yo con veinte, no me bastan.

-Me voy que ya viene el día,

me voy que ya viene el alba,

y dirán mis compañeros:

 ¡aquel hombre cuanto tarda!

A eso de los nueve meses

la potrilla relinchaba.

Y aquí se acaba la historia

del segador y doña Juana.

 

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