viernes, 7 de agosto de 2020

EL ESCRITORIO DE ÉBANO


Era domingo por la mañana y nos apetecía mucho dar una vuelta por el rastro, hacía varios años que perdimos la costumbre de aquellos  domingos de darnos un paseo por la Ribera de Curtidores y terminar comiendo en alguna antigua taberna del barrio de La Latina.
Dejamos el coche en la Plaza de Castilla y bajamos al metro nos apeamos en Atocha  desde ahí comenzamos el recorrido, más bien turístico, no sin antes degustar un buen chocolate con churros hacía tanto tiempo que no lo saboreábamos… tanto como  tardamos en visitar el rastro.
Atravesamos el barrio de Lavapiés hasta llegar a la Ribera de Curtidores. A partir de ese instante el gentío abarrotaba la calle central y adyacentes. Agarré bien el bolso que llevaba cruzado  Rodrigo palpó su cartera, nos miramos y sonreímos.
Nuestros ojos miraban sin buscar nada en especial, el ruido de cacharros, el soniquete de los vendedores y el griterío de la muchedumbre nos ensordecía. Ahora recordaba porqué dejamos de visitarlo.
Cogimos de nuevo el metro hasta Sol  desde allí nos dirigimos hacia el Mercado de San Migue con sus excelentes tapas, lo añoraba cuando era verdaderamente un mercado tradicional pero los tiempos de las grandes superficies acabaron con él.
Su forja de hierro, las grandes cristaleras era lo que permanecía inalterable.
Nuestra conversación giraba en lo poco que habíamos visto de mobiliario antiguo asequible a nuestro bolsillo; y uno que se adaptaba estaba demasiado deteriorado para nuestras expectativas.
Al pasar por la calle Mayor de vuelta a casa, en una callejuela había un diminuto escaparate  que mostraba un escritorio de ébano impoluto, no tenía  aspecto de otro siglo. Sin embargo era muy elegante, al observar mi interés  él dijo: ni pases a preguntar precio, estará por las nubes y no lo podremos pagar.
Saqué el móvil e hice una foto así por lo menos me alegraría la vista, o porqué no quizás en otro momento pudiera comprarlo.
Los días fueron pasando ocupados con los trabajos y la rutina diaria, las conversaciones ente nosotros se limitaban a las necesidades de cada jornada.
De pronto Rodrigo comenzó a viajar con frecuencia la distancia cada vez se alargaba más, sin apenas palabras de cariño y la escasez de caricias, la intimidad se estaba yendo por la ventana.
Un domingo me fui hasta el rastro por ver si hallaba un escritorio similar, aunque no fuera de tan preciada madera por lo menos que tuviera estilo.
Di vueltas y más vueltas, no dejé comercio ni puesto sin revisar, estaba claro que ninguno estaba a la altura de mis expectativas.
El escritorio de aquel escaparate no se iba de mi cabeza, su mezcla fascinante de ébano y palo santo, los herrajes en bronce trabajados con una delicadeza inusitada, una fuerza incontrolable me empujaba hacia él.
Mi despacho lo pedía a gritos  constantemente, necesitaba quitar la mesa donde inicié mis trabajos de estudiante.
Ahora deseaba rodearme de cosas que transmitieran un encanto especial, pocas, pero que al mirarlas fuera capaz de sentir emociones diferentes. En mi caminar  al doblar una esquina la vida me regaló una bella sorpresa.
Mi mundo tal como lo vivía hasta ese momento se estaba desvaneciendo,  a no mucho tardar debía tomar decisiones complicadas si quería ser dueña de cada instante, sin críticas destructivas que me hundieran en un pozo sin fondo.
Sin decírselo a Rodrigo me acerqué al centro con el firme propósito de comprar el escritorio. Al salir del metro de Sol el corazón se me aceleraba a cada paso. Por fin iba a ser mío.
Miré el escaparate  allí estaba él, respiré profundamente y me adentré en sus dominios.
Me asombró su bajo precio  pregunté a que se debía.
El hombre dijo que solo era un intermediario entre el dueño y el posible comprador, solo buscaba  una persona que lo apreciara y conservara, el dinero era un factor secundario.
Mi curiosidad hizo inquerirle si algún motivo extraño se ocultaba tras sus cajones, respondió que lo desconocía.
Hicimos la transacción y en dos días luciría el centro de mi despacho.
Ya en la calle antes de coger el metro subí a la primera planta de la Mallorquina desde sus amplios ventanales se domina el centro de Madrid, sus mesas de mármol y forja, con facilidad te transporta a la ciudad de antaño, el olor de su horno se percibe a varios metros de distancia lo que invita a los viandantes a  disfrutar de  una suculenta merienda.
Al llegar a casa Rodrigo me esperaba sentado en el sofá, con gesto adusto me invitó a que le acompañara, me senté a su lado como quién espera una regañina por haberse portado mal.
Me miró, tragó saliva y soltó como una bomba: quiero el divorcio, por cierto el escritorio que tanto te gustó es mío. Así que volveré a la tienda a recogerlo.
—Un poco tarde, el escritorio es de otra persona, esta tarde pasé por allí y ya no estaba. Sobre el divorcio cuando quieras pero los gastos corren de tu cuenta.
—De acuerdo los pagos yo  ¿No tienes curiosidad del porqué?
 
—No, el motivo me da igual, solo quiero que no haya una guerra entre nosotros a la hora del reparto. —
—No por mi parte no, siempre que sea justo. Esta noche me iré a un hotel.
Al salir me dió un beso en la mejilla,  le despedí con un lacónico hasta luego.
No podía conciliar el sueño, daba vueltas y más vueltas unas veces pensando en el divorcio y qué le motivó a tomar esa decisión y otras en mi ansiado escritorio.
Así ví amanecer y opté por levantarme temprano, después de un ducha y un apetitoso desayuno me encerré en el despacho.
Puse  todo en el suelo para hacer una limpieza a fondo. Libros, plumas, bolígrafos que aún conservaba en sus estuches. Algún pequeño objeto que él solía regalarme sin venir a cuento,   me agradaba tanto…
Ahora todo adquiría otro significado había que despojarse de recuerdos vanos, y crear sitio a los venideros.  Los objetos aunque sea por un leve instante, cada vez que los miramos nos recuerdan a la persona que nos lo entregó.
Sonó el timbre de la puerta y acelerada como una colegiala corrí a abrir la puerta.
¡Ya estaba aquí! Mi  ansiado escritorio había llegado.
Me apresuré a colocar los lápices, rotuladores y los bolígrafos de colores en los cajoncitos superiores,  en las diminutas estanterías los pequeños objetos que se libraron del ataque de limpieza.
Continúe con el resto de papeles, archivos personales y un par de borradores de novelas inacabadas.
Por último puse el portátil en el centro, junto con el ratón y el cable-cargador. Me senté en el butacón, recostada lo acaricié para empaparme de sus emociones incrustadas.
Al recolocar los cables empujé la tablita que dividía los cajoncitos, cuál  fue mi sorpresa cuando cedió mostrándome su secreto.
Mis ávidos ojos escudriñaron el oscuro agujero y descubrí un cartón que al sacarlo reveló una ajada fotografía, la miré detenidamente, cuanto más la miraba más me asombraba, una pareja de jóvenes con ropajes de otro tiempo y el gran parecido del hombre con mi ex.
Las intrigas y los misterios me encandilaban. La hora de investigar había comenzado. Ahora ya tengo un buen argumento para mi próxima novela. 

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