Era
la fiesta de Todos los Santos y en San Andrés los jardines se estaban
quedando huérfanos de flores. Sin embargo por estos días las lápidas del
pequeño cementerio se convertían en mantos de un cromatismo inusual. Todas
las losas limpias y adornadas, todas...
Menos una.
Ese año apareció por allí un anciano con
un gran ramo de rosas rojas a duras penas se agachó al pié de la tumba,
limpiándola con un ajado periódico. Sobre ella solo había escrito un nombre,
“ROSALÍA”; el hombre depositó con ternura el ramo encima de las letras al
tiempo que unas lágrimas se deslizaban por su rostro.
Allí
nadie lo conocía pero él se movía con soltura, como si hubiese habitado
allí toda la vida aunque había pasado mucho tiempo el pueblo apenas había
cambiado. Alguna que otra casa de nueva, el agua corriente y el asfaltado
de las calles.
Su belleza paisajista se debía a los dos ríos
que lo bañaban y a las redondeadas
colinas que lo enmarcaban. Contaba con la iglesia parroquial de estilo
románico y una preciosa ermita rodeada por unos muros con una hilera de álamos
a lo largo de estos, todo ello se completaba con una puerta de dos hojas de
forja negra completaba el exterior.
La enorme pradera era antesala
del edificio. A la derecha adosada al muro, había una vivienda de adobe donde se
alojaba la familia del guardés. Él cuidaba del mantenimiento, pero el repaso de
los accesorios religiosos quedaba a cargo de las mujeres.
Berto nunca perdió el contacto de los
acontecimientos relevantes que ocurrían en el pueblo y la provincia gracias a
su suscripción al periódico Cuando los habitantes de la localidad
decidieron restaurar la ermita no sabían que despertaban los fantasmas del
pasado, un pasado que todos se empeñaron en olvidar. Comenzaron a talar los
árboles centenarios que la rodeaban, para continuar derribando el muro y la
ruinosa casa del guarda. Las hermosas puertas desaparecieron una noche y nunca
se supo que fue de ellas.
Al retirar los últimos escombros de la vivienda descubrieron
lo que parecía una tumba, extrañados removieron las piedras y la tierra hasta
que el crujir de la madera les hizo detenerse. La sacaron con cuidado y prestos desclavaron las tablas. .
Los ojos de los asistentes miraban con asombro
el descubrimiento que estaban presenciando; un esqueleto de mujer cubierto con
ropas de otros tiempos y al cuello una cadena de plata de la que colgaba la
medalla de la Virgen con una inscripción en el reverso: “Berto”.
Se puso en marcha el protocolo
judicial para identificar el cadáver y darle sepultura. La familia que en otro
tiempo habitó la casa había emigrado hacia la capital a los pocos años de que
su hija huyera del hogar. El esfuerzo por reconocer los restos fue inútil el
hallazgo se publicó en el periódico pero nadie respondió.
Las autoridades dieron sepultura a
los restos no hubo funerales ni comitiva que los acompañara hasta la tumba, sus
huesos descansarían en un lugar apartado de las demás. Las hierbas pronto lo
invadirían todo y entonces pasaría
desapercibida hasta caer en el olvido. Un día una lápida de mármol
blanco la cubrió.
Durante
bastantes semanas fue tema de conversación entre sus gentes el hecho transcendió más allá de la provincia,
pero como casi siempre el tiempo terminó por acallarlo.
Berto paseaba por San Andrés recordando su
infancia y parte de su juventud. Sus padres habían fallecido hacía años y
sus hermanos emigraron a diversas ciudades. Como un turista preguntó por alguien que
enseñara la iglesia y la ermita. Lucía,
era quién en ese momento se responsabilizaba de las llaves de los
lugares de culto y en atender a los visitantes.
Berto pidió ir primero a la
ermita estaba inquieto por conocer todo lo que se comentaba acerca
del extraño descubrimiento acaecido por
allí.
Durante
el paseo Lucía no paraba de hablar
de las excelencias que adornaban a San Andrés, ella tenía a gala de ser
la mejor informada todo lo que en el pueblo sucedía la denominaban “la gaceta”
o “corre ve y dile”.
