miércoles, 6 de septiembre de 2017

LAS FLORES DEL MUSEO


Me contaron hace tiempo que si visitas el Museo del Prado y tienes muchísima suerte, suele aparecer un hombre ataviado de forma tal que parece haber salido de cualquier cuadro, y su ropaje depende de la sala en que te encuentres y la pintura que tengas delante.

Casi toda mi vida ha transcurrido en Madrid. Siempre pensaba que al tenerlo tan cerca cualquier día me pasaría la jornada de pintura en pintura, y ser capaz de intuir  los mensajes que camuflaron  en las flores.

Sobre todo en los tiempos donde predominaba la fuerza del Papado. Y como tantas otras cosas uno las va posponiendo para mejor ocasión y estas acaban  por no hacerse.

Ahora que he regresado circunstancialmente a Madrid creo que ha llegado el momento de cumplir aquel lejano deseo.

Mientras he aprendido a discernir el significado de la flor del cerezo que tanto pintan los japoneses, en ella aluden a la belleza efímera de la vida.

Una constante en el ser humano cuando le da por filosofar, pero enseguida su mente se llena de pensamientos mundanos que lo distraigan y lo lleven al disfrute con las cosas más nimias.

Quién pudiera decir que Van Gogh al pintar los girasoles estaba de un optimista profundo y feliz. Aunque fue degradando en las siguientes series hasta llegar a su descomposición. Donde quizás enfermo pensaba que su ciclo vital finalizaba.

Sin embargo Monet comenzó a pintar los lirios de agua a medida que su amor por Alice crecía y las series se hacían cada vez más densa.

Las espinas de la rosa la relacionan con la sangre derramada y la hacen símbolo de un renacer.

De paso me fijaré en la arquitectura de los edificios pues  también  los adornan con flores que se asignan a monarquías o casas ducales.

Son libros abiertos para el que lo sepa leer.

Estoy dentro de la pinacoteca más famosa del país mis ojos no dan abasto a admirar tanta belleza. Voy de cuadro en cuadro algunos tan populares que a penas puedo creer las grandes dimensiones de ellos.

Me dirijo a la exposición especial del tríptico del Bosco, nos cuenta la vida el cielo y el infierno. Sé que tengo que volver después de consultar en la biblioteca un libro que me amplíe lo que la guía nos dice.

Me siento agotada y decido regresar a casa. No he visto al caballero del que tanto se habla. Quizás otro día haya más fortuna y entonces me explique algunos de los secretos que sin duda guarda celosamente esta gran pinacoteca.

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