lunes, 17 de agosto de 2020

PRIMAVERA EN DICIEMBRE


                                          
La afición por la lectura, la escritura y las tertulias le introdujeron en un mundo mágico, eso le cambió la perspectiva de las cosas. El encuentro de los lunes al que no faltaba y la diversidad  gente que acudía, fue una forma distinta de conocer y disfrutar.
  La comparación de estilos entre la pintura, escritura, diapositivas y la poesía se alternaban; los de la pluma estaban en  minoría y al final solían callar pues los pictóricos se enzarzaban en discusiones técnicas que no comprendían.
    Emilio fue a dar una conferencia a la ciudad y de paso les visitó  en el pintoresco café  para saludarles. Les presentaron,  su fugaz mirada se cruzó como flechas de fuego. No creía en el romanticismo ni en los flechazos eso debía ser cosas de poesías y novelas.   Ante la invitación de asistir a su conferencia en la sede de la universidad ella no pudo o no quiso negarse, finalizado el acto intercambiaron sus tarjetas de visita.
  Cuando creía que Emilio no la llamaría sonó su móvil,  con una conversación fluida y afectuosa, conectaron, así de sencillo.
 Ana se mostraba reticente, las dudas de siempre afloraron de nuevo.
 Y  ahora ¿Qué hacer? verle o no, por otro lado pensaba ¿y por qué no? Emilio aprovechó la oportunidad que le brindaban las Fallas y sin dudarlo la invitó a Valencia.
   La naturalidad de su comportamiento les facilitó su primera cita. Pasearon por el antiguo cauce del río alejándose del bullicio del centro de la ciudad. Surgió la complicidad entre ellos  sin apenas hablar sus miradas lo decían todo.
  Por la tarde le mostró el arte de las mejores fallas, que en unas horas el fuego las devoraría. Al atardecer Ana prefirió tomar el Ave de regreso a Alicante, no quería que nada lo estropease. 
   Esta vez dejaría que todo transcurriera lentamente, esperaba la reacción de Emilio. Sus animadas charlas de teléfono al anochecer,  cada vez fueron haciéndose más y más íntimas.
    Necesitaba sentirlo cerca aspirar el olor de su piel que  trajo con ella desde su encuentro, en su interior quería que Emilio avanzara que diera  un pasito más. Se estaba atando con unas cadenas tan fuertes a él que no sabía como resultaría el final de la batalla.
   Sin saberlo  Emilio se hallaba metido en la misma tesitura,  se daba cuenta que la situación había llegado a un punto de no retorno. Pero a medida que las horas pasaban  su cita con Ana se acercaba, un miedo cerval se iba apoderando de él.  Fue a la cocina cogió un vaso largo abrió el congelador y sacó unos hielos para en la cubitera, esa que utilizaba en la cocina para cualquier cosa menos para los cubitos.
  Rebuscó entre las botellas del bar, cogió una a medio terminar de whisky. –Estará bien añejo—pensaba— No recordaba cuando fue la última vez que la abrió.
 Se jactaba ante sus amigos que nunca bebía por una mujer ahora necesitaba imperiosamente tomar una copa que le calmara. Según pasaban las horas iba bajando el dorado líquido de la botella hasta que la consumió.
 Menuda melopea había agarrado, no podía llegar hasta la cama se quitaba la ropa dejándola tirada por el camino, se apoyaba en los pocos muebles que tenía.
  A la mañana siguiente se despertó con un brutal dolor de cabeza, sintió como todo giraba en el dormitorio, necesitaba una gran dosis de café y una aspirina. No le quedaba café ni ganas de hacerlo así  que  comenzó andar calle abajo.
  Cuando quiso darse cuenta estaba haciendo el mismo recorrido que tiempo atrás hiciera acompañado de Ana. Se sentó en un banco y escondiendo su cara entre las manos sintió unas leves lágrimas asomar a sus ojos. La quería eso lo tenía que reconocer, pero el pánico que le producía era directamente proporcional al amor que sentía por ella. A sus años no podía tirarse al abismo  sin red.
   Sabía que era el último tren,  si no subía lo perdería para siempre y él que nunca se había arredrado  durante toda su trayectoria vital. Ahora era un miserable cobarde. ¿Qué sería de Ana? Ella no se merecía el daño que le estaba causando. Él no se sentía lo suficientemente fuerte, como para darle una excusa por muy insulsa que esta fuera .  Pensó en alejarse, cambiar el nº telefónico y desaparecer.
   Mientras tanto Ana se desesperaba pensando en el porqué de su ausencia,  sin un mensaje, ni una llamada, tanta pasividad e inactividad de Emilio la desquiciaba, poco a poco fue comprendiendo que todo había terminado antes de comenzar.
De repente sonó el timbre de la puerta, la abrió,  entonces los miedos se disiparon, al ver como los brazos de Emilio la apretaban junto a su pecho.

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