Él se
limitaba a oír sin implicarse en la conversación deseaba pisar de nuevo las
baldosas de la ermita y buscar en su memoria aquellos lejanos recuerdo de su
incipiente juventud
Al traspasar el umbral le embargaba una gran emoción y sus
denodados esfuerzos por reprimir las lágrimas que luchaban por brotar.
Después de curiosear por el recinto le pidió
a Lucía quedarse a solas un rato. Ella se marchó no sin antes
indicarle dónde debía dejar las llaves
cuando se fuera.
Berto
se sentó en el primer banco, respiró profundamente, cerró los ojos y sus
recuerdos comenzaron a hacerse presente. Escuchó la voz de Rosalía llamándole
igual que hiciera cada vez que se veían a escondidas; entonces él salía de
detrás de la puerta que llevaba al coro y se fundían en un largo abrazo
sintiendo su calor y sus besos. Su
perfume floral inundaba todo su ser.
¡Dios mío como la amaba!
A su regreso del servicio militar la
buscó preguntó por ella a todo el que
quería escucharle, pero siempre se topaba con la misma respuesta: “se fue del
pueblo”. Sin embargo al indagar un poco más, llegó a la conclusión que nadie la
había visto partir. Fué en su busca
y al no hallarla continuó su vida
lejos de San Andrés.
De pronto recordó el escondite secreto donde
se dejaban las notas cuando la situación se tensó tanto que Rosalía apenas
podía salir de casa. Sus padres habían concertado su matrimonio con un hombre
veinte años mayor.
Su continua negativa a contraer nupcias la condujo a un encierro
casi total. Los padres decían que se hallaba enferma apenas salía a la calle, solo iba a la
ermita.
Los jóvenes buscaron
comunicarse evadiendo la vigilancia de la familia las notas que se
escribían estaban ocultas en una oquedad que fabricaron en el camarín de
la Virgen.
Berto, como movido por un resorte, se levantó
y se dirigió al escondite pero había pasado tanto tiempo que le costaba trabajo
identificar el lugar exacto, después de tocar
los bordes de varias tablillas consiguió ahuecar la correcta.
Vio una flor
seca encima de un sobre amarillento y
ajado, con mano temblorosa Berto lo
cogió colocando la tablilla en su lugar.
Volvió a sentarse pero esta vez lo hizo en un banco próximo a la puerta del
coro, allí aprovechaba la luz que se colaba por la puerta.
Respiró profundamente y comenzó a tocar el sobre pues había una cosa
abultada en su interior. Su curiosidad fue en aumento y con cuidado fue
rasgando el papel para ver su contenido.
Apenas hizo un pequeño agujero y lo
volcó entonces cayó el dije que le regalara cuando partió al servicio militar.
Lo abrió viendo con sorpresa que su foto había sido cambiada por una de
Rosalía pasó su dedo por ella como si la acariciara; comprobó que su foto
estaba detrás. Tomó la cadena y al poner el colgante se percató que estaba
rota. Lo acercó a sus labios besándolo para a continuación guardarlo en un
bolsillo del pantalón. Ahora todo su interés se concentraba en la carta
Mi querido Berto, amor mío
estaba esperando tu regreso con impaciencia antes de decirme a escribir. Mis
padres nos lo han puesto complicado, como te dije la vez anterior siguen
empeñados en casarme con Ángel, solo por su dinero mis rotundas negativas
no sirven de nada. Necesitaba decirte que estaba embarazada y esperaba que
nuestro hijo ayudara a solventar nuestra situación.
Hace unos días se presentó Ángel en
casa para formalizar el noviazgo y poner fecha a la boda, mi
rotunda negativa enfureció a mi padre y
él se marchó con la promesa de hacerme cambiar de opinión.
Creí que la discusión había terminado y me fui a mi
dormitorio, entonces escuché como discutían mis padres, los gritos me desesperaban salí para apaciguar.
Mi padre estaba furioso me preguntó por la razón de mi
negativa. No me quedó otra alternativa, me vi tan acosada que les conté que
estaba embarazada de tres meses.
