lunes, 5 de octubre de 2020

LAS LLAVES DEL TIEMPO

 


     Salí a toda prisa, no me daba tiempo a llegar a la parada del autobús, mi respiración entrecortada y rápida, hacía que mi velocidad se aminorara y el nerviosismo se apoderaba de mí.

    La luz de las farolas iluminaba las calles desiertas, la fina lluvia comenzaba a caer.  Con las gotas de sudor resbalando por mi frente, al fin mi carrera terminó y el autobús no había pasado.

    Una espesa niebla impedía ver a diez metros, ninguno de los habituales aparecía, los minutos pasaban y por fin llegó, moví la mano para que se detuviese y al intentar caminar algo fantasmagórico me envolvía.
    El conductor siguió como si nadie hubiese en la parada ¿me habría vuelto invisible? Iba de un lado a otro de la marquesina buscando un resquicio por donde salir  de aquella pesadilla, por más vueltas que daba no hallaba la salida.

    No podía rendirme ¿pero cómo luchar ante lo desconocido? De pronto se aproximó un autobús un poco extraño o al menos, me lo parecía. No tuve que levantar la mano el conductor se detuvo abrió la puerta y subí. Busqué la máquina para pasar la tarjeta, no la hallé entonces miré alrededor;  todo era extraño, las personas iban ataviadas con vestiduras de épocas lejanas, la que desentonaba era yo, aquello era una mezcolanza histórica.

   Continuó la marcha y al mirar por la ventanilla no reconocía el paisaje, las casas habían desaparecido, en su lugar estaba ocupado por los árboles y la fauna más extraña que podía imaginar.

    Se escuchaba un blandir de espadas, la gente corría asustada y hablaba en un lenguaje que a duras penas comprendía,  asombrada me vi como si en un espejo me reflejara, vestida con  lujosos y largos ropajes.
   Unas damas  me atendían solícitas, me acompañaba una guardia de protección hasta arribar a un castillo. Entre fuertes quejidos  me encogía de dolor,  las dueñas me llevaron en andas a mis aposentos, donde me esperaban un grupo de personas para contemplar el alumbramiento.

    Lo que me espantó, fue que después de nacer la niña me dieran a beber un vaso de hidromiel, y después abandonara este mundo.

    De repente el autobús se llenó de hombres vestidos con extraños ropajes negros, que custodiaban a unas mujeres con las muñecas atadas, las insultaban y las vejaban, hasta límites insospechados.
    Con gran estupor me reconocí en una de las mujeres, en la mirada llevaba la impotencia, sufrimiento y rabia que la injusticia podía crear.  Los hombres  las bajaban  a empujones hacia la pira, donde expiarían sus pecados de brujería.

    De nuevo la niebla.  El autobús giraba sin parar hasta transformarse en un vehículo extraño lleno de seres famélicos, vestidos con ropajes sucios y harapientos, pertrechados con  armas rústicas.  Los gritos que coreaban daban la impresión de ir a una guerra cuya causa no entendían.

    A lo lejos se divisaba una batalla con bandos desiguales, con heridos y muertos por doquier.  La sangre regaba el valle. Aparté la mirada ante tanto horror,  lo que mis ojos vieron fue terrorífico. Una mujer con sus hijos trataba de esconderse de sus perseguidores, con poca fortuna,  un disparo de arcabuz le alcanzó el corazón.

    Estaba desconcertada y aturdida, el miedo llenaba todo mi ser. Un sudor frío hacía que no dejara de temblar. De nuevo era invisible a sus ojos, de no ser así ya me hubieran agredido. Bajé para auxiliar a los pequeños,  con sorpresa me volví a reconocer, los niños no me visualizaban. Sin saber como, estaba de nuevo rodeada por la maldita niebla y sentada en el autobús.

    Los saltos en el tiempo eran abismales y cada vez más próximos a nuestra época, lo que no comprendía,  era el significado de los continuos actos sangrientos en personas de gran parecido conmigo, o ¿era realmente yo? Ya no resistía  más la angustia y el miedo tan enorme que estaba experimentando.
   Sentía como a mis pulmones  les faltaba el aire, mis esfuerzos por respirar no surtían efecto. Un sonido estruendoso hizo que diera un salto, abrí los ojos, estaba sudando con la ropa de la cama revuelta. Entonces respiré profundamente, me dí cuenta que todo había sido una maldita pesadilla... ¿O quizás no?

    Por primera vez, me alegré de escuchar el sonido del despertador que cada mañana maldecía, entré en la ducha dejé que el agua corriera por mi cuerpo durante varios minutos,  me arreglé deprisa  sin desayunar bajé las escaleras a penas con tiempo para coger el autobús.

    Estaba en la parada, no dejaba de mirar el reloj. No estaba segura de que la niebla no se presentara de nuevo. Un frenazo  me sacó  de mis pensamientos y el conductor me saludó como cada día, le sonreí, mientras comprobaba que todo estaba en orden. ¿Pero de verdad  todo estaba en orden?

 

  

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