viernes, 28 de agosto de 2020

LA FÁBRICA DE LÁMPARAS


Una mañana cualquiera de invierno,  cuando Isara iba enfundada en su chaquetón de plumas jaspeado  y con la capucha cubriéndole la cabeza, no era por el frío en sí, sino  la humedad de la brisa marina que calaba hasta los huesos. El cielo vestido de unas nubes amenazantes de un gris plomizo,  presagiaban un fuerte aguacero.
Con paso presuroso caminaba hacia el trabajo, eran los veinte minutos de ejercicio de cada día, lo decidió un día que esperaba al autobús. Se retrasó más de lo normal, entonces escuchó el comentario de los pasajeros,  ahora los espacian más porque uno  lo trasladaron a otra línea. No le compensaba el tiempo que perdía mientras esperaba, por un poco más, llegaba a su trabajo caminando.
Comenzaba a chispear, pero en Alicante nunca se sabe si de pronto la lluvia es torrencial o es un chubasco, así que aligeró el paso al mismo tiempo que el agua caía a borbotones.
Los coches la salpicaban, iba a llegar empapada, mientras no le mojara su nuevo traje verde oscuro recién estrenado, lo demás no importaba.
Durante las pausas del trabajo su pensamiento volaba hacia la vieja fábrica de lámparas, al menos es lo que se leía en los desgastados rótulos. Fue el día más largo que imaginar podía, al salir andaba tan deprisa como si de una urgencia se tratase, y todo para detenerse delante de los ventanales sucios, más bien negros pintados a fuerza de  polvo y  agua, el humo de los coches y la traviesa mano de algún adolescente. Allí estaba Isara, plantada como un árbol, a ver si encontraba un resquicio por el cual atisbar un poco del interior. Anochecía pero ella seguía allí delante de los cristales, hasta que vencida por la realidad  regresó a casa.
Durante la noche su agitación fue en aumento, las pesadillas la despertaron sobresaltada varias veces durante la noche.
A la mañana siguiente siguió con su rutina diaria. Enfundó su delgado cuerpo en unos vaqueros ajustados,  calzó sus zapatillas deportivas, con un último vistazo en el espejo  y ya estaba preparada para comenzar su  jornada.
La lluvia intempestiva del día anterior había dado paso a un sol resplandeciente, que despejaba cualquier mal humor que tuviese acumulado.
Al llegar a la fábrica de lámparas miró de reojo hacia el interior, con una sonrisa a la vez que pensaba ¡Cuánta imaginación tengo!
Una vez en su puesto de trabajo se olvidó por completo de la curiosidad que la embargaba. Con el trabajo diario y otras preocupaciones, alejaron de su mente cualquier fantasía.
Necesitaba buscar un apartamento próximo al trabajo, que tuviese buena comunicación y  un centro comercial.
Ah! Y sobre todo que al levantarse cada mañana pudiera tomar el primer café frente al mar. Eso  le alegraba el ánimo y la invitaba a soñar con viajes lejanos.
Había pedido un día de asuntos propios para recorrer la zona que más le gustaba, sobre todo alto, muy alto, para que ningún edificio le ensombreciera su ansiada vista marina.
Cuando regresaba a casa sin darse cuenta tomó el camino diario del trabajo,  al pasar por delante de la fábrica de lámparas se encontró con una persona que abría la puerta del edificio y sin pensarlo se dirigió a ella; — ¿oiga por favor ¿sería tan amable de enseñarme el almacén?—
A lo que la mujer le respondió—Sí, pero un vistazo rápido que tengo prisa—
—No hay problema—
Se adentraron en un mundo lleno de polvo y suciedad, como era de esperar  se fijó en el techo donde colgaban numerosas y variadas lámparas, pensó alguna de éstas me vendrían bien a mi nueva casa… con una buena limpieza…
La mujer le iba contando el declive del negocio  de su familia, llegó el día en que su tío Marco desapareció sin saber como ni porqué, lo buscaron por los lugares más insospechados, y al final ni ellos ni las autoridades consiguieron pista alguna. Se cerró y no se vendió por si de casualidad apareciese.
Le siguió hablando de su tío que  fue un apasionado coleccionista de las cajas de música y que viajó a lo largo del mundo en busca de las más extrañas y hermosas.
