Me
contaron hace tiempo que si visitas el Museo del Prado y tienes muchísima
suerte, suele aparecer un hombre ataviado de forma tal que parece haber salido
de cualquier cuadro, y su ropaje depende de la sala en que te encuentres y la
pintura que tengas delante.
Casi
toda mi vida ha transcurrido en Madrid. Siempre pensaba que al tenerlo tan
cerca cualquier día me pasaría la jornada de pintura en pintura, y ser capaz de
intuir los mensajes que camuflaron en las flores.
Sobre
todo en los tiempos donde predominaba la fuerza del Papado. Y como tantas otras
cosas uno las va posponiendo para mejor ocasión y estas acaban por no hacerse.
Ahora
que he regresado circunstancialmente a Madrid creo que ha llegado el momento de
cumplir aquel lejano deseo.
Mientras
he aprendido a discernir el significado de la flor del cerezo que tanto pintan
los japoneses, en ella aluden a la belleza efímera de la vida.
Una
constante en el ser humano cuando le da por filosofar, pero enseguida su mente
se llena de pensamientos mundanos que lo distraigan y lo lleven al disfrute con
las cosas más nimias.
Quién
pudiera decir que Van Gogh al pintar los girasoles estaba de un optimista
profundo y feliz. Aunque fue degradando en las siguientes series hasta llegar a
su descomposición. Donde quizás enfermo pensaba que su ciclo vital finalizaba.
Sin
embargo Monet comenzó a pintar los lirios de agua a medida que su amor por
Alice crecía y las series se hacían cada vez más densa.
Las
espinas de la rosa la relacionan con la sangre derramada y la hacen símbolo de
un renacer.
De
paso me fijaré en la arquitectura de los edificios pues también
los adornan con flores que se asignan a monarquías o casas ducales.
Son
libros abiertos para el que lo sepa leer.
Estoy
dentro de la pinacoteca más famosa del país mis ojos no dan abasto a admirar
tanta belleza. Voy de cuadro en cuadro algunos tan populares que a penas puedo
creer las grandes dimensiones de ellos.
Me
dirijo a la exposición especial del tríptico del Bosco, nos cuenta la vida el
cielo y el infierno. Sé que tengo que volver después de consultar en la
biblioteca un libro que me amplíe lo que la guía nos dice.
Me
siento agotada y decido regresar a casa. No he visto al caballero del que tanto
se habla. Quizás otro día haya más fortuna y entonces me explique algunos de
los secretos que sin duda guarda celosamente esta gran pinacoteca.
Precioso. Me identifico
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