domingo, 10 de septiembre de 2017

PAPEL DE CARAMELO

Ha llegado el mes de Julio con todo su esplendor lumínico y calorífico. Ya no podemos quitarnos más vestimenta, las gafas de sol cuanto más grandes mejor, los sombreros con cuidado que un golpe de brisa lo lleve debajo de los coches y los pies con sandalias tan bajas que prácticamente pisamos el asfalto.

Las botellas de agua y los abanicos ocupan las manos, las terrazas llenas a cualquier hora con las mesas a rebosar de vasos y botellas de refrescos, mientras de los parasoles llueven finas gotas de agua fría aliviando el asfixiante calor.

Las oportunidades culturales se entremezclan en sus horarios, con ello la indecisión de cual elegir. Teatro, concierto, conferencia o cine subtitulado.

¿Quién ha visto una feria del libro en verano? Pues sí también la hay y cursos de escritura comprimidos en cuatro días. ¿Quién da más por menos?

En agosto queda cerrado todo el mundo de vacaciones, ¿de vacaciones? No sabía que la cultura cerrara un mes al año, pues aunque parezca una contradicción, resulta que es cuando hay más tiempo libre, nos hallamos relajados y se puede asistir a cualquier acto sin prisa.

No todo es playa, baile, bares y comilonas. Hay un sector cada vez mayor  que requiere de otras “diversiones”. Una nueva forma de sacar provecho a los lugares públicos y disminuir sus pérdidas.

¡Uy! A lo que iba, que una vez decidido a que acto asistir, una se arregla un poquito se ilusiona y va.

Cuando se acomoda en la butaca y paciente espera que la gente se siente y se calle, ¡Por Dios que se calle! Y por fin el silencio inunda la sala, Los músicos hacen su aparición, suenan unos tibios aplausos y el director batuta en mano se dispone aunar instrumentos para deleite de nuestros sentidos.

De pronto un molesto ruidito se cuela entre las notas, pareciera que desafina dentro de la partitura.

Todas las cabezas se giran al unísono en busca del origen molesto que interrumpe el instante de gozo musical.

Nadie se da por aludido y la pieza continua. Llega el descanso y los murmullos y miradas siguen en busca del “ruidito”.

Comienza la segunda parte en el auditorio  resuenan de nuevo los aplausos, señal inequívoca de que esperamos disfrutar de notas que serenen el espíritu.

De nuevo se escucha el “ruidito” pero esta vez el director de la orquesta interrumpe el concierto, se gira hacia el público y comenta: cuando acaben de comer caramelos continuaremos.

Nadie se dio por aludido. El silencio regresó y el aire se llenó de melodía…

 
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1 comentario:

  1. Es una costumbre que tenemos cuando vamos al cine o al teatro de llevar algún caramelo. Yo procuro comer gominolas que no hay que quitar el envoltorio. Un abrazo

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