lunes, 24 de agosto de 2020

EL TRÁNSITO


 Los últimos instantes de la vida de Moisés fueron una despedida en toda regla, sin lágrimas, sin lamentos y con una sola petición "peinarme y vestirme con el mejor traje, quiero que me vean guapo".
Nunca había asistido a la agonía de un ser humano, Flora en los meses que duró, aprendió a poner inyecciones, a lavar a mano las sábanas en el arroyo próximo, a mover a un hombre cuyo peso doblaba el suyo.
Sus articulaciones se quejaban a gritos y la espalda con los tendones desencajados, tendría que ir a un fisioterapeuta a que le arreglaran los desperfectos.
Mientras tanto las horas se le hacían eternas pese a estar ocupada  continuamente. El calor del verano se aliviaba bajo el frescor del emparrado, sentados en sendas hamacas Moisés hablaba sin parar de sus años jóvenes.
Las visitas eran muy animadas le recordaban sus andanzas por los pueblos de la comarca. Había risa y alegría durante las horas vespertinas.  Al anochecer regresaba la cruda realidad.
Lo mismo le daba acostarse que no, la vigilia nocturna no le permitía descansar. No leía, y sola ante la oscuridad comenzó a recordar su vida  juntos.
Solo un recuerdo cuando contaba tres años le sacó una mueca que quiso ser una sonrisa. Le había traído un gatito blanco y negro para inculcarle a ser responsable.
Después le vino como un disparo directo al corazón, la muerte temprana de su madre que nunca superó, solo aprendió a vivir con su lejanía.
En medio, siempre en medio, mientras los adultos se enardecían en discusiones feroces y al final  a  Flora  la lanzaban como un trasto que nadie quería, ella era un lastre para las dos partes de la familia.
Eso la llevó a vivir en un internado, donde estudió varios años que aprovechó para deleitarse con el piano, pero siempre hay un pero, la enfermedad de la Superiora lo truncó, tan enferma estaba que feneció.
Cuando acabó el curso, el colegio cerró sus puertas para siempre, una nueva experiencia en otra institución se intuía lejana.
La tristeza reinaba en sus corazones, las adolescentes se fundían con los abrazos, de quien sabe que no se volverían a ver. Con las maletas en el recibidor  esperando a salir para el autobús, sentadas en los bancos del jardín se contaban sus ilusiones y sueños por alcanzar.
De vuelta a casa las cosas no mejoraron,  su regreso encendía la tensa calma familiar.
Su cabeza daba más vueltas que un tiovivo, entonces comenzó a imaginar mundos diferentes, fantasías que en las noches estrelladas le hacían sentirse feliz.
Ensimismada en sus recuerdos de pronto escuchó su nombre, era su padre que con un hilo de voz la llamaba.
De un salto bajó de la cama y en la habitación de enfrente su padre, postrado en la cama con su rostro  amarillo pálido, deslizó su mano para coger el vaso de agua, Flora le incorporó con un brazo y con la otra mano le acercó el vaso a los labios.
Había transcurrido un mes desde que le trajo del hospita,l el  cansancio mental y físico, la estaba dejando con un aspecto enfermizo. Ello hizo que saltara la alarma entre sus conocidos.
En la silla de la cocina donde en otro tiempo ocupara su abuelo y luego su padre, ahora ella se escondía para reposar lejos de todo y de todos.
Sus lágrimas fluían por el rostro sin un lamento, sin un suspiro, lloraba sin cesar, era la única válvula de escape que se podía permitir.
Le oía hablar con las visitas, Flora dejaba la puerta abierta de par en par hasta que llegaba la noche. De nuevo la oscuridad y el silencio, eran sus compañeros en esos días aciagos.
La vigilia le volvía a tiempos pretéritos que deseaba enterrar con fuerza, al mismo tiempo que al cuerpo del hombre, en el momento de exhalar su último suspiro.
Sintió un dolor agudo en el pecho  su respiración se entrecortaba, cerró los ojos y comenzó unos ejercicios de relajación para regresar a un estado normal.
Amanecía un sábado del mes de julio, cuando Flora escuchó la voz de su padre que la llamaba "Flora, Flora ven". Ella acudió a la cabecera de su cama.
Sabía que se moría y necesitaba rodearse de los rostros amigos que le acompañaron en el trayecto de la vida. Los fue a buscar y enseguida se colocaron a los pies de la cama.
No podía respirar, le incorporamos y en ese instante nos dejó. En silencio respetuoso comenzaron a arreglarlo, el tránsito se había realizado. Su alma viajaba a un destino desconocido.

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