sábado, 5 de mayo de 2018

OLVIDAR Y VIVIR

Necesito olvidar, olvidar, olvidar tanto... para tener paz...Descargar mi alma de la responsabilidad con que otros me atan. Irme  lejos, muy lejos, al otro confín del mundo, sin tomar avión, ni tren, ni barco. Romper las cadenas de mi mente y volar, volar con las alas de la fantasía a lugares ignotos.

Sentir el abrazo fuerte y generoso de unos brazos que aprieten hasta que corten mi respiración. Abandonarme entre ellos con la seguridad de estar viva. Renacer con un alma nueva vigorosa e ilusionante, en este cuerpo gastado por el devenir de una vida demasiado intensa en sufrimientos y con graves carencias amorosas, desde la infancia, adolescencia, juventud y en la madurez…

Solo recuerdo leves caricias maternas muy lejanas, por su partida inesperada. Sin nadie que las reemplazara. Me encuentro cansada hasta el hastío.

Abro la ventana en una noche de fuertes vendavales y les grito hasta que mi voz se agota, quiero que se  lleven lejos, muy lejos hasta el último confín de la tierra todos mis miedos y mis angustias.

Necesito vivir, quiero vivir, vivir con la fuerza e ímpetu de aquellos primeros años, pero con la experiencia de la madurez. Llamo al viento huracanado para que insufle en mí, un nuevo espíritu renacido con la ilusión de mi lejana juventud, con el deseo e ímpetu de los sueños por conseguir.

Renata se despertó con la almohada mojada por las lágrimas y con la sensación de haber librado una feroz batalla.

Con el cuerpo cansado, sin fuerzas para levantarse sentía como un imán la sujetara a la cama, llevaba dos días postrada sin más alimento que su botella de agua a la cabecera de su cama.

Cuando por fin se levantó se miró al espejo y vió sus ojos inyectados en sangre, el terror se apoderó de ella. Notó un golpe insonoro que le duró lo suficiente como para dejarse de mirar el ombligo y aprender  con vicisitudes del sufrimiento, para continuar el camino.

La lucha consigo misma había terminado, una renacida Renata desconocida para ella misma se iba a enfrentar a la vida.

Se puso un vestido rojo, de esos que dicen "aquí estoy yo" sus zapatos de aguja y salió a pasear para tomarse un sencillo café con leche.

Notó como las miradas de los hombres se detenían a su paso, entonces se erguía más si cabe y contoneaban sus caderas con una gracia especial.

Una cosa tan simple la devolvió la autoestima que había perdido tras un largo y dificultoso divorcio.

Ahora se sentía fuerte y capaz de emprender nuevas aventuras. Regresaría a su tedioso trabajo y quizás también a eso le daría un giro, como por ejemplo un traslado de ciudad, le empezaba apetecer conocer caras diferentes.

El trabajo sería el mismo o muy similar pero las personas y el ambiente de la ciudad que eligiera habría cambiado, esa excitante idea era un motivo de hacer planes y buscar la zona del país que más le apetecía en esos momentos.

No esperaba que su solicitud fuera atendida tan rápidamente que le cogió con el pie cambiado.

Una mezcla de alegría y nerviosismo se apoderó de ella, se atolondraba hasta que se dijo "basta ya”.

Entró en Internet y buscó un hotel para ir a la pequeña ciudad de interior que tanto le apasionaba. No importaba el frío, la belleza y paz que le transmitía cada vez que la visitaba, le compensaba pero ahora era diferente iba a residir en ella, cada día sus ojos se llenarían de su historia, tan antigua que se pierde en el tiempo.

Al fin halló lo que buscaba, un pequeño apartamento cerca del trabajo, aunque las distancias no son enormes y conducir no era algo que le apasionaba.

Hacía bastantes años que renunció a coger un coche, un taxi o el tren serían suficientes, así que se desprendería del auto.

Regresó a casa y comenzó a hacer las maletas, dejaría parte de sus cosas para cuando volviera de vez en cuando no tener que ir cargada de bultos, máxime si se deshacía del coche.

Se instaló enseguida y comenzó a sentir que la miraban como a una intrusa, pero la nueva Renata quiso adelantarse a cualquier mal rollo y en el primer receso les invitó al café de media mañana.

Les hablo de la ciudad los monumentos, la historia que tan bien conocía y sus paseos por el río, el mismo río que bañaba su patria chica.

Su parloteo consiguió sus fines y al regreso al trabajo era una más.

Sintió que unos ojos se clavaban en su nuca, pero no se movió. Así pasaron varias semanas y la mirada la continuaba persiguiendo.

Si al final iba a resultar que ahora ella imponía a los hombres, bueno por lo menos a uno.

La curiosidad ya dicen que mató al gato, pensó Renata, y tomó la decisión de acabar con el juego.

Se giró y sus ojos tropezaron con unos tan negros como el azabache, de mirada intensa, brillante y rebosante de alegría. Sonrieron.

 

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