La enseñó el despacho que permanecía inalterable, sobre  la mesa  permanecían dos sus cajas  favoritas,   impulsiva abrió la de la izquierda no pudo resistir la tentación, ante la magnificencia artesana con pan de oro y piedras preciosas, la forma recordaba a los huevos Fabergè. La bailarina estaba encima de unos zancos que giraba con elegantes movimientos de brazos, la deliciosa música le transportaba a un mundo onírico fascinante.
Después continuaron hacia el final de la nave donde un mecanismo semi oculto daba paso a un espacio, que debió ser el taller donde Marco pasaba tiempo con sus herramientas  y arreglar los desgastes de las cajas de música, que se producían en los traslados.  A veces las daba cuerda para verlas bailar durante horas.
Sin embargo la sobrina no quiso profanar el santuario de su tío pues le hizo prometer que nunca revelaría su secreto y jamás entraría sin su permiso. Isara se quedó con la decepción de ver semejantes maravillas, al menos contempló dos de ellas y su imaginación hizo el resto.
Salieron del viejo almacén de lámparas, le agradeció repetidamente a la mujer el detalle de hacerla partícipe de algo tan personal y doloroso para su familia.
La llamada de la inmobiliaria la exaltó más si cabe, le encontró un precioso pisito que se ajustaba a su presupuesto esa tarde lo vería,  por fin dejaría el apartamento de alquiler.
La visita la dejó sin palabras, precisamente era lo que buscaba  su proximidad al colegio le venía de perlas.
Esa noche la luna llena se alió con ella, la miraba a través de la ventana, su emoción la desveló, vueltas y más vueltas en la cama, sin embargo los minutos pasaban tan lentos que le parecían horas, inquieta sacó medio cuerpo fuera de la ventana  y su imaginación voló hacia el infinito.
¿Y si los hilos de  seda blanca de la luna,  se filtrara por alguna rendija del almacén de lámparas y diese en un mecanismo secreto de una caja y se pusiesen todas a bailar?
La bailarina de zancos dirigiría la coreografía, pues sería la más alta, y el almacén con sus lámparas brillantes se convertiría en el teatro espectacular de todas ellas.
Después de su maravillosa actuación su directora las regresaría una a una a su caja, y ella dócilmente entraría en su huevo Fabergè hasta una próxima oportunidad.
A Isara los párpados le pesaban, faltaba poco para el alba  con paso lento se metió en la cama a ver si Morfeo la cantaba.
El despertador sonaba sin cesar  ella seguía dormida, hasta que el timbre de la puerta la volvió a la vida, su agente la quería llevar a ultimar los detalles de la compra del que sería su nuevo hogar.
Han pasado los meses Isara no volvió a pasar por delante  del almacén de lámparas, ni su imaginación creó diferentes ensoñaciones, fueron demasiados y si…y si…
Su nuevo hogar le robaba el poco tiempo libre, la decoración minimalista y muebles que tuviesen doble función, en colores suaves y algún toque de color vibrante que rompiese tanta calma. Con ello estuvo ocupada gran parte de sus vacaciones, tenía que dejarlo impecable antes de comenzar el nuevo curso escolar.
En Alicante, llegado mediados de Septiembre o en cualquier momento del otoño llega la temida gota fría, parece que el cielo se rasga y vuelca la lluvia contenida que arrasa todo a su paso. Ese año la gota fría llegó más brutal que de costumbre, calles como ríos arrastrando todo a su paso, inundaciones por doquier y algún que otro edificio derrumbado.
Tras el desastre llegó la calma y el recuento de daños, sin embargo lo que llenaba los periódicos y los noticiarios, fue que tras el derrumbe parcial del almacén se descubrió el cuerpo sin vida, en estado momificado de su dueño, y el destornillador que utilizaba para arreglar las cajas de música  estaba clavado en su cuello.
Los rumores  y elucubraciones se extendían como la pólvora, pero Isara pensó y, ¿si fueron las bailarinas de las cajas de música?

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