lunes, 21 de septiembre de 2020

AZABACHE

 


  Por fin Ernesto compró la finca y suspiró complacido, tenía las escrituras en sus manos y las apretaba fuerte contra su pecho mientras salía de la notaria. Su mente elucubraba cual cuento de la lechera.  Había comprado una ganga,  aunque sabía  que se hallaría muy degradada, pero no imaginaba hasta que punto.

 Nunca tomaba una decisión sin meditarla varios días, como el mismo solía decir: tengo que consultarlo con la almohada. Sin embargo esta vez se dejó llevar por el impulso, sin sopesar los pros y los contras, su esposa le abroncaría pero sería una de tantas.

   Estaban distanciados, quizás eso le influyese en la decisión de realizar su anhelado sueño, era la última oportunidad  no la dejaría pasar. Movió la cabeza para alejar esos pensamientos, volvió a sonreír mientras se encaminaba hacia la finca.

  Detuvo el viejo mercedes al borde de la carretera, entonces  se dio cuenta del enorme trabajo que iba a necesitar. Tras una impresión decepcionante, pronto le vio la parte positiva, solo era un tropiezo que solventaría con esfuerzo.
    Sus amigos del coro estarían encantados de colaborar en su proyecto,  desde luego Antonio aportaría su 
inestimable experiencia de arquitecto.

    Sacó del coche la cámara fotográfica y con paso firme comenzó a recorrer cada rincón de la finca capturando todo aquello que primero iba a restaurar.
   Sonó el teléfono lo miró era su mujer, llevaba todo el día fuera y anochecía.
   Subió al automóvil y puso rumbo a la ciuda
d, le quedaban dos horas por delante para comenzar a disfrutar de su sueño antes de llegar a casa. Sus pensamientos volaban por la finca,  de ella sobresalía la torre medieval, una pequeña ermita, y lo que parecían ser los establos,  la otrora casa principal se caía a pedazos ni la fachada se podía restaurar.

    Limpiarla, cercarla con muros de piedra, levantar los establos, construir una casa de estilo modernista con gran amplitud, y toda ella rodeada por un bello jardín.  
  Al abrir la puerta el enfado de Elisa era manifiesto, su ira la transmitía con las miradas furibundas que le dedicaba, fue a beber un vaso de leche templada antes de meterse en la cama.

 Durante el desayuno le comentó que no vendría a comer, ella asintió con un gesto por toda comunicación.  Durante el trayecto imaginaba nombres para su reciente posesión y su caballo, lo quería negro, muy negro, como el azabache, Azabache será el nombre.

 Alegre  cruzó el umbral de la cafetería donde le esperaba Antonio. Conectó la tablet  y las imágenes de la finca las mostraba eufórico. Entre sorbo y sorbo de su taza de café, las observaba muy despacio, mientras Ernesto impaciente esperaba su respuesta, le inquiría con la mirada tratando de disimular su inquietud.

Antonio carraspeó antes de tomar la palabra: Tiene muchas posibilidades, pero tendremos que volver varias veces, situar los edificios y ver lo que se pude restaurar.  Acordaron una escapada para el próximo fin de semana.

 Al llegar a casa conectó el ordenador, buscaba páginas que le inspiraran el estilo  de la finca, donde le encantaría residir los últimos años de su vida. Puso la llave de contacto ,respiró y arrancó el viejo mercedes. 

Recogió a Antonio para enseñarle in situ el germen de su sueño. Era muy charlatán pero quizá por su nerviosismo estaba más locuaz que de costumbre, la paciencia de Antonio daba signos de agotarse.

Ernesto  sacó las viandas y el estuche de su amigo del maletero.  Había tanto terreno para moldear a su antojo…Vieron un túmulo ancho de forma casi cuadrada con los lados de cemento cubierto por encima con azulejos blancos y azules y rematado en la cabecera con una jardinera de cerámica con unos lirios a punto de florecer.

 Antonio cogió el bloc de dibujo y el lápiz, su mano comenzó a trazar líneas como un autómata. Ernesto lo miraba atónito, era todo tan diferente a lo que deseaba que le resultaba imposible  asumirlo ¿acaso su amigo no recordaba los detalles que le explicó?   Antonio cerró los ojos fatigados, cuando los abrió, miró desconcertado el dibujo que tenía entre sus manos;  se lo pasó a Ernesto pidiendo una aclaración, pero él tampoco lo comprendía.

 Recogieron los bártulos e iniciaron el regreso. Al pasar frente a la torre almenada Ernesto frenó, de pronto guiado por un impulso  giró hacia la derecha hasta llegar a ella.

 Se adentraron en la vivienda, ante sí se abría todo un espectáculo, de muebles antiquísimos cubiertos de polvo y de arañas. De las paredes colgaban cuadros de todos los tamaños, solo uno llamó su atención por sus grandes dimensiones, su curiosidad le hizo despejarlo del polvo.

No salía de su asombro al identificar a los personajes retratados, se aproximó de nuevo para limpiarlo mejor, se volvió a alejar y moviendo la cabeza susurraba “son iguales a nosotros”.

— ¿Pero que dices?— le replicó Antonio.

  — Somos Elisa, Marieta y yo pero en otra época, claro está—respondió.

 Ahora comprendía por qué desde niño, sentía la necesidad de tener un caballo, en la adolescencia aparecía en algunas pesadillas que luego disminuyeron en  la juventud.

   En su etapa adulta los relegó. Entonces su profesión y la familia fueron su prioridad. Ahora era el momento de retomarlo, por ello regresó a Alicante necesitaba recorrer los lugares de su infancia.

 Tomó varios cuadritos y se introdujeron de nuevo en el coche  esta vez para ir directamente a casa.   Antonio extrañado del mutismo de Ernesto intentó entablar conversación respecto al boceto.

  No habló pero consiguió que una mueca aflorara a sus labios, estuvo unos momentos pensativo,

    Tengo una investigación en marcha, a su término me pongo en contacto contigo— Antonio asintió, mientras  la radio les amenizaba el trayecto.

 Enfrascado en los archivos de la hemeroteca valenciana, Ernesto pasaba las horas sin encontrar  referencia a cualquier acto social, o  pista que le guiara  en sus investigaciones, sin embargo un compañero al ver su gesto malhumorado se aproximó, y al contemplar la foto del ordenador dió un respingo.

 Ernesto  le dijo si conocía a esas personas, a lo que respondió, sí, esa fotografía la conserva mi familia. Son mi abuelo y mi primo, en la última fiesta de cumpleaños que celebraron en la casa de campo de Alicante.

 Cerraron los ordenadores a toda prisa se fueron a una cafetería próxima para continuar la charla sobre sus ancestros. Ese día llegó tardísimo,  le sorprendió el buen humor de su esposa.

 Antonio llamó  por teléfono y ella le invitó a cenar, mientras esperaban a Ernesto la conversación entre ellos era muy fluida, hasta que la charla dio un giro inesperado ante la información de su marido, que dejó a Elisa estupefacta. Esta vez comprendió que él estaba iniciando su sueño, un sueño para los dos.

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