Así que se puso tan fuera de sí que me zarandeó con tal
violencia que caí por las escaleras, como consecuencia tuve la pérdida de
nuestro hijo. A raíz de lo sucedido estoy enferma, siento que la vida se me
escapa, no quieren llamar al médico para que no se sepa lo ocurrido.
Ya sabes, lo del que dirán y la familia quedaría marcada.
No se que será de mí pero quiero que sepas la verdad y sino nos volvemos a ver
guardes el dije con todo el amor que siempre nos unió.
Te amo, siempre tuya
Rosalía
Con las lágrimas bañando su rostro dobló
con cuidado la carta se la llevó a los labios la besó, con un beso tan
intenso, cálido y amoroso que nadie pudo imaginar.
Alzó la vista hacia la Virgen rezó como
nunca lo había hecho. Comprendió el sufrimiento enorme que le proporcionó su
amor, y él pensando durante tantos años que ella lo abandonó.
Un sentimiento de culpa se adueñó de su espíritu. Entristecido,
con las manos metidas en los bolsillos y cabizbajo se dirigió a la puerta cerró
con la llave, encaminó sus pasos por el paseo hacia la carretera que le acercaba hasta la entrada
del pueblo, en ese mismo instante tuvo la sensación que pronto se reencontraría con ella.
Llegó hasta la casa que Lucía le indicó y
entregó las llaves fue hacia su coche sin saber muy bien que hacer. Los
pensamientos contradictorios se agolpaban en su mente.
Puso
el auto en marcha con dirección a la capital cuando al pasar por delante del
taller del marmolista frenó en seco. Una idea pasó veloz por su cabeza y
decidió ponerla en práctica.
Entró en el despacho a recoger su cartapacio y un sobre para el
dije, acto seguido se metió en el coche lo arrancó y ahora sí. Volvía a casa.
Durante el trayecto no dejó de pensar, su
mente le retrotraía a los momentos más tiernos vividos junto a ella.
Una vez en su hogar echó un vistazo a las
fotografías que resumían su vida de tantos años, su esposa ahora ausente, sus
tres hijos y los pequeños que le hacían sonreír cada mañana.
Estuvo varias horas delante del ordenador
buscando sin cesar algo que concretara la idea que tuvo en San Andrés.
Al día siguiente fue a la consulta del
médico especialista a recoger el resultado de las pruebas que anteriormente al
viaje se había hecho.
No fueron buenas noticias el reloj de su
vida comenzó su marcha atrás no le impresionó quizás su inconsciente lo
esperaba. Con el informe en la carpeta entró en la cafetería del hospital a
tomarse un gran desayuno.
Su rostro se relajó conforme saboreaba cada
bocado disfrutaba del café ardiente que tanto le gustaba. Después regresó
a casa y comenzó a organizar sus papeles legales.
Llamó a su hija para tomar una merienda ella
aceptó la invitación su curiosidad aumentó cuando le rogó que llevara su
cuaderno de dibujo y los lápices.
Berto tenía una ligera idea de como tenía
que ser el monumento funerario, solo necesitaba que alguien lo plasmara en
papel y su hija era la más indicada.
Tras una extensa charla llena de
confidencias por ambas partes “la niña”, como él la llamaba, abrió el bloc y
con agilidad sorprendente trazaba unos rasgos que pronto se convirtió en un
bello boceto. Su padre sonrió lleno de satisfacción por el resultado. Si el
escultor seguía fielmente el boceto estaba
demostrando al mundo su gran
amor.
Echó una ojeada y vio que todo estaba en
orden, metió un poco de ropa en una bolsa bajó al garaje para iniciar el
viaje pero esta vez si sabía su final.
Cuando llegó a San Andrés los albañiles
estaban prestos para montar el grupo
escultórico. En el cementerio el marmolista terminaba de pasar un trapo para
limpiar los últimos restos de polvo. Berto comprobó con sus ojos que el
mausoleo de Rosalía quedaba perfecto.
Volvieron al despacho a finalizar los
últimos flecos del contrato, entonces se le ocurrió preguntar por una tumba cercana. Le informaron que si
lo deseaba podía utilizar la de Rosalía, ya que cabían dos féretros, le pidió
que pusiera “BERTO” debajo de ROSALÍA. Juntos por toda la eternidad.
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